Archivo de octubre 2015

24
Oct
15

Todos Somos Extraterrestres

Cuando yo era pequeño, mis amigos, en vacaciones, se iban al pueblo. Así, durante los períodos vacacionales de más de 4 o 5 días, fuera navidad, semana santa o, sobretodo, en verano, desaparecían del barrio para ir a unos lugares estupendos, casi míticos, en los que se podían realizar actividades que en mi mente infantil me parecían maravillosas, a saber, zanganear con la cuadrilla hasta las tantas de la noche, vivir montado en una bicicleta, bañarse en un río, ver cómo se ordeñan cabras o pasear la estatua de la virgen en quince de agosto. Todo eso, claro, me resultaba lo máximo que un chaval podría desear, porque yo no tenía pueblo.

En su lugar, algunas veces (y nunca con esa frecuencia anual casi religiosa de mis camaradas de barrio), mis padres tenían el arrojo de llevarse a mis hermanas y a mí de viaje a León, lo más parecido a “mi pueblo” que pudiera tener. Y venga, esos ochocientos kilómetros infernales en coche. Por supuesto, no era un pueblo, aunque también es cierto que era lo más rural que yo había experimentado, no por la ciudad en sí, sino por algunos pueblos de alrededor que visitábamos. Pero no, el campo base estaba en la capital de provincia, con lo cual, no era ni chicha ni limonada. Debe hacer casi 20 años que no voy, pero no nos engañemos, no resultaba muy diferente que mi ciudad. Más pequeña, pero ciudad. Así que no había nada en común con esas vivencias rurales de mis amiguetes, más allá del palizón de carretera.

En León solíamos hospedarnos en el piso de una familiar de mi madre, una persona que recuerdo como entrañable, que acabó metiéndose a monja en un convento de clausura. Y para ti, mi lector descreído de mierda que no tiene ni idea de qué va eso, te diré que sí, es lo que parece. Un convento de clausura es como acceder a la edad media sin DeLorean ni hostias, donde unas monjas se encierran en un edificio del siglo XIV a no hacer nada, más que rezar, pasear por el claustro, y, ojo, tienen prohibida la salida del recinto de no ser por causa de fuerza mayor (visitas médicas, y demás). Antes de meterse a monja, esta mujer tenía una casa llena de libros, y es evidente que la religión estaba presente, pero desde luego su biblioteca había cosas interesantes. Tenía también tan sólo dos películas de vídeo, grabadas de la televisión, “Sonrisas y Lágrimas” y “Jesús de Nazaret”, la versión de Franco Zeffirelli. Obviamente, me tragué esas dos películas muchas veces, así que podría cantar las coplillas de la familia Von Trapp de memoria o recordar las escenas de ese clásico de viernes santo de los 80s y 90s.

Es por ello que me resultó una sorpresa dar, en esa casa tan devota, con un ejemplar de un libro titulado “Todos Somos Extraterrestres” de un tal Marius Alexander. El encuadernado era propio de una novelita de baja tirada, la portada pretenciosa y el contenido resultaba ser digno de una charla de bar de un Iker Jiménez con una par de sol y sombras de más. Así, el tal Marius Alexander desarrollaba una serie de teorías acerca del origen extraterrestre de la raza humana, considerando que lo que los cristianos asumen como la creación del hombre por parte de dios no era más que un experimento  de una raza superior de alienígenas que se entretuvieron sacándose de la chistera (voilà!) un ser nuevo en la Tierra.

Extraterrestres: están por todas partes (by @carloskarmolina)

Extraterrestres: están por todas partes (by @carloskarmolina)

Hablo de memoria acerca de un libro que hojearía con once años, y, seamos sinceros, apenas recuerdo lo que cené ayer,  que nadie espere datos pormenorizados. ¿Qué hacía ese panfleto con aires de teoría new age ochentera en casa de una mujer que acabaría metiéndose en un convento? ¿La duda, tal vez? ¿La curiosidad? En fin, como suele suceder en estos casos, no dejaba de ser una sucesión de ideas bien hilvanadas sobre una base francamente inconsistente. La idea de una raza humana creada por unos seres alienígenas es algo relativamente frecuente, que, por ejemplo, ya desarrollaban sectas como los elohimitas de los que hablaba Houellebecq en su novela “La Posibilidad de una Isla”. Y a partir de ahí, todo de teorías acerca de señales en biblias y otros libros sagrados de la noche de los tiempos, como el clásico del carro de fuego de Elías, y demás. Que en definitiva, hace dos o tres milenios, por lo visto, los extraterrestres se paseaban por el planeta como Pedro por su casa, y ahora, los jodíos se hacen los remolones. Y por ahí pasa la Atlántida, Egipto, o Jesús, un alien (como un Alf cualquiera) enviado a la Tierra. Y por si fuera poco, una teoría que en su momento me dejó francamente sorprendido, que los primeros humanos eran hermafroditas, es decir, tenían ambos sexos, como, y si me permitís la broma, la Veneno y Carmen de Mairena.

Tirando de Internet, veo que Marius Alexander es el pseudónimo de Màrius Lleget, un periodista y escritor de Granollers, pionero de la ufología en España, que publicó una treintena de libros entre 1955 y 1982. Marius Alexander suena mejor, suena a científico exiliado de la URSS por haber revelado secretos de lo que los cosmonautas vieron y nunca les dejaron explicar. Pero resulta que el tío era casi vecino mío.

Una vez más, me pregunto qué extraño resorte ha hecho saltar a este recuerdo a la superficie de mi memoria, esa memoria que me permite más fácilmente recordar aquello de “do, es trato de varón, re, selvático animal” o poder citar los años de publicación de los discos de Guns n’ Roses, pero no en qué piso del parking del centro comercial he aparcado mi coche. Como vemos, Marius Alexander no logró convencer a aquella lectora, que prefirió refugiarse en el catolicismo, en su vertiente más rancia. Pero no hace falta más que salir a la calle para darse cuenta de que sí, todos somos extraterrestres. O casi.

Canciones:

Guns n’ Roses: “Riad n’ the Bedouins”

Royal Headache: “High”

Phoenix: “1901”

20
Oct
15

La Posibilidad de una Isla

Escribo estas líneas en un avión que me lleva a Bogotá con una estúpida, inesperada y ciertamente irritante parada en Cali. He visto la película “J. Edgar” de Clint Eastwood, con ese Leonardo DiCaprio y ese maquillaje que me recuerda a los “Celebrities” de Muchachada Nui. Y sin embargo, no está mal, la cinta. Eastwood rueda con oficio y su duración infame de dos horas y cuarto pasa agradablemente. Pero es que a mí me gusta mucho el tema, cosas de consumir demasiada literatura de James Ellroy y demasiados “No Me Judas, Satanás” de César Martín en Popular 1. Dos fuentes con una particular conexión, lo reconozco.

Los viajes transoceánicos en avión me suelen dar pie a reflexiones que probablemente vienen filtradas por el cansancio, el agobio, el aburrimiento, esa extraña sensación de no saber qué hora es, la de verdad, la de tu cuerpo. Tengo 35 años y seguramente he cubierto al menos un tercio de mi vida. ¿Alguna vez os habéis pensado a parar en ello? Aunque soy joven, por lo menos así me considero, ya no soy lo que se calificaría de “un jovencito”. De hecho, ahora la prensa habla de una nueva generación, los “millenials”, sin saber muy bien a qué se refieren y si, al menos, cronológicamente hablando, pertenezco a ella. Claro que también hace unos años se hablaba de la Generación X y tampoco supe nunca si me podía incluir o no. Entonces era demasiado joven para ser Generación X y ahora soy demasiado viejo para ser un millenial, hay que joderse. Aunque sospecho que esto de los millenials no deja de ser una creación surgida de un despacho de marketing para enfocar correctamente las ventas a un determinado sector, aunque, diablos, se supone que existe ese sector.

En fin, tú, tal vez, no habrás pensado en asuntos como lo que te queda de vida, pero Michel Houellebecq sí lo ha hecho, y te lo plasma en una novela, para joderte un poco la existencia. El gabacho suele ser de esos que te ponen el dedo en la llaga y si lo tienen a mano, te echan vinagre en ella. “La Posibilidad de una Isla” es la quinta novela de Houellebecq que leo y como todas, me ha gustado mucho. La vida y su final, o no, las relaciones humanas y lo que nos condicionan para la vida, lo jodidamente solos que estamos. Sobre esto gravita una historia que no sabría considerar si es lo de menos. Siempre sombrío, no es la clase de lectura que te lleva al optimismo y la diversión. Pero eso depende de cada uno, claro. Lo que más me gusta de los libros que escribe Houellebecq es el poso que deja cuando uno ha cerrado sus tapas.

ojo ahí... (by @carloskarmolina)

ojo ahí… (by @carloskarmolina)

No soy el único, Iggy Pop, que en los últimos años lleva un afrancesamiento ciertamente curioso, también se sintió tan influenciado por la lectura de “La Posibilidad de una Isla”, que grabó una suerte de disco semiconceptual en donde retomaba caminos que había trazado tiempo atrás con su LP “Avenue B” y que había abandonado para emprender de nuevo su andadura con The Stooges. Interesante conexión, la de monsieur Pop con Michel Houellebecq. Y leyendo sus páginas, no me deja de parecer razonable que en algún aspecto Iggy Pop se pueda identificar con el protagonista de “La Posibilidad de una Isla”.

Canciones:

Iggy Pop: “King Of The Dogs”

Gary Moore: “Nuclear Attack”

Zaz: “Les Passants”

06
Oct
15

Trabajos de adolescente (1): El Barça

Ah, los trabajos de estudiante. Martingalas variadas en las que algunos estudiantes nos vimos más o menos obligados a meternos con el fin de poder conseguir unas perrillas que gastar en vicios variados, ni que fuera el sobrante después de pagar la matrícula de la universidad. Eso era, claro, cuando para poder pagarse una universidad pública no hacía falta vender un riñón en el mercado negro de órganos. Eran otros tiempos.

Si lo miro de este modo, tampoco me puedo quejar. Otros han tenido que acumular curreles miserables aún acabada su etapa estudiantil. Y sin embargo, permitidme que esquive el rollo panfletario de la precariedad laboral y la lucha de clases. Y permitidme que me centre en esos trabajillos que fui haciendo durante mi etapa como estudiante, desde que tuve 14 años hasta que tuve 22 y firmé mi primer contrato de 40 horas semanales, nóminas, y todas esas cosas.

Como quiera que no pretendo relatar mi trayectoria profesional adolescente de modo cronológico y exhaustivo, me permitiré ir dando saltos y centrarme en aquello que considere, que para algo éste es mi blog y escribo sobre lo que me sale de los cojones.

De modo que comenzaremos por la primera entrega de la que espero, sea una saga: El Barça

Sí, habéis leído bien, el menda estuvo trabajando para el Futbol Club Barcelona, entre las temporadas 95-96 y la 98-99. Lamentablemente, no formaba parte de La Masia, ni del staff técnico, ni siquiera era el chico que le encendía los puros a Joan Gaspart. No. Mi tarea era la de dependiente, por decirlo de algún modo, de los puestecillos de alquiler de almohadillas en la tribuna del Camp Nou. Para aclarar, en la tribuna del estadio, se ofrecía la posibilidad de alquilar una especie de cojinete de espuma para que los socios con dinero que pululaban por la tribuna pudieran posar sus nalgas sobre algo más mullido que el frío plástico del asiento. La burguesía barcelonesa se llevaba uno de estos cojinetes y luego los dejaban en el asiento para su posterior recogida. El doctor Barraquer, familias de jugadores, etc…

Así, mi trabajo era básicamente el siguiente: Entrar con dos horas de antelación al estadio, lucir una fantástica bata azul de operario, arrastrar las cajas de cojinetes a mi puesto y pasarles un trapito para quitarles el polvo. A medida que se acercaba la hora, los socios amb caler iban pasando y por unas 125 ptas, creo recordar, se llevaban los cojinetes. Una vez comenzado el partido, guardábamos en un cuartillo inmundo las cajas y los cojinetes restantes, si los había, y se nos pagaba, a razón de 25 ptas por cojinete. En un partido mediano podías sacarte unas 3000-4000 pelillas, lo que no estaba mal, si contamos que comencé con 14 años. El que tenía un business interesante era el responsable del tinglado, que, ese sí, se llevaba 100 ptas por conjinete, con lo que haciendo números rápidos, si yo me levantaba 4000 ptas, él se llevaba 16.000 ptas. Eso sólo por mi puesto, y éramos 7 u 8 puestos.

Este año se ha celebrado la edición 49, poca broma...

Este año se ha celebrado la edición 49, poca broma… (by @carloskarmolina)

Una vez recogido el dinero, podía buscarme cualquier asiento que hubiera libre en tribuna (y siempre habían) y ver el partido. Al final del encuentro, tenía que recoger los cojinetes de los asientos, lo que solía ser una tarea rapidita. Y listo.

El gran aliciente se suponía que era poder ver los partidos gratis. Y sí, reconozco que tenía su gracia. Pero no os engañaré, aunque me gusta el fútbol, una cosa es ir al campo cuando te apetece y otra es ir siempre, por obligación, sea sábado o domingo y tragarse todo el partido, por coñazo que sea, fuera bueno o malo, y sin verlo entre amigos, que no deja de formar parte del ritual. Será que ahora me gusta más el fútbol que antes, pero os aseguro que llegaba a tocarme bastante las narices, y más de una vez hubiera querido recoger el dinero y largarme sin ver el partido. A mí me tocó, además, las dos temporadas en las que a Antena 3 le dio por emitir un partido los lunes a las diez de la noche. El horror. Había mucho flipado entre el grupo de gente que allí trabajaba, pero yo, si iba, y si aguanté cuatro años, era por el dinero. Llegó un momento en el que el Barça me la traía al pairo.

Aquél fue mi primer trabajo, más o menos, en los que, siendo un crío, me rodeaba de tipos, bastante mayores que yo. Eran otros tiempos, y era otro Barça, un Barça muy casero, muy poco profesionalizado en lo que a servicios se refería. No se me olvidará jamás aquél cuartucho donde se guardaban los cojinetes, con un escritorio de los de flexo deprimente, y con el jefe,  un burgués venido a menos, aprendiz de empresario (que sus buenos duros manejaba, el mamón), Ducados perennemente colgado de los labios, fumando en el cuartucho, claro, aires de superioridad y gris, todo muy gris, contaba los cojinetes devueltos y te pagaba acorde a las “ventas” de aquella tarde.

Por si fuera poco, a aquél curro yo llegué como se hacían antes las cosas, supongo que también ahora, colocado por un amiguete de mi padre. El tipo tenía un yerno que también había colocado, y llevaba años en ese trabajo. Al cabo de varios partidos, hubo una reorganización, quién sabe por qué, y en lugar de ponerme un puesto para mí solo, me colocaron en el puesto de ese tipo, por lo que pasé a ser “su ayudante”. Y el muy hijo de puta, en lugar de repartir las ganancias al 50%, me daba lo que él consideraba. Si se hacían, qué sé yo, 6000 ptas, él se quedaba 4000 y me daba 2000. Y así estuve al menos dos años. Y ahora puede parecer una chiquillada, el prisma del paso del tiempo, que todo lo deforma. Pero os juro que aún hoy de buena gana le reventaría la cabeza con un bate de béisbol, como Robert De Niro hacía interpretando a Al Capone en “Los Intocables de Elliott Ness”.

En cuanto al fútbol, qué puedo decir. Me tragué una etapa muy triste en el club. Sólo hubo un destello de diversión, el año de Bobby Robson, con aquél mágico Ronaldo, el gordo, antes de estar gordo, cuando de sus botas salía pura magia, y como nunca más volvió a salir. Por lo demás, yo vi jugar a Prosinecki, a Korneiev , a Bogarde o a Zenden. Ojo ahí.

Y al final lo dejé, aburrido. Cansado de aguantar gilipolleces del jefe, del yerno y de su puta madre. Decidí que para cobrar unas perrillas, podía buscarme otras cosas. Y que el futbol, en la tele, se ve muy bien. Desde entonces, no he vuelto al Camp Nou.

Canciones:

Pink Floyd: “Learning to fly”

Phoenix: “1901”

Royal Blood: “Figure it out”




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