Posts Tagged ‘década 90s

25
Feb
16

De premios Oscar, películas antiguas, cuadernos garabateados y Leonardo Di Caprio

Ahora que todo el mundo espera que Leonardo Di Caprio gane su ansiado Oscar y medio mundo suspire un por fin quizás demasiado forzado, tal vez el tema que nos ocupa venga un poco más a cuenta. Hubo un tiempo, finales de los 90s y primeros de los 00s (década que me resulta francamente difícil de nombrar), en que había un sector que odiaba a DiCaprio. Eran los auténticos, esos que repartían lecciones de integridad y que la tomaron con el actor por su participación en la horrorosa “Titanic” y su automática conversión en poster para adolescentes (¿alguien dijo Popular 1?). Y todavía quedan bastantes de esos. Pues no, señores. Igual soy poco auténtico, igual soy demasiado mainstream, pero considero que Leonardo DiCaprio no es sólo un gran actor sino que además ha tenido la capacidad de escoger muy bien sus proyectos, dando pocos, muy pocos pasos en falso desde que se hundió en aquél barco. Cosa que no se puede decir de, por ejemplo, Johnny Depp, y créanme que lo digo con pena: el que suscribe era fan de Depp y ha ido viendo como su estrella se iba apagando, a base de encadenar mierda tras mierda y rodar sus películas con el piloto automático puesto, muy lejos de lo que había llegado a ser.

Pero antes de ser el eterno oscarizable, incluso antes de ser la víctima del naufragio más largo del celuloide, Leonardo Di Caprio protagonizó una película que tiene un gran significado para mí. Ya hablé de ella por aquí, pero fue hace muchos años, y no me importa volver a hacerlo, incluso no me importa repetirme. Me refiero a “Diario De Un Rebelde”, película de 1996 basada en la novela autobiográfica del poeta Jim Carrol, y auspiciada por él mismo, quien llega incluso a realizar un cameo.

Comenzando por el título, ya vamos mal. El original en inglés es “The Basketball Diaries”, lo cual tiene mucho más sentido, si nos atenemos al argumento. Y para continuar, puedo decir que es una basura de película, que pasea a trompicones por demasiados lugares comunes y tiene algunos buenos momentos, qué duda cabe, pero en general, muy mal resuelta. Afortunadamente dura apenas 90 minutos, lo que es de agradecer, y no me refiero exclusivamente a esta película. Ignoro qué lleva a los cineastas actuales a requerir de dos horas y cuarto para contar cualquier idiotez de historia. Lo he dicho en otras ocasiones, pero como la frase es mía y me gusta, no puedo evitar repetirla: si una película necesita más de 120 minutos, o es una obra de arte o está mal rodada (o montada, o guionizada).

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Mi vida era así hasta que comencé a exponer mis miserias en Internet (by @carloskarmolina)

La historia es más o menos tópica, ambientada en la Nueva York de los 70s, Jim es un muchacho de barrio humilde amante del baloncesto y que suele, constantemente, garabatear cuadernos. Poco a poco, y como suele ocurrir en estos casos, comienza a darle al alpiste y cuando se da cuenta, es ya un yonqui de cuidado, que si la peli estuviera rodada en mi barrio, llevaría un chándal y pediría 20 duros para el autobús. Al final, claro, se acaba rehabilitando, Musiquita final, plano de un texto explicando qué fue del bueno de Jimmy y the end. La banda sonora está bastante bien, muy rockera, qué menos viniendo de un poeta (y músico) que formó parte del movimiento punk de Nueva York, coetáneo de Patty Smith, Johnny Thunders o The Ramones. Y como curiosidad, aparecen en pantalla 3 futuros Los Soprano: Lorraine Bracco (Dra. Melphi), Michael Imperioli (Chris Montisalti) y Vincent Pastore (Pussy Bonpensiero). Ah, y las Gemelas de Sweet Valley, los que hayan sido adolescentes en los 90s lo recordarán. La nota negativa es tener que soportar a ese desastre de actor que es Mark Walhberg durante casi todo el metraje.

Por si fuera poco, hay una secuencia que marca un hito en la cultura popular más reciente. Se trata de la escena onírica en la que Jim irrumpe, vestido de negro con un abrigo de cuero y con una recortada en mano, en el aula del su instituto. Sin mediar palabra, comienza a disparar contra los compañeros cabrones de clase y se dirige también al profesor. Dura menos de dos minutos, pero seguro que os suena… ¿aún no? ¿Y si os digo la palabra Columbine? Efectivamente, esos tarados de Columbine parece ser que se tomaron aquella secuencia demasiado en serio. Podemos echarle la culpa a la película, a Marilyn Manson o al boogie. Eso es lo fácil. Pero no.

Dicho todo esto, ¿queréis saber por qué es importante para mí “Diario de un Rebelde”? Pues porque es la responsable de que estéis leyendo estas líneas. Vi esta película con 16 años, y me encantó. Mis criterios eran cuanto menos particulares, pero estaremos de acuerdo en que para un chavalín podía ser relativamente fácil identificarse. Porque a mí también me gustaba escribir. Así que decidí hacerlo más en serio, y comencé a garabatear, yo también, cuadernos, tal y como hacía el personaje de Di Caprio en la película. Y lo hice durante años, de modo que no puedo sino estar agradecido al resorte que significó para mí. De ahí a exponer mis miserias en este blog de ciber exhibicionismo sólo hubo un paso, el puramente tecnológico. Los cuadernos siguen guardados, claro.

 

Canciones:

Alex Cooper: «El Asiento de Atrás»

David Bowie: “And I say to myself”

The Dahlmanns: “Girl Band”

10
Feb
16

Seis Grados De Separación: Bob Dylan

Me comentaba un amigo que mi próximo objetivo para este experimento de los Seis Grados De Separación (¿qué? Si Gran Hermano se calificó de experimento sociológico, también esto lo puede ser…) debería tratarse de Giannina Facio. ¿Qué quién es esa buena mujer? Actual esposa de Ridley Scott, quien la coloca haciendo cameos en sus películas (por ejemplo, esposa de Máximo en “Gladiator”), fue pareja/rollete de Pocholo Martínez Bordiu o de mi admirado Julio Iglesias, y buena asidua del famoseo hispánico.

Sé que mi amigo buscaba que el nombre de su también admirado Julio apareciera por estas líneas, y no, no es una cuestión de escrúpulos, en absoluto. Simplemente se trata de que, para cerrar este ciclo de los Seis Grados de Separación, buscaba algo todavía más difícil: nada más y nada menos que Bob Dylan. Reconozco no ser un gran fan del dichoso Bob Dylan, sus discos se me atragantan y me interesa más su figura histórica que su propia música. Pero estaremos de acuerdo en que se trata de un tío arisco y poco dado a las relaciones sociales. ¿Seré, entonces, capaz de establecer no más de seis grados de separación con Dylan? Ahora lo veremos.

Y nuestra historia comienza con Adrià Alemany. Tal vez por ese nombre no os salga nada, pero si os digo que Adrià Alemany es la pareja de la alcadesa de Barcelona Ada Colau, la cosa cambia. De hecho yo tampoco recordaba a Adrià, hasta que una amiga me refrescó la memoria. Yo (también ella, claro) conocí a Adrià cuando tenía 17 o 18 años. Entonces era un chaval más de los que zascandileaba con el grupito con el que me movía al salir de fiesta, principalmente por el Poble Nou y el Gòtic. No acabo de situar bien de dónde venía, y creo recordar que era amigo de un amigo, o compañero de su instituto, o lo que fuere. Sí recuerdo bien a Adrià, un muchacho guapete y carismático, con don de gentes y que causaba gozo en las chicas. De eso me acuerdo claramente, era el típico tipo que sabía estar en el centro del grupo y ejercer cierto liderazgo. Esa época era divertida, ibas a los bares de siempre del Poble Nou y entre la mugre, el humo y los pelos largos siempre te encontrabas con uno o con otro. Por aquél entonces nunca hablamos de activismo, seguramente estaba (estábamos) más interesados en beber y hacer el burro por ahí. Dada su edad, seguramente, igual que yo, acabábamos de acabar el COU (palabra que suena al Pleistoceno Superior) y comenzar la universidad. No recuerdo en absoluto a nadie llamado Ada Colau, y aunque pudiera ser, ya que nos juntábamos grupos bastante amplios de chicos y chicas que, obviamente, no recuerdo a todos, ni mucho menos sus nombres, ya no digamos apellidos, no me suena para nada. Colau es, además, 5 años mayor, lo que cuando se tienen 17 años, constituye un abismo.

Si Adrià Alemany es el grado número uno, queda claro que Ada Colau es el grado número dos. Hace ya tiempo que abandoné Barcelona para vivir en un gris pueblo del extrarradio, por lo que no me puedo declarar ni excesivamente a favor ni particularmente en contra de su gestión. Sí me parece una tía muy lista, mucho más de lo que pudieran reconocer sus adversarios políticos, tan decimonónicos ellos. Y con todo ello, resulta muy sencillo establecer un tercer grado de separación en Pablo Iglesias, seguramente un compañero de viaje de la Colau de algún modo forzado, porque ella nunca ha querido entrar en la disciplina de partido. No estoy en la labor de profundizar en cuestiones políticas en estas líneas, aquí vengo a hablar de rock and roll, de cine, de libros y de esas estupideces infantiloides que me gustan. Así que ahórrense los comentarios sesudos.

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Servidor, cuando salía a darlo todo a la pista del dancing mientras se codeaba con futuros activistas sociales…

En cualquier caso, no puedo dejar de comentar acerca de la persona que constituye el cuarto grado de separación, Mariano Rajoy Brey, con quien inevitablemente Pablo Iglesias tiene esa relación. Aunque no quiero meterme en cuestiones políticas, insisto, me es imposible no reseñar mi sorpresa ante cómo semejante tipo, tan gris, con carisma cero, sin capacidad de liderazgo, comunicador nefasto, sin iniciativa y sin hablar un inglés medio decente, puede haberse sentado en la jefatura del gobierno español. Lo cual dice muy poco de la sociedad española.

En fin, ese individuo se pasea como presidente del gobierno y se codea con presidentes tales como Barack Obama. Y bueno, si alguien quiere aprender algo de comunicación, que revise alguno de los mítines de campaña de Obama: acojona. No es que me las quiera dar de entendido, pero tuve la oportunidad de hacer ese ejercicio de revisión de mítines de Obama en clase, hace un tiempo, y, discursos aparte, impresiona. Y demuestra la diferencia. Por lo demás, un negro siendo presidente de un país en el que, tan sólo 50 años atrás no hubiera podido ni acceder a la universidad, por su raza, es algo que no se valora suficiente. Por si fuera poco, tengo un compañero de trabajo gringo cuyos ideales políticos quedan a la derecha de Sarah Palin que es incapaz de referirse al presidente de USA sin utilizar el epíteto fuckin’ antes de decir el apellido.

Así, si Barack Obama es mi quinto grado de separación, el siguiente paso es, señoras y señores, Robert Allen Zimmerman, Bob Dylan, a quien Obama galardonó con la mayor distinción civil de los Estados Unidos de América, la Medalla de la Libertad. No es muy habitual que un músico de rock llegue a esto. Y no deja de chocar, del mismo modo que hacía daño a la vista la consideración de Sir a Mick Jagger. En fin, yo soy de los que piensan que el rock n’ roll debería estar muy lejos de estas zarandajas, pero claro, figuras como Bob Dylan o Mick Jagger trascienden el rock n’ roll para convertirse en iconos populares, ni más ni menos.

Y aunque, ya lo dije, se me atragantan los discos de Dylan, me resulta interesante ahora que tiene 74 años y ya, directamente, hace lo que le sale de las pelotas, y pudiera ser que está más para allá que para acá, aunque tal vez sencillamente disfruta tomando el pelo a todos aquellos, fans y no fans, que escrutan todos sus movimientos, tratando de dotarles de un significado. Como muestra, aquella mítica entrevista de 2012 en el que se mostraba algo ido y explicaba una historia rocambolesca acerca de su transfiguración (sic.) con el espíritu de un Ángel del Infierno llamado Bobby Zimmerman que murió de un accidente en 1964. Y ese es el Dylan que me gusta, el que uno ya no sabe si está gagá, o flipado, o, directamente, tomándole el pelo a entrevistador y lectores, en lugar de caer en los lugares comunes y el chupapolleo habitual de esa clase de entrevistas. Minipunto para Bob Dylan, pues.

Y minipunto para mí, que en un doble salto mortal (tachán!) demuestro cómo entre el autor de “Like A Rolling Stone” y el que suscribe hay sólo, una vez más, seis grados de separación: Adrià Alemany – Ada Colau – Pablo Iglesias – Mariano Rajoy – Barack Obama – Bob Dylan.

Canciones:

Suede: «Like Kids»

Blue Cheer: «Summertime Blues»

David Bowie: «Absolute Beginners»

 

 

02
Feb
16

Seis grados de separación: Al Pacino

La semana pasada ya anduve tratando de demostrar la verosimilitud de la famosa Teoría de los Seis Grados de Separación. Sí, amigos y amigas, lectores todos de NDK… el mundo es un maldito pañuelo y estamos todos conectados. Así que cuidado con eso. Yo soy muy consciente de que mis tonterías en Twitter y en este, vuestro blog de referencia, me costarán muy caras en mi futura carrera política. Si es que algún día eso ocurre. De momento, de día yo soy un gris trabajador y de noche redimo mis penas en Internet.

Si la semana pasada mostré la conexión entre el juntaletras que suscribe y la reina de las guarrerías filmadas Sasha Grey, hoy pretendo ir un paso más allá. Porque no nos engañemos, Sasha Grey es muy guapa y para muchos puede resultar un mito, al menos, un mito durante cinco minutos en la soledad de sus ordenadores. Pero ahora pretendo ir hacia algo un poco más allá, hacia un verdadero mito. Damas y caballeros, seguidamente demostraré que entre mi persona y el gran Al Pacino no hay más de seis grados de separación. Vamos allá.

Todo comienza en el bloque de pisos donde vivía con mis padres. Ya lo he comentado en varias ocasiones, a pesar de mi porte aristocrático y refinadas maneras, yo soy un chico de barrio. Podría decir que en los barrios populares se vivía de otra manera, en donde se establecían ciertos lazos entre los vecinos, de un modo más fraternal, pero me temo que caería en el tópico, y también en la ignorancia, pues no tengo ni idea de las relaciones que pueda haber en la maldita calle Calvet de Barcelona, por decir algo. Pero imaginemos un bloque, con familias conviviendo en muy poco espacio por (ya entonces, cuando aún vivía allí) unos treinta años y con hijos yendo al mismo colegio. Los lazos son inevitables. Pues bien, mi familia tenía relación amistosa-vecinal con otra familia de ese bloque. Dos hermanos, el mayor tenía 3 años más que yo, la pequeña, 2 más, e iba a la clase de mi hermana. Pues será ese hijo mayor, cuyo nombre, claro, omitiré, el que consideraré mi primer grado de separación.

Año 1997, se estrena la película “Airbag”. Buena película, muy divertida, aunque acabaría generando unas cintas derivadas que daban bastante lástima. Pero no le restemos mérito a una peli como “Airbag” que acabaría entrando por la puerta grande en el imaginario popular, ¿quién no ha dicho alguna vez un chascarrillo de esa cinta? (“muy profesional”, “si es que las visten como putas”, el dar golpecitos al coche como el guardia civil, …). Y el sector masculino seguramente recordaremos a la actriz Vicenta Ndongo, de ascendencia guineana, que tenía un papelito corto como prostituta (y pieza central de la trama). Cómo olvidar a Vicenta, que salía muy guapa y enseñando sus encantos en ese papel. Ella tenía 29 años entonces. Yo, 18. Y mi vecino, 21. El dato es relevante en tanto resultaba que esa, mi familia de vecinos, había tenido un trato al parecer bastante fraternal y amistoso con la familia de la Ndongo. Tanto es así que el padre de mi vecino, en una cena en su casa hacía el comentario, jocoso, y decía algo así como “collons, la Vicenteta, si jo em recordo quan era petita i s’havia quedat a dormir a casa, a l’habitació d’aquest” mientras señalaba con la cabeza a su hijo. Y yo, con esa adolescencia revolucionada, miraba a mi vecino y recordaba esas escenas picantes y claro, no podía evitar pensar en que, joder, debería retomar esa amistad.

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Por aquí podréis encontrar gran parte de la filmografía de Al Pacino entre 1998 y 2016… la de Robert De Niro está más al fondo, en la trituradora… (by @carloskarmolina)

Vicenta Ndongo es, claro, mi segundo grado de separación. Hay que decir que “Airbag” fue, seguramente, su papel más popular, aunque por lo que me chiva Wikipedia, ha ido haciendo trabajitos por aquí y por allá. En “Airbag” tenía también un papel corto Paco Rabal, precisamente relacionado con el personaje de Vicenta Ndongo. Rabal,  un mito, en este caso, del cine español. Qué puedo decir, aunque respeto su carrera, no puedo compararlo con la admiración que puedo sentir por Al Pacino. Sea como fuere, Paco Rabal será mi tercer grado de separación.

Un dato curioso sobre Paco Rabal es que en 1977 rodó una película a las órdenes de nada más y nada menos que William Friedkin. “Carga Maldita”, se llamaba. Estamos hablando, poca broma, del director de “El Exorcista” y de “The French Connection”. Sin embargo, el pobre Friedkin tuvo la mala fortuna de estrenar “Carga Maldita” justo una semana después del estreno de “Star Wars”, de modo que además de llevarse bastantes palos por parte de la crítica, resultó ser un fiasco económico, de modo que si consideramos que no sólo ejercía de director sino que también era productor (vamos, que ponía sus cuartos), la cosa acabó francamente mal.

William Friedkin es mi cuarto grado de separación. Y llegamos casi al final, con un Friedkin en un modo oscuridad que tuvo la osadía de estrenar una película como “A La Caza”, basada en una investigación policial sobre un asesino que se movía en los círculos homosexuales de Nueva York, infiltrando a un agente en el ambiente gay… en pleno 1980. Claramente fue una jugada arriesgada, en esa época, mostrar un ambiente relativamente opaco como el gay con escenas francamente explícitas. Insisto, era 1980. A mí me parece una gran película, muy valiente y muy bien resuelta. ¿Y quién protagoniza “A La Caza”? Efectivamente, Al Pacino.

Qué puedo decir de Pacino… él es Michael Corleone, él es Tony Montana, él es Carlito Brigante, él es Serpico… curiosamente no rodó mucho durante la década de los 80s, que inauguró con esa “A La Caza” pero que cerró con tan solo cinco películas en su haber. Una minucia, si consideramos la cantidad de cintas en las que apareció a partir de 1990. Un dato curioso, no más. En cualquier caso, y nada que no le ocurra a un Robert De Niro cualquiera, a partir de mediados de los 90s su presencia en pantalla no garantiza un nivel. En los 70s y 80s, si tanto Pacino como De Niro estaban en el casting, sabías que la película iba a valer la pena, como mínimo. Pero ya no fue así de mediados de los 90s en adelante. En la década grunchi protagonizó grandes pelis, qué duda cabe (“Atrapado Por Su Pasado”, por ejemplo), pero sus últimos momentos de gloria los situaría con “Pactar con el Diablo” y “Donnie Brasco” (ambas de 1997). A partir de ahí, poquita cosa más, la verdad. Supongo que no siempre se escogen buenos proyectos, y al final, un Ferrari nuevo nunca está de más.

Así, quién lo iba a decir, estoy incluso más cerca de Al Pacino que de Sasha Grey. Veamos, el tema era Mi Vecino – Vicenta Ndongo – Paco Rabal – William Friedkin – Al Pacino. Cinco grados de separación, camaradas, no me hacen falta ni seis. Os regalo el último.

Canciones:

A Tribe Called Quest: “Jazz (We’ve Got)”

Man… Or Astro-Man?: “Manta Ray”

Charles Bradley: “Changes”

 

11
Ene
16

Adiós, David…

Esta historia arranca en verano de 1997. Sí, me había prometido a mí mismo que ya, que ya vale de batallitas de los 90s y de explicar mis miserias por aquí. Ocurre que esta mañana el Twitter me ha dicho que David Bowie había muerto, y yo no me lo había creído, una de esas mentiras hijoputescas de las redes sociales, pensaba yo, o mejor todavía, una jugada de marketing con algo de humor negro de un Bowie que se las sabe todas y que había publicado nuevo disco tan solo unos días antes. Pues jódete, resulta que sí, que el tío la ha diñado, y ahora estoy compungido, me ha dado mucha pena que se haya muerto. Estas mierdas que sólo los fans entendemos. De modo que permitidme volver a ese verano del 97.

Por entonces yo no era fan de Bowie. No conocía su música, salvo algún single por aquí y por allá que emitían en “Los Cuarenta en Canal +”.Sabía, claro, que se trataba de una figura histórica, que era reverenciado por propios y extraños, incluidos, sí, todos aquellos ídolos de la música que entonces era actual y que resultaba, básicamente, la única que yo consumía. Trent Reznor giraba con él, Placebo eran sus teloneros y, claro está, el celebérrimo “The Man Who Sold The World” que Nirvana versioneó. Pero la realidad es que no había escuchado ninguno de sus discos, y para mí era, principalmente, el pelanas de “Dentro Del Laberinto”.

Conocía, también, que el tipo pasaba de su material más antiguo, no era como esos grupos de los 60s y 70s que básicamente hacían conciertos de revival (alguien dijo The Rolling Stones?) y se arriesgaba con movimientos más cercanos a la música que entonces era más o menos actual. De esa época me gustaban sus singles “Strangers When We Know” o el gran remix que los Pet Shop Boys habían hecho de “Halo Spaceboy”, en donde demostraba una cierta querencia por la música electrónica. Pero no, no había escuchado, al menos no conscientemente, “Life on Mars” o “Heroes”.

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Selfie David & me (by @carloskarmolina)

En ese verano del 97 yo había acabado el instituto, en unos meses entraría en la universidad y todo parecía cambiante. Durante el mes de julio, y por unos días, me fui con mi primo, de mi misma edad, a Madrid. Estaríamos en casa de mi tío, el clásico tío bohemio, algo tarambana y homosexual que toda familia ha de tener. De profesión, bailarín. No te digo . Era la segunda vez que iba allí, y resultaba genial, porque mi tío vivía su vida de un modo muy diferente a la clásica rigidez de la familia convencional, de aquí se come a las dos con el telediario puesto y del a ver a qué hora vas a llegar. Con mi tío, y su pléyade de amigos, a cuál más pintoresco, se comía cuando apetecía, se fumaba cuando había, se escuchaba música (por desgracia, demasiado flamenco) y se vivía en un piso en pleno barrio de Lavapiés, que por entonces no me parecía tan degradado. Igual lo estaba y yo, simplemente, no sabía o no quería verlo.

El 15 de julio nos preguntó, a mi primo y a mí, que qué nos apetecía hacer esa noche. Nos comentó que un amigo suyo iba a ir a un concierto de David Bowie, y había propuesto ir. Y sorprendentemente, lamentablemente, le dijimos que no. Preferíamos ir a tomar una copa y lo que saliera. Es decir, me invitaban a ver a Bowie y lo rechacé. No sabéis la de veces que he recordado, con el paso de los años, esa propuesta. Al final, claro, he acabado sin haber estado nunca en una actuación de David Bowie en directo, y el fatal desenlace de hoy ya lo ha hecho imposible. Me consuelo pensando que ese show probablemente me hubiera decepcionado, con un Bowie muy metido en el drum’n’bass y el trip hop y que además pinchó de manera inesperada en la capital española, donde se trasladó el show de Las Ventas a la sala Aqualung porque sólo se habían vendido unas 3000 entradas.

No, no hay moraleja en esta historia. Descubrí la música (y la figura) de Bowie pocos años después, para quedarme prendado. Seguramente esa noche lo pasaríamos bien igualmente, y de poco sirve pensar si me hubiera gustado o no el concierto, ni qué clase de experiencia vital hubiera supuesto. Quizás, ya digo, decepcionante. Pero hoy David Bowie ha muerto y no he podido evitar acordarme una vez más de ello.

Canciones:

David Bowie: “Strangers When We Meet”

David Bowie: “Cat People (Putting Out Fire)”

David Bowie: “1984”

04
Ene
16

Reina, maga…

Leo con estupor un patético escándalo que se ha formado con el tema de las Reinas Magas. Que si Carmena la comunista rompespañas atenta contra la tradición católica en Madrid, que si ahora el papa le da por sacar a una niña de reina maga el primero de enero, lo cual me ha dejado con una considerable empanada de fechas tradicionales (1 de enero y ya con reyes??). En fin, en mi querencia por meterme donde no me llaman, he creído necesario meter cucharada y hacer una aportación, pues en mi barrio ya había reinas magas allá por esos maravillosos 90s. Y llegado a este punto, les pediré a mis fans menores de 10 años que abandonen la lectura de estas líneas ahora mismo (y se vayan al PornHub), porque lo que sigue, podría acabar con la magia de la navidad…

Esta historia es de cuando yo tenía unos doce años, o algo así. Tal vez serían once. Entonces estaba apuntado a un esplai, palabra que ahora descubro que en castellano es “esparcimiento”, uno de esos esplais asociados a la parroquia del barrio, que parecían un vestigio de los años del tardofranquismo en donde la iglesia catalana más democrática y de barrio hacía proselitismo católico y obrero. Nada que objetar, oiga, para mi madre era una manera de tener a sus niños colocados haciendo actividades variadas, generalmente juegos, visitas culturales y manualidades, sin andar zascandileando por las calles con vete-tú-a-saber-quién, y para mí, he de reconocer que había momentos más divertidos que otros, pero no estaba mal. Y no, el rollo parroquiano católico nunca resultó agobiante en aquel esplai.

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Este mamonazo es el que más habrá disfrutado leyendo estas líneas… (photo by @carloskarmolina)

Llegadas las fechas navideñas, se decidió hacer un pesebre viviente como actividad para la chavalería, y se representaría la tarde del cinco de enero. La historia acabaría como punto de llegada de los Reyes Magos de la cabalgata de mi barrio, la Zona Franca, o como lo llaman ahora, La Marina del Port, nombre al que me cuesta acostumbrarme. Los monitores del esplai  repartieron los papeles, y a mí me tocó de pastor, lo cual era bastante molón y me permitía estar con mis coleguitas del grupo. De modo que nos emplazaron a hacernos con un disfraz y allí me presenté, la tarde del cinco de enero, con mi disfraz de lo que sería un pastor de la Palestina del siglo I. O por lo menos, mi disfraz tal y como si fuera a aparecer en uno de esos péplums de Samuel Bronston que se emitían en TV cada semana santa. Mi sorpresa llegó cuando vi que el resto de mis compañeros pastores no iban como tal, sino que llevaban los ropajes clásicos de Els Pastorets, pelliza y barretina incluidos. Vamos, más La Cerdanya que Galilea. Malditos tradicionalismos nostrats. Para no desentonar, me colocaron de figurante junto a un pozo, con una monitora que también iba disfrazada de “Rey De Reyes”, por lo que mi plan de pasarme la tarde de charleta con mis coleguitas pastores se había ido, de repente, al garete. Y no, mi querido sector cerdete de lectores, la monitora en cuestión difícilmente podría generar ningún tipo de fantasía erótica, ni en mi yo de once años ni, y me perdonarán la crueldad, en ningún hombre heterosexual. O tal vez sí, que hay tipos muy raritos en este mundo.

Reconoceré que a partir de ese momento, resultó ser un coñazo, estar allí plantado junto al dichoso pozo de cartón piedra, disfrazado con una túnica roñosa y en compañía de la monitora en cuestión. Los minutos pasaban lentos, demasiado lentos, y de lejos veía a mis amiguetes del esplai, con sus putas barretinas, sentados junto a un fuego donde se estaba cocinando una gran perola de escudella, riendo y calentitos a la lumbre. Mis sentimientos de paz y armonía navideña iban mutando en decepción, aburrimiento y odio. Y en esas llegó la cabalgata de los Reyes, que había recorrido el Paseo de la Zona Franca y tenía su final en el parque donde estábamos.

Mi compañera de pozo, la monitora, me dio un cazo con agua y me conminó a ir a los Reyes, que habían bajado de su carroza y estaban frente a nuestro portal de Belén, a ofrecerles agua. “Ve”, me dijo, “y les ofreces diciendo: ¿su majestad tiene sed?” y yo, que ya tenía once años, ya lo sabía todo, y tenía la edad del pavo subida,  comencé a sentir una gran vergüenza por este teatrillo absurdo que me obligaba a hacer. La monitora insistió, y allí me acerqué, con mi túnica, con mi cazo, y con mis mejillas enrojecidas, a la comitiva real, y formulé la cortés pregunta: “¿su majestad tiene sed?”. Supongo que la vergüenza me hizo hablar en voz demasiado baja, de modo que el rey ni se enteró de lo que decía, y en cambio, uno de los pajes reales, una señora (¿una paja?) se giró y con cara de sorpresa simplemente contestó “¿qué?”. Así que insistí con mi frase, “¿su majestad tiene sed?”. La señora cogió el cazo de mis manos y se lo acercó a Su Majestad, mientras le decía “Manoli, bebe agua”. No podría decir mucho más, no sé qué rey era Manoli, si el negro, pintado como mandan los cánones, si era Gaspar o si era el jodido rey Leopoldo de Bélgica, la vergüenza de esa patética escena me hizo que ni mirara, cogiera el cazo de vuelta y me marchara corriendo a mi pozo de cartón piedra. Las navidades ya nunca serían lo mismo para mí.

Canciones:

Echo & The Bunnymen: “The Killing Moon”

Curtis Harding: “Surf”

Courtney Barnett: “Depreston”

 

17
Nov
15

Que sea el último, Manolo…

Ahora casi ya no lo recordamos, pero algunos todavía tenemos en la memoria esa época infausta en la que, de repente, todo el mundo se convirtió en fan de los dichosos El Último de la Fila. Fue hace ya muchos años, a mediados de los 90s, cuando publicaron el celebérrimo disco “Astronomía Razonable” y por arte de birlibirloque, lo petaron, hablando mal y pronto. Como suele ocurrir en estos casos, el problema no estaba tanto en el LP en cuestión, que en realidad puedo decir que no estaba mal, sino en ese grueso de fans pesadísimos que de repente se apresuraron a conseguir todo lo grabado por sus nuevos ídolos, sean discos previos o incluso de proyectos anteriores a El Último de la Fila, a saber, Los Burros y Los Rápidos. ¿Que cómo sé yo de esos proyectos? Pues amigos, muy sencillo, yo también sufrí a mi alrededor la presencia de fans pesados gravitando en mis círculos de amistades y familia. Yo era sólo un niño. Y la ONU no hizo nada al respecto.

Es más, yo tuve mi etapa de interesarme por aquella música y aquél disco, y sí, recuerdo una vieja TDK que escuché con cierta frecuencia durante una época. Tal vez fuera una necesidad de integración, puede que quisiera saber qué era aquello tan bueno que me estaba perdiendo, quizás simplemente me gustó. No recuerdo que me durara mucho más allá del verano de 1993, mi interés por El Último de la Fila. En realidad supongo que quería congraciarme con un amigo que era fan fatal.

Hay que decir que el grupo no estiró el chicle para ganar dinero a espuertas, lo cual les honra: en 1995, dos años después de tener ese éxito que ni ellos se creyeron, publicaron un esperadísimo disco de continuación, que acabó no convenciendo a nadie, y, sencillamente, decidieron dejarlo. Aquello dejó huérfana a esa legión de fans que los había idolatrado cual becerro de oro del pop patrio. Recuerdo claramente a mi amigo tratando de asumir el primer disco en solitario, y tras la ruptura, de Quimi Portet, una suerte de empanada más cercana a los discos de Jaume Sisa que al dichoso burro amarrado en la puerta del baile.

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Fan emocionado por ver a Manolo sobre el escenario (by @carloskarmolina)

Por suerte para él, el otro componente, Manolo García, también emprendió una carrera en solitario. Y este sí supo lanzar sus redes para recoger a esa pléyade de fans de su antiguo grupo, grabando un LP que sonaba a descartes chungos de El Último de la Fila. ¿Que cómo lo sé? Bueno, entonces yo todavía era amigo de aquél muchacho fan, que sí, celebró la vuelta del hijo pródigo. Pero para las personas de bien como el juntaletras que suscribe, aquello fue un infierno. No sólo había que aguantar a los fans, sino también la permanente presencia de esas canciones de mierda en bares, pubs y cualquier otro lugar de mi ecosistema juvenil. Además… ¿Manolo García? ¿Qué clase de cantante de pop se puede labrar una carrera llamándose “Manolo García” como si fuera el estanquero del barrio?

Por fortuna, la carrera en solitario del tal García se volvió un poco como una gaeosa agitada, y pasada la efervescencia inicial, su estrella se fue apagando, y le honra que, una vez más, tampoco explotara al límite ese éxito inicial, para ir pasando, poco a poco, a un segundo plano, y quedar sepultado entre triunfitos, hits de electro latino y la crisis de la industria discográfica. Y ya no tuve que aguantar a más fans histéricos.

Y con la perspectiva que da el tiempo, me puedo permitir ver todo aquello como un engorro temporal. Y si sí, continúo odiando a muerte esas canciones del dichoso Manolo García, pero puedo apreciar algunas cosas interesantes por aquí y por allá en El Último de la Fila. Especialmente en esos títulos tan ingeniosos y descacharrantes como “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”, “Enemigos de lo ajeno” o “La rebelión de los hombres rana”. Incluso me hace gracia esa mezcla de costumbrismo y surrealismo que tiene la letra de “Como un Burro Amarrado en la Puerta del Baile”. Será que me estoy haciendo mayor. Será.

Canciones:

The Byrds: «My Back Pages»

Ryan Adams: «New York, New York»

The Jim Jones Revue: «The Princess & The Frog»

17
Nov
13

Historias de la Universidad (pt.III)

Las ideas preconcebidas son unas compañeras muy cabronas. Eso deberíamos grabarnoslo todos en esa hamburguesa de McDonald’s que tenemos por cerebro. O tatuárnoslo, como si fuéramos el tipo de “Memento”. Lo mejor es acudir virgen a los acontecimientos y lugares. Nos evitaríamos, creedme, muchas decepciones. A estas alturas, si habéis leído la primera y la segunda parte de esta serie de Historias De La Universidad, ya os habréis dado cuenta de que las decepciones fueron, durante mi período universitario, constantes. Por lo menos durante los dos primeros años. Más adelante ya me había acostumbrado, y lo que deseaba era acabar con ello cuanto antes, y con la mayor dignidad. Académica, se entiende.

Mi centro universitario era una chapuza. Tenía una ventaja primordial, y era el hecho de estar situada en una zona bastante céntrica y asequible de la ciudad de Barcelona. Por lo demás, se trataba de un edificio decimonónico, con todo lo que ello implica. De hecho, cuando comenzamos el curso, la biblioteca, que estaba en plena fase de reformas, todavía no se había acabado, y pasaron varias semanas hasta tenerla disponible. El ala donde hacíamos las clases era vetusta, con unos desconchones dignos de Sarajevo en 1991. Puede parecer frívolo, ahora mismo, hablar de estos, digamos, inconvenientes arquitectónicos o estructurales. De hecho, ahora mismo me parece de una inocencia tremenda. Pero os aseguro que en aquél momento me indignaba.

Otra de las decepciones, y esta fue de las grandes, residía en el profesorado. Uno imaginaba a un profesor de universidad como una suerte de sabio dispuesto a compartir sus conocimientos con el alumnado. Y sí, había alguno de ellos francamente listo. Los menos, por desgracia. De la docena de profesores que tuve el primer cuatrimestre, apenas se podía salvar alguno. Y de ellos, de los que sí que parecían ser señores de sapiencia magna, su capacidad de transmisión de conocimientos dejaba que desear. Eran, por supuesto, mejores que varios inútiles que combinaban un nivel justito con una pose de desidia hacia el alumnado sonrojante.

Proyector de transparencias de acetato... antigüedades...

Proyector de transparencias de acetato… antigüedades…

Recuerdo con claridad a un idiota que impartía su asignatura a base de transparencias. Sí, eso suena al Pleistoceno Superior, por lo menos. Pero en 1997 yo recibí MUCHAS asignaturas con transparencias. Para el sector juvenil de NDK, se trataba de imprimir en un papel de acetato, un puto plástico transparente, y situarlo en un proyector que a base de una lámpara y un juego de espejos, mostraba el contenido en una pantalla blanca. Pues bien, ese profesor había escrito unos apuntes a mano y los había fotocopiado en acetato. Con todo lo que ello conlleva. Los había escrito en una libreta de folios cuadriculados, por lo que la cuadrícula también se veía en la transparencia. Los había escrito con tachones y estructura caótica. Y lo que es peor, con unas faltas de ortografía que asustaban. Hablo de escribir artefactos incendiarios contra la lengua castellana del calibre de (sí, lo juro) “vamos ha ber”. De verdad, ¿cómo querían que respetara a un profesor así? Para colmo, usaba constantemente una muletilla, “pa’ que haiga”. “Usamos esta fórmula pa’ que haiga un resultado blablablá”. Reconozco ser bastante puntilloso con la ortografía y la gramática. Y sin embargo, lo de ese individuo resultaba sonrojante. Pero ahí estaba, el tipo. Año tras año, con su asignatura, impartiendo lo mismo una y otra vez. Mandando imprimir esos apuntes lamentables en reprografía, y con el alumnado, curso tras curso, leyendo “vamos ha ber”. Con esa libreta, el original, el incunable, amarilleando. Y no es exageración, el tipo llevaba su libreta original con las páginas tomando ese color del papel antiguo. Reventando el vergüenzajenómetro.

Canciones:

Imelda May: “Love Tattoo”

Billy Idol: “Flesh For Fantasy”

Def Leppard: “Love Bites”

07
Nov
13

Bajo La Piel

Esta mañana me he despertado acordándome del dúo que hicieron Frank Sinatra y Bono hace ya 20 añazos. De hecho, acabo de calcular ahora mismo, mientras escribía, los años que han pasado de ese single y al teclear ese dos y ese cero me ha recorrido un escalofrío. 20 años, que se dice pronto. Claro que hace 15 que Sinatra cría malvas.

Volvamos a ese 1993 cuando el viejo Frank hace un movimiento comercial increíblemente exitoso para un cantante de su edad y de su condición artística, tan alejada del fenómeno pop que generaba tantos beneficios a las discográficas: su ya clásico disco de duetos “Duets”.

Aunque participaban cantantes de diferentes raleas y condiciones, todos recordamos ese “I’ve Got You Under My Skin” que cantó junto con Bono, como algo, digamos, revolucionario. Tengamos en cuenta que hoy en día Bono es un señor mayor que canta con un grupo para un público de cuarentones y hace conciertos en estadios que son más conocidos por su espectacularidad que por el rock o el pop. En 1993, sin embargo, Bono estaba en un punto muy álgido, y debo reconocer que sin ser yo gran fan de los U2, entre 1991 y 1993 grabaron lo que considero mis dos discos favoritos de la banda, “Achtung, Baby” y “Zooropa”. Además, hacía los numeritos en escena pero a su vez usaba su implicación política como bandera, por ejemplo, en aquel entonces, con la guerra de los Balcanes.

Seguramente a Sinatra, un tipo para quien “el rock n’ roll es música hecha por y para retrasados mentales” (dixit) el unir sus fuerzas con ese irlandés no significó más que un incordio para vender más discos. Bono, obviamente, estaba emocionado, más si tenemos en cuenta que es de los pocos participantes en el disco con quien Frank tuvo la deferencia de compartir el aire que respiraba, ya que las canciones se grabaron por separado con cada intérprete.

Para la posteridad queda este vídeo en el que se incluyen pequeños fragmentos del momento en el que Sinatra recibe en audiencia a Bono. Y he de decir que el dueto no está nada mal, y que esos falsetes de Bono combinados con el clasicismo swing de la pieza quedan francamente apañados. Y reconoceré que fue gracias a esta canción, o mejor dicho, a este videoclip, que yo descubrí la música de Frank Sinatra. Es posible que sin este vídeo, nunca me hubiera llegado a interesar por el viejo Frank. Y creedme, eso hubiera sido toda una pérdida…

05
Nov
13

jitazos fugaces. hoy… Deee-Lite

Ando releyendo ese gran libro que es “Por favor, mátame. La historia oral del punk”. No tiene nada que ver con la muerte de Lou Reed, en realidad es pura casualidad. Sin embargo, quisiera tomar una cita que da el Lou Reed iniciático, en los inicios de la Velvet. “La música es sexo, drogas y felicidad. (…) No tengáis miedo. Mejor que toméis drogas y aprendáis a amar el plástico.” Como frase, es completamente abierta y se puede interpretar de muchas maneras. Además, a Lou nunca había que tomarle muy en serio. Pero por alguna razón me ha recordado a “Groove Is In The Heart”. Tal vez la visión hedonista.

Nunca me ha gustado la expresión “buen rollo”. Más odiosa todavía si se usa el diminutivo, “buen rollito”. Será porque últimamente parece que ando cabreado con todo. Y sí, pero no. Por eso necesitaba un poco de desintoxicación. La música puede ser divertida e invitarte a menear el culo. “Groove Is In The Heart” es como “buen rollo”. Pero mejor.

Nos dice esa suerte de Oráculo De Delfos actual que resulta ser Wikipedia que lo que se conoce como “groove” es “la «sensación», rítmicamente expansiva, o el sentido de «swing» creado por la interacción de la música interpretada por la sección rítmica de una banda (batería, bajo eléctrico o contrabajo, guitarra y teclados). El groove es un factor importante en los distintos subgéneros del jazz, y de ahí a otros géneros como salsa, funk, rock y soul. El término suele utilizarse, también, para describir un tipo de música que incita al movimiento o al baile. (…) Se ha afirmado que el «groove» es una «comprensión del patrón rítmico», o un «sentimiento», y «una sensación intuitiva» de un «ciclo en movimiento», que surge a partir de «patrones rítmicos cuidadosamente dispuestos», que ponen en movimiento al oyente.” … hablando en plata, el Groove es aquello que nos hace mover el buyate. Más o menos. Eso lo tenían muy claro el trío de Nueva York Deee-Lite.

De nuevo un Jitazo Fugaz noventero. En esta ocasión, diferente. La cosa va de música de baile. Cada vez que pensamos en los 90s, por lo menos en su primera mitad, habitualmente, por lo menos el que suscribe, nos acordamos de señores con los pelos largos, perillas y pantalones tejanos raídos, tocando acordes tríadas con la distorsión a tope. Habían, claro, muchas más cosas. Lo que ocurre es que no me interesaban. Claro que en la piel de toro lo que se puso de moda en lo que a música de baile se refiere, y de un modo muy popular, fue lo que se llamó “bakalao” en un principio y luego, directamente, “máquina”. Y cuando yo era un chavalín, para mí, era el enemigo a batir. ¿Os acordáis de esa entrañable película “Cero En Conducta”, producida por los Kiss, que narraba, entre otras, las peleas entre los rockeros y los fans de la música disco? Pues algo parecido, pero entre la máquina y el grunge/rock noventero.

En definitiva, por estos lares, eso del house fue para iniciados, por lo menos hasta finales de la década. Y claro, eso de los Deee-Lite era una rareza que me llegó vía videoclip, lo cual no era de extrañar: el videoclip del clásico “Groove Is In The Heart” era cachondo, psicodélico y lo suficientemente colorista como para llamar la atención, o provocar ataques epilépticos, una de dos. La canción, en realidad, es una empanada que toma del house tanto como del funk, del hip-hop, incluso del jazz. Y qué queréis que os diga, me gusta. Me da buen rollo (JUAS). Tan básico y  simple como eso.

“Groove Is In The Heart” fue el primer single del debut, en 1991, de Deee-Lite, un trío formado por dos DJs y una cantante, la guapísima Lady Miss Kier, quien además se ocupaba de embutirse en un ajustadísimo traje de una pieza y bailar para el videoclip. Y, sinceramente, no os puedo decir gran cosa más acerca de ellos, por lo menos no más de lo que se pueda encontrar en la mencionada Wikipedia. Y para eso, casi que lo busquéis vosotros mismos.

Los señores de Wikipedia dicen que no, que Deee-Lite tuvieron una vida más longeva que este “Groove Is In The Heart” que yo diría que es más recordado en su formato videoclip. Tengo mis dudas. Para mí, un Jitazo Fugaz en toda regla. Alguna vez ya lo he confesado… cuando voy a alguna discoteca de esas que ponen la llamada “música de baile” (aunque menudos bailoteos me he pegado yo con The Stooges o The Cult), mi parte favorita es cuando la hora de cierre se acerca y pinchan temas antiguos, alejados de lo que lleva sonando toda la jodida noche, Jitazos ochenteros y de principios de los 90s. El alcohol hace mella, claro, es el momento de darlo todo. Pues bien, “Groove Is In The Heart” podría significar ese momento. DJ’s del mundo, pinchad más “Groove Is In The Heart”, hostias!

31
Oct
13

10 cosas hipsters que me gustan

Bien, bien… parece ser que mi texto de ayer levantó cierta polvareda. De todas formas, mis queridos hipsters, esperaba más de vosotros. Ni una sola réplica. Sois unos blandos. O sois de esos que dicen que no, que ellos no son hipsters. Pero mirad, ayer citaba a Òscar Dalmau y hoy le otorgan un premio Ondas. ¿Casualidad? No lo creo. Sea como fuere, reconozco tener un espíritu contradictorio que me lleva a redactar esta segunda lista, el yang del yin de anoche: 10 cosas hipsters que me gustan

1.- Los pantalones pitillo: Como siempre en estas situaciones, el hipsterío no ha inventado nada, y los tejanos pitillo no son algo que se creara en el año 2009. Recordemos que el punk británico ya pasó por ellos, y no olvidemos, oh cielos, a los de la NWOBHM, la New Wave Of British Heavy Metal, o como los conocíamos en mi barrio, los jévits de toda la vida. En fin, que sí, que unos buenos tejanos pitillo molan, y para un tipo más bien delgado como yo, sientan bien. Porque ojo, que si uno se pasa con la estrechez de la cintura, puede pasar el llamado efecto madalena. No lo digo yo, lo dicen también ellas.

2.- Las barbas: De acuerdo. Ayer rajaba de las barbas. Pero no olvidemos una cosa, añadía un adjetivo: bíblicas. Si algo nos han traído los años que llevamos de década es que ya no hace falta afeitarse. Reconozco que yo también he sucumbido. Eso sí, hombres de dios, el cuello, siempre rasurado, no me sean cerdos. Y si tienen una mejilla muy poblada, pues también. Por lo demás, una barba de cuatro, cinco o seis días, suele quedar bien y además, te ahorran del engorro del afeitado diario. Pero ojo, que al séptimo día la cosa comienza a ser más propia de miembro de Al Qaeda (hola Obama! Hola, CIA!). Y eso, pues no.

3.- Vampire Weekend: ¿Cómo acabé haciéndome fan de una banda neoyorquina de pop arty y marcadas influencias de la música africana y de la música de cámara barroca? Pues metiéndome donde no me llaman, y en una de mis crisis de ya-no-escucho-música-moderna. Me suele pasar. De repente, veo que me quedo estancado en mis bandas de siempre, rockeros  muertos o decadentes, cuyo momento de gloria más cercano está en 1996. Entonces pruebo con una de esas moderneces que aparecen en las revistas. Suelo salir escaldado de estos experimentos. Pero miren por dónde, los Vampire Weekend han resultado ser una agradable excepción.

4.- Los gin-tonics: Vamos con la contradicción número dos de la noche. Yo antes bebía vodka. Con limón. Pero un par de malas resacas acabaron con mi afición. Luego un amigo pidió dos gintos, y resultó una bebida que al menos no te dejaba el regusto dulzón de las resacas a base de combinados con limón, naranja o coca-cola. Eso sí, cada vez que me pido un gin tonic y me recuerda a una ensalada, me pongo de mala leche.

5.- Las Ray-Ban Wayfarer: ¿Hipster? Pero vamos, si las llevaba Tom Cruise en la maravillosa “Risky Business”, David Hasselhoff AKA Mitch Buchanan en “Los Vigilantes De La Playa” o Bob Dylan en 1965. ¿Hipster? No me jodas, hombre.

6.- Instagram: Yo nunca tomaba fotos en mis viajes. Era capaz de estar diez días en Australia y no tomar ni una instantánea. Me daba mucha pereza acarrear una cámara fotográfica. Mi entrada en el mundo de los smartphones acabó con ello, y ahora puedo llevarme algún recuerdo en forma de imagen con una cierta calidad. Dicho lo cual, para disimular mi torpeza como periodista gráfico, el descubrir una aplicación como instagram y sus fantásticos filtros retro, me fue de perlas. ¿Que la foto no ha salido bien? Filtro Nashville. ¿Que la luz no es buena? Filtro B/N. Y así. No me busquéis en la red de “instagramers”. No estoy.

7.- El té: Yo siempre había sido de café. De tomarme 4 o 5 cortados al día. Y no os creáis, sigo haciéndolo. Me aficioné al té cuando comencé a viajar a países en los que o bien no hay café, o si lo hay, mejor no tomarlo. Pero té en las bolsitas clásicas Horniman’s, no la moñez esa de la bolita en donde se meten los hierbajos.

8.- Primavera Sound: Reconozco que con los años y las diferentes ediciones, el nivel de calidad del festival ha ido subiendo. Además, su celebración, en mi ciudad, en un recinto fácilmente accesible, le hace sumar enteros. Puede considerarse, a priori, un festival hipster. Pero amigos, en los últimos tres años han pasado por sus tablas gente tan poco hipster como Neil Young, The Afghan Whigs o Mudhoney. Por supuesto, tiene ese componente de pasarela del moderneo donde los chicos y chicas acuden a lucir sus mejores galas. Pero a su vez, tiene buena oferta musical. Y eso me basta.

9.- Running: Comenzaré diciendo que llamar “running” a lo que toda la vida había sido “salir a correr” me parece una memez de esas de campeonato. Lamentablemente, así, todos nos entendemos. Yo había pronunciado alguna vez la frase de que “el verbo correr sólo debería conjugarse en modo reflexivo”. Pero no, desde hace unos pocos años, le he cogido el gusto. Por obligación, no se crean, que cuando comencé a sumar años, noté que hincharme a cheetos se pagaba. Y al final, es el deporte más efectivo para una cura de exceso de cheetos.

10.- Los 80s: Nací en 1979. De manera que, más o menos, año arriba, año abajo, considero los 80s como la década de mi niñez y los 90s como la de mi adolescencia. Resulta, por lo tanto, normal que vea como entrañables los productos de esa década, sean películas, televisión o cierta estética. Lo que me llama la atención es que chicos y chicas que no vivieron el estreno de McGyver en TVE1, porque ni siquiera habían nacido, reivindiquen esa década. Pero así son las cosas, supongo que es algo parecido con esa reivindicación de los 70s que se hacía cuando yo era un adolescente y todo aquello me parecía muy molón.

Canciones:

Band Of Horses: “St. Augustine”

Lou Reed: “Rock n’ Roll Heart”

The Cult: “Naturally High”




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