Archive for the 'alcohol' Category

31
Oct
13

10 cosas hipsters que me gustan

Bien, bien… parece ser que mi texto de ayer levantó cierta polvareda. De todas formas, mis queridos hipsters, esperaba más de vosotros. Ni una sola réplica. Sois unos blandos. O sois de esos que dicen que no, que ellos no son hipsters. Pero mirad, ayer citaba a Òscar Dalmau y hoy le otorgan un premio Ondas. ¿Casualidad? No lo creo. Sea como fuere, reconozco tener un espíritu contradictorio que me lleva a redactar esta segunda lista, el yang del yin de anoche: 10 cosas hipsters que me gustan

1.- Los pantalones pitillo: Como siempre en estas situaciones, el hipsterío no ha inventado nada, y los tejanos pitillo no son algo que se creara en el año 2009. Recordemos que el punk británico ya pasó por ellos, y no olvidemos, oh cielos, a los de la NWOBHM, la New Wave Of British Heavy Metal, o como los conocíamos en mi barrio, los jévits de toda la vida. En fin, que sí, que unos buenos tejanos pitillo molan, y para un tipo más bien delgado como yo, sientan bien. Porque ojo, que si uno se pasa con la estrechez de la cintura, puede pasar el llamado efecto madalena. No lo digo yo, lo dicen también ellas.

2.- Las barbas: De acuerdo. Ayer rajaba de las barbas. Pero no olvidemos una cosa, añadía un adjetivo: bíblicas. Si algo nos han traído los años que llevamos de década es que ya no hace falta afeitarse. Reconozco que yo también he sucumbido. Eso sí, hombres de dios, el cuello, siempre rasurado, no me sean cerdos. Y si tienen una mejilla muy poblada, pues también. Por lo demás, una barba de cuatro, cinco o seis días, suele quedar bien y además, te ahorran del engorro del afeitado diario. Pero ojo, que al séptimo día la cosa comienza a ser más propia de miembro de Al Qaeda (hola Obama! Hola, CIA!). Y eso, pues no.

3.- Vampire Weekend: ¿Cómo acabé haciéndome fan de una banda neoyorquina de pop arty y marcadas influencias de la música africana y de la música de cámara barroca? Pues metiéndome donde no me llaman, y en una de mis crisis de ya-no-escucho-música-moderna. Me suele pasar. De repente, veo que me quedo estancado en mis bandas de siempre, rockeros  muertos o decadentes, cuyo momento de gloria más cercano está en 1996. Entonces pruebo con una de esas moderneces que aparecen en las revistas. Suelo salir escaldado de estos experimentos. Pero miren por dónde, los Vampire Weekend han resultado ser una agradable excepción.

4.- Los gin-tonics: Vamos con la contradicción número dos de la noche. Yo antes bebía vodka. Con limón. Pero un par de malas resacas acabaron con mi afición. Luego un amigo pidió dos gintos, y resultó una bebida que al menos no te dejaba el regusto dulzón de las resacas a base de combinados con limón, naranja o coca-cola. Eso sí, cada vez que me pido un gin tonic y me recuerda a una ensalada, me pongo de mala leche.

5.- Las Ray-Ban Wayfarer: ¿Hipster? Pero vamos, si las llevaba Tom Cruise en la maravillosa “Risky Business”, David Hasselhoff AKA Mitch Buchanan en “Los Vigilantes De La Playa” o Bob Dylan en 1965. ¿Hipster? No me jodas, hombre.

6.- Instagram: Yo nunca tomaba fotos en mis viajes. Era capaz de estar diez días en Australia y no tomar ni una instantánea. Me daba mucha pereza acarrear una cámara fotográfica. Mi entrada en el mundo de los smartphones acabó con ello, y ahora puedo llevarme algún recuerdo en forma de imagen con una cierta calidad. Dicho lo cual, para disimular mi torpeza como periodista gráfico, el descubrir una aplicación como instagram y sus fantásticos filtros retro, me fue de perlas. ¿Que la foto no ha salido bien? Filtro Nashville. ¿Que la luz no es buena? Filtro B/N. Y así. No me busquéis en la red de “instagramers”. No estoy.

7.- El té: Yo siempre había sido de café. De tomarme 4 o 5 cortados al día. Y no os creáis, sigo haciéndolo. Me aficioné al té cuando comencé a viajar a países en los que o bien no hay café, o si lo hay, mejor no tomarlo. Pero té en las bolsitas clásicas Horniman’s, no la moñez esa de la bolita en donde se meten los hierbajos.

8.- Primavera Sound: Reconozco que con los años y las diferentes ediciones, el nivel de calidad del festival ha ido subiendo. Además, su celebración, en mi ciudad, en un recinto fácilmente accesible, le hace sumar enteros. Puede considerarse, a priori, un festival hipster. Pero amigos, en los últimos tres años han pasado por sus tablas gente tan poco hipster como Neil Young, The Afghan Whigs o Mudhoney. Por supuesto, tiene ese componente de pasarela del moderneo donde los chicos y chicas acuden a lucir sus mejores galas. Pero a su vez, tiene buena oferta musical. Y eso me basta.

9.- Running: Comenzaré diciendo que llamar “running” a lo que toda la vida había sido “salir a correr” me parece una memez de esas de campeonato. Lamentablemente, así, todos nos entendemos. Yo había pronunciado alguna vez la frase de que “el verbo correr sólo debería conjugarse en modo reflexivo”. Pero no, desde hace unos pocos años, le he cogido el gusto. Por obligación, no se crean, que cuando comencé a sumar años, noté que hincharme a cheetos se pagaba. Y al final, es el deporte más efectivo para una cura de exceso de cheetos.

10.- Los 80s: Nací en 1979. De manera que, más o menos, año arriba, año abajo, considero los 80s como la década de mi niñez y los 90s como la de mi adolescencia. Resulta, por lo tanto, normal que vea como entrañables los productos de esa década, sean películas, televisión o cierta estética. Lo que me llama la atención es que chicos y chicas que no vivieron el estreno de McGyver en TVE1, porque ni siquiera habían nacido, reivindiquen esa década. Pero así son las cosas, supongo que es algo parecido con esa reivindicación de los 70s que se hacía cuando yo era un adolescente y todo aquello me parecía muy molón.

Canciones:

Band Of Horses: “St. Augustine”

Lou Reed: “Rock n’ Roll Heart”

The Cult: “Naturally High”

30
Oct
13

la lista del mes: octubre – 10 Cosas que odio de los hipsters

Lo leía en un fantástico artículo de Óscar Broc, que no cito ni enlazo sencillamente porque soy incapaz de recordar dónde lo vi. Era en una de estas revistas online, pero amigos, ignoro el nombre. A mí me llegó por un link a Twitter. Para que veáis el nivel. Pero bueno, que me voy por las ramas. La sección se titulaba “Modernillos de Mierda” y el texto en cuestión relataba cómo era posible constatar que “lo hipster” había dejado de ser exclusivo para convertirse en una moda presta a ser absorbida por el vulgo. Lo cual podría interpretarse como una derrota de los hipsters en su versión más distintiva y sin embargo, es una derrota del resto de los mortales, porque aquello tan odioso ha sido convertido en pasto de las masas, decía Broc, siendo esas masas gente tan cercana a ti como tu prima, tu vecino o el panadero de tu calle.

Así, tras la lectura (y disfrute) de ese artículo, influenciable que es uno, me dispongo a desarrollar una lista que acabo de considerar el denominarla “10 Cosas que odio de los hipsters”. Sin orden jerárquico ni preferencial en especial, ahí van:

1.- Los tecnicismos: Hipster. Cool. Outfit… es que no tenemos suficientes palabras en el diccionario o simplemente usan esos términos, principalmente anglicismos, para hacer ver al mundo lo mucho que molan? Niñas pijas apasionadas de la moda, que sepáis que cada vez que decís (o twiteais) la palabra “outfit” un cachorrito de golden retriever muere aplastado por una bota Doc Marten’s.

2.- Los auriculares gigantes: Ya sabéis a lo que me refiero… esa gente que va por la calle como si fueran DJ’s, controladores aéreos o vivieran en 1986. De verdad, qué problema había con los auriculares pequeñitos que se metían en el oído y hacían que los bajos te reventaran el yunque, el martillo y no sé cuántos huesecillos más con nombre cachondo que tenemos en el tímpano. Pero claro, apenas se veían, y amigos, el buen hipster, quiere ser visto.

3.- Las barbas bíblicas: Ésta sí que es dura… chicos jovenzuelos, en la flor de su vida, dejándose barbas dignas de un patriarca semita. Cuando yo era un zagal y miraba fotos de mi familia, pensaba que quién podía ser tan cutre como para ir por la vida con barba. Para mí, cosas de crecer en los 80s, la barba era un reducto de profesores cabrones o de hippies y progres trasnochados que no habían pasado páginas del calendario desde el 31 de diciembre de 1979. Quién me iba a decir que de repente, esas barbas de mi profesor de quinto de EGB iban a ser lo más.

4.- Los gin-tonics: Os lo recuerdo, queridos hipsters… el gin-tonic era la bebida favorita de la reina madre de Inglaterra. Sí, resulta que la jodida vieja se cascaba un par de gintos con cada comida. Y bueno, como combinado, no está mal. Por donde no paso es por esa locura de que si la ginebra nosequé tiene un fondo afrutado que si la combinas con la tónica tal que se fabrica en un pueblo del norte de Noruega, y se sirve con pepino y pétalos de rosa, resulta que deja al néctar y ambrosía de los dioses del Olimpo en puro calimocho de Don Simón.

5.- Las bicicletas: El maldito Bicing de Barcelona… en serio, qué problema había con tomar el metro, el autobús, un taxi o (horreur!!!) conducir un coche? Es más, qué problema teníais con el concepto de “caminar”. Pues no. El buen moderno se desplaza en bici. Es más, en una bici con aspecto de ser una reliquia que usó Pancho en “Verano Azul”. Amigos, las bicicletas son para el verano, para irse a la montaña o para que los cincuentones quemen sus barrigas prominentes los domingos por la mañana, disfrazados de Alberto Contador. No vayáis a los sitios en bicicleta. Os lo piden los transeúntes, los conductores, los que compartirán el aire con vuestras axilas sudadas y os lo pido yo. De todo corazón.

6.- Lana Del Rey: Cómo odio a esta tía… de verdad, es algo irracional… su pelo que parece de maniquí de El Corte Inglés en los 80s… sus uñas pintadas… su cara recauchutada… esa voz que quiere parecer lánguida y en realidad es, simplemente, sosa… esas canciones horrorosas. Merecería una buena paliza por parte de las L7 o de Kim Deal. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto.

7.- Las gafas de pasta: Ya hablé largo y tendido aquí acerca de esa manía miserable de lucir unas gafas de pasta aunque no las necesites. O, al menos, no por razones, digamos, fisiológicas. Vamos, que ves bien. Se necesita ser tarado. Al paquete, sumaría el hecho de llevar gafas modelo Luis Aragonés cuando entrenaba al Atlético De Madrid, o peor todavía, esos individuos que llevan las gafas que hubiera lucido mi difunta abuela en 1976. Sí, va por ti, Òscar Dalmau.

8.- Los zombies: Bueno, esta me revienta especialmente. Nunca he sido un gran fan de las pelis de terror clásicas. No más que de otros tipos de géneros cinematográficos. Tampoco me ha interesado nunca la serie B. Ni la serie Z. Ni la serie… es igual, ya me entendéis. En definitiva, ¿qué tienen de interesante estos individuos putrefactos que se mueven a velocidad de tortuga? Uy, sí, qué miedo, que vienen los zombis. Espera, que me fumo un cigarrillo y luego ya, si eso, me pongo a correr. Por eso, iniciativas como la que se enmarca en el Festival de Sitges, creo que se llama Zombie Walk, me parece merecedora de todo mi odio. Por cierto, los zombies originales eran los afectados por la magia vudú haitiana. Que lo sepáis. Listillos.

9.- Instagram: Reconozco que como programa para aplicar, de un modo sencillísimo, filtros retro a las fotos tiradas con móvil, y así, de paso, hacerlas mínimamente presentables, Instagram está muy bien. Lo que me revientan son esas personas que lo fotografían TODO y luego lo suben a su cuenta de instagram para que todo el mundo veamos que tienen la sensibilidad suficiente como para captar la sutilidad de una lata de cerveza aplastada en la acera. Eso sí, con un filtro Nashville.

10.- Las apps: Ya el nombrecito me parece repelente, y me lleva directamente al punto #1, lo cual no deja de ser un cierre circular bastante bonito para esta entrada. “Me he bajado una app que hace…”. Cada vez que alguien comienza una frase de ese modo, me dan ganas de salir corriendo. Que sí, que algunas son muy útiles. Otras no son más que una pérdida de tiempo. Parece que de repente, todo en este mundo puede estar gestionado a través de un programita escrito en Java. Las peores son esas que sirven para compartir los sitios en los que has estado, los restaurantes en los que has comido, los bares a los que has ido… supongo que George Orwell se refería a esto…

 

Canciones:

Band Of Horses: “The Funeral”

The Cult: “Real Grrrl”

Mr. Big: “To Be With You”

27
Oct
13

El Peor Videoclip de la historia

Llevo unas semanas enganchado a las últimas temporadas de “Padre De Familia”, y lo puedo decir sin rubor, “Padre De Familia” me gusta más que cualquier otra serie de animación. Que nadie me entienda mal, adoro “Los Simpson”, es una serie que llevo viendo, casi ininterrumpidamente desde que tenía once años y se estrenó en horario nocturno en aquél programa de modernas de la dichosa movida en el que se incluía un episodio, en la 2 (por aquél entonces, TVE2). Menuda cara puso mi padre cuando le dije que quería ver una serie de dibujos a las once de la noche. ¿Alguien más en la sala que viera la serie por vez primera entonces? Sin embargo, la realidad es que han pasado 22 años y la sobreexposición ha sido brutal. Y sobretodo, no nos engañemos, las últimas temporadas de “Los Simpson” resultan tremendamente aburridas. Sigo siendo capaz de descojonarme de risa con el episodio de (por escoger uno al azar) Gabbo, pero veo uno de estos episodios que Antena 3 anuncia a bombo y platillo como nuevos, y me deja frío. De hecho, puede que sea una macabra casualidad, puede que no, pero desde que el actor que doblaba a Homer falleció, los episodios, en general, comenzaron a decaer. También puede ser que Carlos Ysbert tomara las riendas del malogrado Carlos Revilla (quien doblaba a Homer Simpson y a … KITT, el coche fantástico!!) en la temporada 12, y claro, una docena, son muchas temporadas.

El caso es que el otro día, viendo “Padre De Familia”, en una escena Peter está aleccionando a sus hijos Chris y Meg, y menciona lo que califica como “el peor videoclip de la historia”. Ahí saltaron las alertas. El documento que seguía a continuación era espeluznante. Peter Griffin estaba en lo cierto. Es el peor videoclip de la historia. Es el clip de “Dancing In The Street” de Mick Jagger y David Bowie.

Pero antes, pongamos unos antecedentes. Se trata de un dueto que Jagger y Bowie grabaron en 1985. Si repasamos las carreras de ambos en aquella época, podemos concluir que no estaban en su mejor momento artístico. Bowie tenía 38 años por entonces, y estaba en una de sus etapas más flojas, acababa de grabar “Tonight” (1984), que seguía la estela de la fama que le proyectó aquella decepcionante mutación que sufrió su personaje con “Let’s Dance” (1983), si bien conquistó un público y un mercado más masivo. Jagger tenía 42 años, y a los Stones en barbecho, en una de sus crisis de los 80s. De hecho, acababa de grabar su primer LP en solitario, “She’s The Boss” (1985), poniendo sus esperanzas en poder triunfar a lo grande sin necesidad de tener que aguantar a Keith Richards y a su pasado en los 60s y 70s. Algo que no ocurriría jamás.

Total, ambos eran unos cuarentones (Bowie, casi), reliquias de un sonido pretérito que la chavalería veía como algo alejado. Nada que no le pasara a la mayoría de los popes del rock de los 60s y 70s, que iban dejando de ser jovencitos, y perdiendo el respaldo mayoritario de la Juventud (dicho así, en mayúsculas), lo que los llevaba, a menudo, a realizar movimientos absurdos. Una crisis de los cuarenta en plena regla. Échenle la culpa a Pete Townshed y a sus versos lapidarios como “I hope I die before I get old”.

Como mínimo hay que valorar que se trataba de un proyecto de carácter benéfico, enmarcado en los fastos del celebérrimo “Live Aid” de Bob Geldof. La idea que tenían los dos prendas, Bowie y Jagger, era cantar en directo un dueto, estando Sir Mick en el JFK Stadium de Nueva York y Bowie en Wembley. Parece ser que al final lo vieron demasiado complicado, y decidieron tomar un atajo más sencillo. De modo que se lanzaron a la grabación de este clásico del soul, “Dancing In The Street”, que popularizaron Martha & The Vandellas en 1964, y que co-escribió nada más y nada menos que Marvin Gaye. Una gran canción, sin duda. ¿Por qué esa versión y no otra? Podría ser malvado y decir que Bowie estaba dispuesto a grabar cualquier cosa que conjugara el verbo “dance” en su título. Pero en realidad no tengo ni idea del por qué.

Lo que sí que está claro es que en 1985 la MTV era lo más de la modernidad, y la grabación de videoclips resultaba ser algo obligatorio para tener cierta presencia en el mundo de la música. Obviamente, Bowie y Jagger no se iban a conformar con la publicación de un EP de 7”, expresión, dicho sea de paso, que suena tan antigua como el pleistoceno superior.

Y allí es donde la cagan. Porque la verdad es que la versión del tema en cuestión no está nada mal, si bien no aporta gran cosa más que la producción ochentera. Pero bien, en general. No obstante, veamos el vídeo y luego continuamos:

Decorado de mierda, un muro ruinoso y un exterior en lo que parece una mezcla entre hangares y polígono industrial. De noche. Y unos aspectos que asustan. Jagger, no lo olvidemos, ya en la cuarentena, luciendo una de esas camisas de corte anchísimo que se gastaban en la época, pantalones de pinzas vaporosos y unas bambas blancas. Nunca ha sido el paradigma de la elegancia en escena, de acuerdo. ¿Y Bowie? Lo de David Bowie no tiene perdón de dios. Una suerte de mono de una pieza, o pantalón y camisa del mismo tejido, no acabo de apreciarlo, en unos tonos negros y estampado de camuflaje militar. Diríase que ha sido confeccionado a base de bolsas de basura. Y una gabardina digna del detective Colombo.

El clip al completo se compone de los dos divos, solos, bailando la cancioncilla. Bailando. Parémonos en este punto. ¿Vosotros recordáis cuando José Mota (lo siento, me hace gracia este tipo) se pone el disfraz de Blasa y se pone a bailar? Pues algo así. Como si la coca y el alcohol hubiera corrido a mansalva durante las seis horas previas a la grabación, y ambos estuvieran en pleno subidón eufórico. Como cuando te tajas tanto que te desinhibes y acabas en una discoteca a las cinco de la mañana bailando los hits ochenteros de revival como si te fuera la vida en ello, rodeado de tus amigotes que presentan un estado igual de lamentable que el tuyo y os tomáis el bailar “Take On Me” de A-Ha como un trabajo de equipo. Por favor, reconoced que vosotros también os habéis visto en esa tesitura.

Me avergüenza un poco el comentario, por tener un cierto tufillo homófobo, pero es de lo más gay que les he visto hacer a estos dos pollos, Bowie y Jagger. Quiero decir, parecen una imitación del mariquita bailongo hecha por Arévalo. Un chiste de sarasas en una discoteca. Y puedo reconocer que como amante de los hits más ochenteros, me gusta mucho esta “Dancing In The Street”, y que probablemente hacer el monguer de esa manera es la mejor manera de mover el buyate a su ritmo. Pero, y ya me perdonaréis mi mitomanía y mi seriedad, no me gusta ver a dos colosos como David Bowie y Mick Jagger dejando para la posteridad un documento gráfico más digno del de mis primos en la boda de nuestra prima segunda. Por favor, repasad momentazos como el minuto 2:35 , 2:05 o 1:55.

Y ya está. Y ese es el videoclip. Ni un cuerpo de baile. Ni un decorado de más. Todo grabado en una noche, como si fueran esos furtivos que no tienen permiso de rodaje. Hay que reconocerles, no obstante, su sentido del humor, o de la oportunidad, mírese como se quiera, para grabar un vídeo meneando sus culos juntos, haciéndose esas carantoñas, después de los ríos de tinta que corrieron en su época sobre una supuesta relación erótico-festiva entre ambos cantantes en los 70s. Verdad o mentira, la ladina Angie Bowie, ex-esposa de David, se encargó de propagar que los había pillado en la cama. Otros van más allá y hablan de una relación amorosa, no sólo sexual. Lo cual pudiera ser cierto, claro, y me parecería muy bien. Solo que no me lo acabo de creer.

Al final, la canción en cuestión resultó más exitosa que la propia carrera en solitario de Jagger. Y desde luego mejor que los discos de mediados de los 80s de Bowie. Pero para la posteridad nos legaron este terrorífico documento gráfico. El peor videoclip de la historia. Como les dice Peter Griffin, muy serio, a sus hijos Meg y Chris: “Y nosotros… lo permitimos…”.

 

Canciones:

Hanoi Rocks: «Tragedy»

Morcheeba: «The Sea»

Toot & The Maytals: «Never Grow Old»

17
Jul
13

De nuevo en Hamburgo (pt.2)

Cinco tipos andan por Wendestraße una noche de octubre. La ciudad de Hamburgo está fría y esa calle, solitaria. Están lejos del centro, la zona no es residencial y no hay nada abierto. Ellos apenas se conocen, coincidieron, circunstancialmente, por temas de trabajo, y son de nacionalidades múltiples. Dos franceses, un suizo, un polaco y un tipo de Barcelona. Lo habéis adivinado, el de Barcelona soy yo. Y de eso,  hará este mes de octubre once años.

Callejeando, encuentran una pequeña taberna, con luz tenue y forrada de madera. No hay nadie más en el local, aparte del dueño, un alemán cincuentón con mucha pluma y bastante perjudicado por el alcohol. Los cinco se sientan en la barra, y piden la primera ronda de cervezas. A esa ronda se le sucede una segunda, y tal vez, ya no lo recuerdo, aunque probablemente, una tercera. El dueño del bar se muestra encantado de tener clientela a esas horas de la noche, un día entre semana. Trata de comunicarse con el grupo, a pesar de su pobre inglés y su lengua de trapo, cosas de la bebida.

El barman se dedica a poner música, y el grupo va coreando, jarra en mano. A esas alturas, todo vale. Yo tengo entonces 22 años, y es la primera vez que viajo fuera del país por trabajo. El dueño se encapricha de mí, supongo que para él soy carne fresca, en comparación con mis cuatro acompañantes, cuarentones todos. Yo voy capeando el temporal, en tanto que todo se queda en un ambiente jocoso y etílico. Nos pregunta de dónde venimos. Al decirle Barcelona, el individuo se emociona y pone el CD recopilatorio de Freddie Mercury, dedicándose a pinchar “Barcelona” una y otra vez. Luego ya opta por dejar el CD sonando y los fabulosos himnos gays de Freddie nos hacen de banda sonora.

Como ya confraterniza con el grupo, saca una botella de licor, y tapa la etiqueta. Sirve seis vasos, uno para cada uno, más el sexto para él, y nos invita a tomarlo, pero sin decirnos qué es. Aquello quema la garganta, aunque claro, qué más da, en esos momentos. Luego gira la botella y nos muestra la etiqueta: absenta. Poco después abandonamos el local, flotando sobre el espacio, y tratamos de llegar al hotel y dormir lo suficiente para poder aguantar el ir a trabajar al día siguiente.

A ese primer viaje a Hamburgo, de hace once años, le sucedieron muchos otros. Ahora vuelvo a la ciudad, hacía siete años que no volvía.

Canciones:

Freddie Mercury: “Living on my own”

Iggy Pop: “Nightclubbing”

QOTSA: “Kalopsia”

22
May
13

Crónicas Africanas pt.4

Mira, hoy, para variar, he podido tener un poquito más de tiempo libre. Por la mañana, con mis dos colegas, el zulú y el afrikaans (que no yo hago apartheid) hemos tenido que ir a un centro comercial en busca de un sitio donde me repararan el portátil. Sí, ya lo tengo reparado. Lo habréis notado en la presencia de tildes, y de Ñ. El resto de faltas de ortografía y de patadas a la gramática son endémicas en mí. Échale la culpa al boogie.
En el susodicho centro comercial, me han llevado a probar biltong comprado en un tenderete que rezaba “Sahara Biltong Halal”. No sea que Alá se nos enfade. Me lo han vendido como algo muy típico de Sudáfrica. El biltong ha resultado ser una carne de vacuno secada y especiada. Para que nos hagamos una idea, es algo bastante parecido a la cecina de León (huuuummmmm… riiiico) pero muy especiada y sin ahumar. La cortan en pequeños pedacitos y la sirven en bolsitas de papel, a modo de snack. No entiendo qué pinta el concepto “Sahara”, ya que nada tiene que ver con el desierto norteafricano, sino que tiene sus orígenes en Holanda, de cuando los tipos de la Compañía Holandesa De Las Indias Orientales tomó ese territorio y necesitaba de un método para evitar la putrefacción de la carne. Y tiraron de una receta holandesa, que, obviamente se ha ido distorsionando con los siglos.

Lager sudafricanas

Lager sudafricanas

Y la verdad es que estaba muy buena. Recuerdo un episodio de Los Simpson en el que Homer y Bart hacen lo que en la versión doblada denominan “cecina” y por lo que recuerdo (la carne de vaca macerando y secándose en el garaje), debe tratarse de biltong. Tanto es así que me he comprado tres paquetes envasados al vacío para llevármelos a casa. También he aprovechado para probar la cerveza local. Varias botellas de Castle y Black Label, ambas lager, que es el tipo de cerveza que me gusta.
Después del trabajo, por la tarde, el zulú me quería llevar a dar una vuelta corta. Muy bien, pensé yo. Y mientras tanto, en el coche, me explicaba que la poligamia está permitida, siempre y cuando el marido tenga dinero suficiente como para mantener a sus mujeres, ojo, cada una en una casa distinta. O como los matrimonios concertados previo acuerdo económico entre las familias están, aún hoy, a la orden del día. Contaba como la familia del pretendiente va a la casa de la familia de la pretendida. El futuro marido no, él lo tiene prohibido. Para comenzar la negociación hay que poner algo sobre la mesa, comida, una botella de licor, o similar, y luego se fija el precio, cuantificado en vacas. El siglo XXI también está aquí, y tras acordar el pago, se transforma el valor de las vacas en ram (la moneda nacional).
El problema es que mi amigo zulú, con mi pretensión de comprar biltong y cerveza, me ha llevado a otro centro comercial. Y luego ha querido pasear por el centro comercial. Y, queridos míos, un centro comercial es igual en Barcelona, en Taipei, en Caracas o en Pretoria. No me interesaba lo más mínimo, y la faena ha sido mía para escaquearme, de la manera más educada y elegante posible. Espero que mañana, el tiempo libre se emplee de mejor manera. Y sospecho que sí.

Canciones:
Jane’s Addiction: “Everybody’s Friend”
Witchcraft: “Flag Of Fate”
Mose Allison: “I’m Smashed”

26
Mar
13

EL NEVERENDING TOUR SE DETIENE EN PRAGA (DÍA 3)

Martes extraño, con sabor a jueves, porque mañana me voy de aquí, pero no a casa, sino a París, y pensar que todavía me quedan dos días muy largos se me hace francamente cuesta arriba.

Efectivamente, hoy me ha tocado cena de empresa. Afortunadamente, ha sido en petit comité y me han llevado a un sitio tradicional checo, pero lo suficientemente informal como para que le ambiente fuera relajado. Y sí, se puede decir que me he puesto hasta el ojete, ay… qué le voy a hacer, si me gusta comer… no podía largarme del país sin comer goulash, en este caso, servido en una hogaza de pan. De primer plato. Buenísimo. De segundo, algo que anunciaban como “classical Bohemian platter” y que ha resultado ser una combinación de varias carnes guisadas, a saber, pato, cerdo, ternera y salchicha, en un lecho de salsa a base de cebolla y coleslaw , también excelente, pero definitivamente, demasiada comida. Además, al tratarse de una cena pesada, he engullido dos jarras de cerveza, total un litro. En definitiva, más vale que tarde un buen rato en irme a dormir. Pero ha valido la pena. En esta ciudad se come muy bien, y a un buen precio.

Hoy la temperatura parece ser ligeramente más alta que ayer, pero hay más viento, con lo que la sensación térmica es de hacer un frío del carajo. Es de ver a todos los turistas en el centro histórico, congelándose pero haciendo el esfuerzo para poder disfrutar de los encantos del paseo por la ciudad. Siempre pueden sentarse en una taberna a disfrutar de una Budweiser… ojo, ¿he dicho Budweiser? ¡Sí! Existe una marca de cerveza local llamada Budweiser, con más años que la tos, por lo que me cuentan, que lleva como quince años en constante litigio por el nombre con la clásica cerveza americana. El caso es que hasta la caída del comunismo, la Budweiser yanqui nunca se había vendido por aquí, y al mismo tiempo, la Budweiser checa jamás se había exportado. ¿Quién tiene la razón? La única realidad es que Budweiser es un adjetivo alemán relativo a la ciudad de Budweis, nombre alemán de České Budějovice, ciudad situada en Bohemia, República Checa.

Y entre unas cosas y otras, mi tiempo por aquí se acaba, mañana toca cerrar unos temas y largarme, que el Neverending Tour se dirige a París. Esta es la vida en la carretera, amiguitos, o debería decir, en los aeropuertos. Toma lo que puedas, que al final, eso es lo único que te llevas contigo, las experiencias.

Canciones:

Black Sabbath: “It’s Allright”

The Hellacopters: “I’m In the Band”

Tears For Fears: “Head Over Heels”

07
Ene
13

Salvage

Cinco hombres jóvenes pasean la noche de un martes por Downtown Los Angeles. Son extranjeros. Sólo buscan un lugar donde tomarse la última copa. Las calles de downtown cambian mucho de día y de noche. Lo que por el día es una actividad incesante de personas que caminan, nunca más de tres manzana (esto es Los Angeles) entran y salen de los altísimos edificios, se meten en los restaurantes y se miran con desdén, por la noche es una maraña de bloques acristalados y calles perpendiculares. Circulan muy pocos coches, y la mayoría de las personas que pululan por las maltratadas aceras son vagabundos y paseantes nocturnos freaks.

No importa, hay que tomarse la última. Cerca del hotel, no vayamos a liarnos. Aunque poco hay para liarse, esto es Los Angeles y nada permanece abierto más allá de las dos y media. O casi nada. Bajando por la Séptima, cruzando Flowers y poco antes de la esquina con Hope, damos con el bar adecuado: Salvage … le perdonaremos la grafía, está claro que por aquí nunca pasó Juan Ramón Jiménez ni su puto burro Platero. Pero que me aspen si no son lo que estos tipos andan buscando.

El bar es francamente oscuro, y nada más entrar, a mano izquierda, está la barra. La camarera es bonita, su compañero es, para variar en esta ciudad, hispano. Piden combinados, ron y ginebra. Vaso ancho y esa desastrosa costumbre que tienen en el país de cubrirlo todo con pedacitos pequeños de hielo que más que enfriar la bebida, la suavizan. Dejan la pertinente propina, ya están educados al respecto, y apoyan los codos en la barra. El espectáculo está a punto de comenzar.

En el centro del bar, una pasarela. No es un escenario, sino que parece una pequeña pasarela de donde pudieran salir modelos a mostrar las últimas creaciones. Difícilmente podrían caminar más de cinco pasos, no obstante. Al otro lado de la pasarela hay más gente, y al fondo, una zona con sofás. Los cinco individuos prefieren quedarse en la barra, que está más cerca de la puerta. Nunca se sabe. Por el espacio pulula un tipo enorme, en sí. Casi dos metros, gordo como la madre que lo parió, embutido en una camisa roja. Lleva el pelo largo, recogido en una trenza, y se mueve con la autosuficiencia de un reyezuelo de Taifas, chocando sus manos anilladas con alguno de los parroquianos. No hay que prejuzgar, se dicen los recién llegados, pero no parece trigo limpio.

Qué más da. La euforia del alcohol y la camaradería inhiben de cualquier idea preconcebida. No son amigos. Ni siquiera se conocen mucho. Simplemente las circunstancias los juntaron en tierra extraña y esa noche ha creado lazos irrompibles, aunque de corta vida.

un lunes por la noche el aspecto es mucho más decadente

un martes por la noche el aspecto es mucho más decadente

El espectáculo parece que va a comenzar. En una esquina, junto a un lamentable equipo de audio, se sienta un chaval con una guitarra española. Tiene un jocoso parecido con Ozzy Ousborne de joven, gafas oscuras redondas incluídas, también podría pasar por un hippie trasnochado. Cruza la pierna, se ajusta la guitarra, y comienza a tocar algo que quiere ser “Entre Dos Aguas” de Paco de Lucía, a lo que se le suma una base rítmica pregrabada.

En ese momento sale una bailarina. Va vestida como si se tratara de danza del vientre, es muy joven y bastante guapa, y comienza una serie de movimientos entre orientales y flamencos. Un desastre. Realiza su performance durante unos minutos, luego se baja. Le toma el relevo otra bailarina, ni tan joven ni tan guapa. Tetas operadas enormes, cara retocada también, lleva un uniforme de faena parecido al de su compañera. La cuadrilla de extranjeros de la barra comienza a dudar de si en 2005 esa bailarina no se llamaría Peter. Poco le importa la dudosa sexualidad de la plantilla a los individuos que están al otro lado de la pasarela-escenario. Destacan, entre ellos, un tipo que lleva un traje claro, con hombreras, digno de “Corrupción En Miami”, que se parece mucho a John Malkovich, solo que más joven, y habiendo consumido (mucha) más cocaína. Completa su look con el pelo recogido en una cola y un ridículo sombrerito de ala estrecha. John se lo está pasando estupendamente, da palmas como si le fuera la vida en ello, y de paso, molesta a un grupo que a su lado, se toma una copa, ajenos al espectáculo. Si se presentaran como un grupo de mafiosos rusos de poca monta, nadie se sorprendería.

Los tipos de la barra pasan de la sorpresa a la hilaridad, al no tener esos aires aflamencados como algo exótico. Esta es la imagen de su país, piensan, en pleno siglo XXI. Mientras se divierten tanto mirando a la tercera bailarina (más de lo mismo) como a mini-John Malkovich, apuran sus bebidas. El despropósito continúa con un cuarto bailarín, en este caso sí, hombre, reconocido y reconocible. El tipo se arranca con unos pasos a medio camino entre el claqué y la danza céltica. El tema musical sigue y sigue, en un bucle, y las mismas bailarinas vuelven a salir otra vez. La cosa no se sostiene por ningún sitio, el alcohol ya no la hace tan divertida. El cansancio hace mella y mañana (qué temprano arrancan estos yanquis) habrá otra jornada laboral. De modo que llega el momento de irse.

El paseo hacia el hotel es corto, pero en realidad, no hay mucho que decirse. Nadie quiere hablar de trabajo. Nadie sabe de qué otra cosa hablar, ahora mismo. Quizás, más que Salvage, el local se podría haber llamado Bizarre. Encajaría mejor.

PD: reconoced que al principio os habéis escandalizado pensando que era una falta de ortografía de esas de suspenso inmediato!

Canciones:

Curtis Mayfield: “Pusherman”

The Monarchs: “Yer Movin On”

Two Gallants: “Song Of Songs”

09
May
12

London Calling

Esto de los juicios de valor hechos desde el desconocimiento, es lo que tiene… Cuando empecé a escuchar rock n’ roll oí hablar de una banda llamada The Clash. Se hablaba de ellos como uno de los grupos seminales del punk británico. Se suponía que tenía que ser la hostia. Duro y directo como un puñetazo. Como un escupitajo en la cara. Se hablaba, principalmente, del disco “London Calling”, que tenía esa portada con ese destrozo de guitarra. Bueno, para un ignorante en cosas del punk, si algo tenía que significar el concepto “punk”, tenía que ser, forzosamente, aquello. Y cuando escuché por vez primera el disco… bueno, digamos que me sorprendió. Aquello no sonaba tan duro ni tan rápido ni tan directo como yo tenía en mente. Supongo que son cosas de haber escuchado música de los 90’s (pongamos nombres desde Guns n’ Roses hasta el mundo grunchi)… ¿y aquello era punk? Quiero decir, no es que no me gustara, no era eso. Pero no era un puñetazo ni un escupitajo ni una botella rota contra la pared… aquello era una amalgama de rock n’ roll, cositas de pop y algo de ritmos caribeños. De algún modo, me pareció “blando”. Supongo que “London Calling” puede descolocar fácilmente, desde luego, no es «Nevermind The Bollocks”… he oído decir sandeces como que “London Calling” y The Clash eran más punk por la actitud que por su música en sí. Como si eso tuviera la menor importancia.

En cualquiera de los casos, significara lo que significara, “London Calling” resulta ser un disco de los que requieren de atención y escuchas, pero que a su vez, proporcionan momentos y matices que a veces pasan inadvertidos de entrada.


Por alguna razón que no acierto a comprender, me he levantado con “London Calling”, en esta ocasión me refiero a la canción, en la cabeza. Y automáticamente me ha llevado a un momento y a un lugar. Sala Màgic, en Barcelona. Años ha. Hora: las perritantas de la madrugada. Cerca de la hora de cierre. Íbamos 3 individuos, en un estado etílico deplorable. Uno del trío llevaba un estado etílico aún más deplorable que los demás. En un momento, los otros dos me abandonan, uno iba a acompañar al tercero al lavabo, a ver si se espabilaba. La nebulosa puebla mi mente. De modo inesperado, tengo una de esas experiencias místicas, como si me desdoblara, y una parte de mí sale del cuerpo, hacia el exterior, y me veo a mí mismo, desde fuera, subido en el (mini) escenario de Màgic, solo, cantando y bailando “London Calling” como si me fuera la vida en ello, como si tuviera que ser el elegido para sustituir al malogrado Joe Strummer. Nunca una canción me pareció tan cojonuda.

Canciones:

The Clash: “London Calling”
Counting Crows: “Rain King”
Little Caesar: “Every Picture Tells A Story / Happy”
31
Oct
11

100% Colombian

Volví ayer de un viaje de trabajo a Colombia. Venga, reconocedlo… ha sido acabar la frase y todo el mundo ha pensado en hacer el chistecito. Que si me he traído bolas de coca metidas en mi estómago (u otra parte de mi cuerpo). Que si me había secuestrado la guerrilla. Que si había estado en una fiesta en casa de uno de los capos de Cártel de Cali y habíamos acabado borrachos de ron disparando las uzis. Sí, por más que les pese al los colombianos (el tema salió en varias conversaciones), los tópicos pesan mucho. En todos los países, claro está. Lo que ocurre es que en Colombia los tópicos son francamente chungos, y apenas pasan de la violencia, la corrupción, la droga y la Guerrilla. Si hasta Steven Tyler, en la biografía de Aerosmith (excelente, “Walk This Way”, de 1997) se refería a su etapa de mayor adicción a la cocaína con una frase que venía a ser algo así como “he relanzado la economía de Colombia”. Tampoco me andaré ahora con otro clásico de los reportajes de viajes, “Colombia es un país maravilloso” y blablabla. Pero sí es cierto que hay mucho tópico por superar.
En realidad se trataba de mi segundo viaje al país este año, a Bogotá, concretamente. Lo que ocurre es que el anterior lo realicé en medio de esa travesía por el desierto que me alejó de este, vuestro blog favorito, y bueno, por lo que sea, jamás hablé de él. En fin, mis viajes laborales son particularmente poco atractivos para el relato. En un viaje por trabajo, habitualmente, no hay tiempo de hacer turismo, y uno pasa por los sitios sin ver ese monumento, ese museo, esa playa o esa calle tan característica. Tampoco se puede decir que me de margen para “diluirme con la población nativa” y todo ese rollo tan de libro de viajes. En general, hay demasiado de ese triunvirato mágico aeropuerto-hotel-oficina que, lamentablemente, apenas tiene diferencias apreciables por todo el mundo. Lo intento, no obstante, buscar un poquito de tiempo para el turismo y, sobretodo, más por ser casi lo único que puedo conseguir, tratar de mezclarme con la gente del lugar.
 
Venga, un poquito de exotismo, que no se diga…
Una de las cosas que me llamó la atención fue el ritmo de trabajo. Reconozcámoslo, todo el mundo tiene en mente la idea de una cierta, digamos, relajación laboral. Bueno, supongo que de todo habrá, pero tengamos en cuenta un detalle: la jornada laboral en Colombia es de 48 horas semanales. Es decir, se trabaja los sábados. O en ocasiones, se trabaja 9 horas semanales y sábados alternativos. No sólo eso, sino que además hay tan sólo 15 días (naturales!!!) de vacaciones al año.
Bogotá es una ciudad enorme, con unos diez millones de habitantes, situada a entre 2600 y 3000 metros por encima del nivel del mar. Eso, que parece un dato intrascendente, es algo que noté al despertarme la primera noche. Una sensación como de congestión nasal, pero sin tenerla. Entre la respiración un poco más costosa (me pregunto cómo será en La Paz o Cuzco) y el desbarajuste del cambio horario, no resultan ser las mejores condiciones para trabajar. Pero amigos, uno es un profesional y lo afronta todo con la mayor dignidad de la que puede hacer gala. Mi contacto en Bogotá me recoge en el hotel y nos disponemos a llegar a la oficina. Las calzadas de las calles están destrozadas, en pleno centro financiero hay unos socavones que hacen necesarios unos buenos amortiguadores en el coche. El tráfico es caótico, pero no sólo por la cantidad ingente de coches que hay, sino por el desprecio a las normas más elementales de seguridad al volante. Sin embargo, y como suele ocurrir en estas situaciones, nadie se cabrea, nadie toca el cláxon. En Barcelona, una indecisión o un cambio de carril inesperado provocará una pitada monumental con mención a la madre incluida por parte del conductor de detrás. No era el caso de Bogotá, donde todo el mundo aceptaba ese caos con resignación y calma. Para tratar de mejorar eso, el ayuntamiento restringe la circulación a días tres días de la semana por número de la matrícula del vehículo. Es decir, el conductor de Bogotá no puede sacar su vehículo un par de días determinados de la semana, que el local define con una expresión graciosa, “tener pico y placa” (??), y el fin de semana es abierto para todos los coches.
No está nada mal…

 
Tres acontecimientos marcaban el pulso de la semana: la cercanía de Halloween, las elecciones municipales que se han celebrado hoy, domingo, y la final de la Copa de Colombia. Como suele ocurrir en casi toda América Latina, la influencia de los USA es muy fuerte. Por eso, si en España, cásica, orgullosa, rancia, católica, apostólica y romana, resulta cada vez más difícil evitar la incorporación de Halloween a la festividad de Todos Los Santos, en Colombia ya forma parte del imaginario colectivo, con niños disfrazándose y pidiendo caramelos incluidos. Todos los locales de ocio de la ciudad estaban decorados con telarañas de pega, calabazas, lápidas y muñecos de brujas. Las fiestas prometían ser grandes, aunque se adelantaban al fin de semana, ya que al caer el día 1 en martes, se trasladaba el festivo a un lunes de otra semana. Sin embargo, había un problema: las elecciones municipales del domingo. Y por qué suponía eso un problema, se preguntará el lector de estas líneas. Pues porque en Colombia, la jornada de reflexión previa a la cita electoral incluye el establecimiento de Ley Seca. Es decir, desde las seis de la tarde del sábado, estaba prohibida la venta de alcohol tanto en bares como en licorerías y supermercados. Con lo cuál, había un cierto stress en comprar las botellas antes de esa hora para consumirlas en casas, en fiestas particulares o antes de, como dicen allí, “irse de rumba” (ya me perdonaréis, a mí, que soy tontito, me hacen gracia estas expresiones).
Y aunque el fútbol colombiano hace tiempo que está de capa caída, y los años de gloria de la selección colombiana quedan muy atrás, sigue siendo un entretenimiento muy seguido. El jueves se jugaba la final de Copa (partido de vuelta), y muchas personas de la oficina donde trabajaba esa semana se reunían para ver el partido en un bar, así que me invitaron a unirme a ellos. Todos los bares llenos a rebosar de hinchas siguiendo con ese entusiasmo que todo el mundo relaciona con el fútbol argentino para ver el partido: Millonarios de Bogotá contra Boyacá Chicó. En fin, ni siquiera beberme varias botellas de cerveza Club Colombia me hizo superar mejor un partido que definiría el gran José María García de ramplón, ramplón. Pero amigos, en ese bar se podía sentir la Pasión. Al final, que sé que andábais en un sinvivir, y pese al penalty fallado, acabó ganando Millonarios, “los millos”, lo que desbordó la alegría en las calles por parte de los hinchas (y el puteo por parte de la vecindad, supongo). Después, una cena a base de picada, un plato para compartir a base de patata criolla, morcilla y salchichas, en el cerro Santa Bárbara, y un canelazo, licor caliente y muy dulce para una noche como ésa, lluviosa y algo fresca, como fue toda la semana.
Vista de la ciudad desde el cerro, con un canelazo en la mano.
En fin, por supuesto que también trabajé. Lo malo de esos viajes que, para ser en el otro lado del mundo, acaban siendo cortos, es que entre la jornada y el mal dormir por el cambio de hora, uno llegaba al hotel bastante cansado. Y los cachondos del hotel, además de surtir el baño con los clásicos jabones, pasta de dientes y demás, incluían un preservativo en el kit. Me pregunto si lo renovarían al día siguiente, en caso de que lo hubiera usado…
Canciones:
Mother Love Bone: “Stargazer”
Fun Lovin’ Criminals: “Up On The Hill”
Vampire Weekend: “Mansard Roof”
09
Oct
11

Kar en Polonia

Como hacía tanto tiempo que no me asomaba a estas páginas, he hecho muchos viajes sin haber dado cuenta de ellos por aquí. Y lo haré, a su debido tiempo, porque sé que en el fondo os gusta esta tontiguía Lonely Planet para viajeros tarados. Pero ahora toca uno de los últimos que hice, hace apenas unos días, a Polonia, y más concretamente, a Varsovia, como bien reza el título de la entrada, que se me ha ocurrido en un alarde de originalidad, al más puro estilo Asterix (Asterix en Hispania, Asterix en Bélgica, Asterix en La India, etc…).
Una vez más, fueron circunstancias laborales las que me llevaron a Polonia. Así que allí estaba vuestro buen amigo Kar, pegándose el madrugón de su vida, para viajar, vía Munich, a Varsovia. O lo que es lo mismo, de El Prat a el aeropuerto Franz Josef Strauss, y de éste, al aeropuerto Frédéric Chopin. Que digo yo, al aeropuerto de Barcelona podrían llamarle, siguiendo el ejemplo, Aeropuerto Albert Pla, o Aeropuerto Raphael.
Y como quiera que no me voy a parar en detallar las circunstancias laborales que me llevaron la mayor parte de los 5 días que por ahí estuve, la cosa se reduce a poco tiempo. Afortunadamente tenía el hotel bastante céntrico, y podía caminar tranquilamente a muchos sitios, comenzando por el centro histórico de la ciudad, que, lo digo aquí y ahora, es lo único que realmente vale la pena. En un paseíto no excesivamente largo me plantaba en la zona céntrica, eminentemente peatonal. Se trata de un área con ese estilo de ciudad centroeuropea, pero que nadie se lleve a engaño: la mayoría es reconstruido… intentando mantener el encanto, sí, pero reconstruido, ya que la ciudad quedó derruida tras la Segunda Guerra Mundial.
 
Reconozco que me encanta la aplicación Instagram del iPhone!! Centro de la ciudad.
Mi contacto en el país era una señora polaca con una manera demasiado seca, directa, casi borde de decir las cosas, por lo menos en inglés. Lo atribuyo, por lo menos, a la incomodidad en esa lengua. De todas formas, desde fuera, y para un extranjero como yo, el polaco es un tipo que parece estar permanentemente cabreado. Es esa particular sonoridad del idioma, supongo. Se trata, por supuesto, una visión simplista, sencillamente, una sensación que tenía.
En la ciudad, pocos vestigios previos a la guerra quedan. Por ejemplo, del clásico y mencionadísimo Ghetto Judío de Varsovia no queda nada. Fue arrasado, y en su lugar, se construyeron bloques de pisos, en lo que es una constante en gran parte de la ciudad, el típico bloque de las ciudades comunistas, feo y gris. Por otro lado, la zona más de negocios de la ciudad cambia esa constante gris por la frialdad de grandes edificios de oficinas y hoteles, que contrastan con los bloques comunistas y con ese tranvía que atraviesa las calles y retrotrae, automáticamente, a 30 años atrás. Y de fondo destaca el Palacio de la Cultura y la Ciencia, joya del progreso comunista, un regalo de la URSS, también conocido como el Palacio Stalin. Altísimo, el más alto del país y de los edificios más altos de Europa, es interesante para verlo iluminado cuando cae la noche.
 
 
El Palacio Stalin (una vez más, instagrameado)
 
No deja de resultar curioso que en un país con el comunismo tan reciente, tengan el catolicismo tan enraizado. Varsovia es una ciudad con muchísimas iglesias, a cada esquina, y con constantes referencias, fotos y recuerdos al dichoso papa Wojtyla, una especie de héroe nacional, a la altura de Messi o Axl Rose para ellos. No quiero olvidarme de mencionar lo guapas, en general, que son las chicas de Varsovia.
Y llegado a este punto, me permitiréis una confesión. Yo soy un tipo ruín y poco dado a la sociabilidad. Por eso siempre encuentro incómoda, en mis viajes, la típica situación de cuando tu anfitrión se ve, de algún modo, forzado a sacarte a cenar. Por un lado, se agradece, más que nada porque te llevan un buen sitio, te muestran algo interesante del lugar donde estás, te explican cosas… por otro lado, yo suelo disfrutar más acabando mi jornada y yéndome sólo a pasear, a callejear, a ver lo que me apetece cuando me apetece, acertando a veces, otras veces no. Entendedme, en esta clase de “eventos sociales”, compartes mesa y mantel con tipos con los que, al final, acabas charlando de trabajo, por lo menos en el ochenta por ciento de las ocasiones. Y claro, después de todo el día de trabajo, lo último que me apetece es alargarlo a la noche. Lo doy, sin embargo, como algo más o menos inevitable y que trato de disfrutar como puedo. Pero siempre a regañadientes, lo reconozco: soy así de rancio.
 
Aunque pueda parecerlo, no hacía de stalker de esa pareja.
 
En esta ocasión iba yo con mi contacto, la polaca que mencionaba anteriormente. Y con tres tipos más, dos de ellos ex militares. Me llevaron a un restaurante en la zona de los bloques comunistas, una especie de restaurante turístico temático basado en el pasado comunista pro soviético del país, llamado algo así como “La Taberna del Cerdo Rojo”, donde un “cerdo rojo” era, en argot, un colaboracionista del régimen. La comida es bastante pesada, basada, principalmente en carnes, y con los entrantes, me traen un vaso, del tamaño, digamos, de un vaso-envase de Nocilla, lleno con un líquido transparente muy frío que acaba siendo lo que sospechaba: vodka. Aquí el vodka y los las bebidas de muchísima graduación están a la orden del día. Y yo, que soy hombre de pocos alcoholes, vamos, que no soy Keith Richards, precisamente, le pego un sorbito de vieja, de compromiso. Ellos me miran, riéndose, y me dicen que no, que eso se bebe de dos tragos. Ok, vaso entero de vodka a palo seco, sin hielo ni nada, que eso es para moñas, en dos tragos. Y lo hice, claro.
 
La mejor cerveza de la ciudad.
 
Entre ese vaso y la cerveza, por lo menos, hicieron que la cena pasase más rápidamente, y me acabaron contando anécdotas de cómo era su vida en pleno régimen, de cómo comprar en una tienda era una pequeña odisea, de cómo ciertos artículos, como el papel higiénico, eran bienes preciados, y de las triquiñuelas que hacían para hacerse con mercancía. De cómo compraban cassettes de música popular del este de Europa, casi las únicas que podían conseguir con cierta facilidad, y las hackeabanpara grabar encima otras cosas. De cómo ellos, cuando hacían carreras de biología y bioquímica, robaban el alcohol etanol para destilarse sus propios licores. Cosas que sorprenden pero que son mucho más recientes de lo que pudiera parecer. Yo les conté, entrado en la euforia del alcohol y la comida a raudales, que también“era polaco”, por ese cariñoso apelativo que los españoles usan para con los catalanes… el chiste no les hizo mucha gracia. O no lo acabaron de entender, quién sabe.
 
Canciones:
 
The Vaccines: «If You Wanna»
The Young Lovers: «Barbarella»
Unidades: «Much More»



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