Archivo de octubre 2013

31
Oct
13

10 cosas hipsters que me gustan

Bien, bien… parece ser que mi texto de ayer levantó cierta polvareda. De todas formas, mis queridos hipsters, esperaba más de vosotros. Ni una sola réplica. Sois unos blandos. O sois de esos que dicen que no, que ellos no son hipsters. Pero mirad, ayer citaba a Òscar Dalmau y hoy le otorgan un premio Ondas. ¿Casualidad? No lo creo. Sea como fuere, reconozco tener un espíritu contradictorio que me lleva a redactar esta segunda lista, el yang del yin de anoche: 10 cosas hipsters que me gustan

1.- Los pantalones pitillo: Como siempre en estas situaciones, el hipsterío no ha inventado nada, y los tejanos pitillo no son algo que se creara en el año 2009. Recordemos que el punk británico ya pasó por ellos, y no olvidemos, oh cielos, a los de la NWOBHM, la New Wave Of British Heavy Metal, o como los conocíamos en mi barrio, los jévits de toda la vida. En fin, que sí, que unos buenos tejanos pitillo molan, y para un tipo más bien delgado como yo, sientan bien. Porque ojo, que si uno se pasa con la estrechez de la cintura, puede pasar el llamado efecto madalena. No lo digo yo, lo dicen también ellas.

2.- Las barbas: De acuerdo. Ayer rajaba de las barbas. Pero no olvidemos una cosa, añadía un adjetivo: bíblicas. Si algo nos han traído los años que llevamos de década es que ya no hace falta afeitarse. Reconozco que yo también he sucumbido. Eso sí, hombres de dios, el cuello, siempre rasurado, no me sean cerdos. Y si tienen una mejilla muy poblada, pues también. Por lo demás, una barba de cuatro, cinco o seis días, suele quedar bien y además, te ahorran del engorro del afeitado diario. Pero ojo, que al séptimo día la cosa comienza a ser más propia de miembro de Al Qaeda (hola Obama! Hola, CIA!). Y eso, pues no.

3.- Vampire Weekend: ¿Cómo acabé haciéndome fan de una banda neoyorquina de pop arty y marcadas influencias de la música africana y de la música de cámara barroca? Pues metiéndome donde no me llaman, y en una de mis crisis de ya-no-escucho-música-moderna. Me suele pasar. De repente, veo que me quedo estancado en mis bandas de siempre, rockeros  muertos o decadentes, cuyo momento de gloria más cercano está en 1996. Entonces pruebo con una de esas moderneces que aparecen en las revistas. Suelo salir escaldado de estos experimentos. Pero miren por dónde, los Vampire Weekend han resultado ser una agradable excepción.

4.- Los gin-tonics: Vamos con la contradicción número dos de la noche. Yo antes bebía vodka. Con limón. Pero un par de malas resacas acabaron con mi afición. Luego un amigo pidió dos gintos, y resultó una bebida que al menos no te dejaba el regusto dulzón de las resacas a base de combinados con limón, naranja o coca-cola. Eso sí, cada vez que me pido un gin tonic y me recuerda a una ensalada, me pongo de mala leche.

5.- Las Ray-Ban Wayfarer: ¿Hipster? Pero vamos, si las llevaba Tom Cruise en la maravillosa “Risky Business”, David Hasselhoff AKA Mitch Buchanan en “Los Vigilantes De La Playa” o Bob Dylan en 1965. ¿Hipster? No me jodas, hombre.

6.- Instagram: Yo nunca tomaba fotos en mis viajes. Era capaz de estar diez días en Australia y no tomar ni una instantánea. Me daba mucha pereza acarrear una cámara fotográfica. Mi entrada en el mundo de los smartphones acabó con ello, y ahora puedo llevarme algún recuerdo en forma de imagen con una cierta calidad. Dicho lo cual, para disimular mi torpeza como periodista gráfico, el descubrir una aplicación como instagram y sus fantásticos filtros retro, me fue de perlas. ¿Que la foto no ha salido bien? Filtro Nashville. ¿Que la luz no es buena? Filtro B/N. Y así. No me busquéis en la red de “instagramers”. No estoy.

7.- El té: Yo siempre había sido de café. De tomarme 4 o 5 cortados al día. Y no os creáis, sigo haciéndolo. Me aficioné al té cuando comencé a viajar a países en los que o bien no hay café, o si lo hay, mejor no tomarlo. Pero té en las bolsitas clásicas Horniman’s, no la moñez esa de la bolita en donde se meten los hierbajos.

8.- Primavera Sound: Reconozco que con los años y las diferentes ediciones, el nivel de calidad del festival ha ido subiendo. Además, su celebración, en mi ciudad, en un recinto fácilmente accesible, le hace sumar enteros. Puede considerarse, a priori, un festival hipster. Pero amigos, en los últimos tres años han pasado por sus tablas gente tan poco hipster como Neil Young, The Afghan Whigs o Mudhoney. Por supuesto, tiene ese componente de pasarela del moderneo donde los chicos y chicas acuden a lucir sus mejores galas. Pero a su vez, tiene buena oferta musical. Y eso me basta.

9.- Running: Comenzaré diciendo que llamar “running” a lo que toda la vida había sido “salir a correr” me parece una memez de esas de campeonato. Lamentablemente, así, todos nos entendemos. Yo había pronunciado alguna vez la frase de que “el verbo correr sólo debería conjugarse en modo reflexivo”. Pero no, desde hace unos pocos años, le he cogido el gusto. Por obligación, no se crean, que cuando comencé a sumar años, noté que hincharme a cheetos se pagaba. Y al final, es el deporte más efectivo para una cura de exceso de cheetos.

10.- Los 80s: Nací en 1979. De manera que, más o menos, año arriba, año abajo, considero los 80s como la década de mi niñez y los 90s como la de mi adolescencia. Resulta, por lo tanto, normal que vea como entrañables los productos de esa década, sean películas, televisión o cierta estética. Lo que me llama la atención es que chicos y chicas que no vivieron el estreno de McGyver en TVE1, porque ni siquiera habían nacido, reivindiquen esa década. Pero así son las cosas, supongo que es algo parecido con esa reivindicación de los 70s que se hacía cuando yo era un adolescente y todo aquello me parecía muy molón.

Canciones:

Band Of Horses: “St. Augustine”

Lou Reed: “Rock n’ Roll Heart”

The Cult: “Naturally High”

30
Oct
13

la lista del mes: octubre – 10 Cosas que odio de los hipsters

Lo leía en un fantástico artículo de Óscar Broc, que no cito ni enlazo sencillamente porque soy incapaz de recordar dónde lo vi. Era en una de estas revistas online, pero amigos, ignoro el nombre. A mí me llegó por un link a Twitter. Para que veáis el nivel. Pero bueno, que me voy por las ramas. La sección se titulaba “Modernillos de Mierda” y el texto en cuestión relataba cómo era posible constatar que “lo hipster” había dejado de ser exclusivo para convertirse en una moda presta a ser absorbida por el vulgo. Lo cual podría interpretarse como una derrota de los hipsters en su versión más distintiva y sin embargo, es una derrota del resto de los mortales, porque aquello tan odioso ha sido convertido en pasto de las masas, decía Broc, siendo esas masas gente tan cercana a ti como tu prima, tu vecino o el panadero de tu calle.

Así, tras la lectura (y disfrute) de ese artículo, influenciable que es uno, me dispongo a desarrollar una lista que acabo de considerar el denominarla “10 Cosas que odio de los hipsters”. Sin orden jerárquico ni preferencial en especial, ahí van:

1.- Los tecnicismos: Hipster. Cool. Outfit… es que no tenemos suficientes palabras en el diccionario o simplemente usan esos términos, principalmente anglicismos, para hacer ver al mundo lo mucho que molan? Niñas pijas apasionadas de la moda, que sepáis que cada vez que decís (o twiteais) la palabra “outfit” un cachorrito de golden retriever muere aplastado por una bota Doc Marten’s.

2.- Los auriculares gigantes: Ya sabéis a lo que me refiero… esa gente que va por la calle como si fueran DJ’s, controladores aéreos o vivieran en 1986. De verdad, qué problema había con los auriculares pequeñitos que se metían en el oído y hacían que los bajos te reventaran el yunque, el martillo y no sé cuántos huesecillos más con nombre cachondo que tenemos en el tímpano. Pero claro, apenas se veían, y amigos, el buen hipster, quiere ser visto.

3.- Las barbas bíblicas: Ésta sí que es dura… chicos jovenzuelos, en la flor de su vida, dejándose barbas dignas de un patriarca semita. Cuando yo era un zagal y miraba fotos de mi familia, pensaba que quién podía ser tan cutre como para ir por la vida con barba. Para mí, cosas de crecer en los 80s, la barba era un reducto de profesores cabrones o de hippies y progres trasnochados que no habían pasado páginas del calendario desde el 31 de diciembre de 1979. Quién me iba a decir que de repente, esas barbas de mi profesor de quinto de EGB iban a ser lo más.

4.- Los gin-tonics: Os lo recuerdo, queridos hipsters… el gin-tonic era la bebida favorita de la reina madre de Inglaterra. Sí, resulta que la jodida vieja se cascaba un par de gintos con cada comida. Y bueno, como combinado, no está mal. Por donde no paso es por esa locura de que si la ginebra nosequé tiene un fondo afrutado que si la combinas con la tónica tal que se fabrica en un pueblo del norte de Noruega, y se sirve con pepino y pétalos de rosa, resulta que deja al néctar y ambrosía de los dioses del Olimpo en puro calimocho de Don Simón.

5.- Las bicicletas: El maldito Bicing de Barcelona… en serio, qué problema había con tomar el metro, el autobús, un taxi o (horreur!!!) conducir un coche? Es más, qué problema teníais con el concepto de “caminar”. Pues no. El buen moderno se desplaza en bici. Es más, en una bici con aspecto de ser una reliquia que usó Pancho en “Verano Azul”. Amigos, las bicicletas son para el verano, para irse a la montaña o para que los cincuentones quemen sus barrigas prominentes los domingos por la mañana, disfrazados de Alberto Contador. No vayáis a los sitios en bicicleta. Os lo piden los transeúntes, los conductores, los que compartirán el aire con vuestras axilas sudadas y os lo pido yo. De todo corazón.

6.- Lana Del Rey: Cómo odio a esta tía… de verdad, es algo irracional… su pelo que parece de maniquí de El Corte Inglés en los 80s… sus uñas pintadas… su cara recauchutada… esa voz que quiere parecer lánguida y en realidad es, simplemente, sosa… esas canciones horrorosas. Merecería una buena paliza por parte de las L7 o de Kim Deal. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto.

7.- Las gafas de pasta: Ya hablé largo y tendido aquí acerca de esa manía miserable de lucir unas gafas de pasta aunque no las necesites. O, al menos, no por razones, digamos, fisiológicas. Vamos, que ves bien. Se necesita ser tarado. Al paquete, sumaría el hecho de llevar gafas modelo Luis Aragonés cuando entrenaba al Atlético De Madrid, o peor todavía, esos individuos que llevan las gafas que hubiera lucido mi difunta abuela en 1976. Sí, va por ti, Òscar Dalmau.

8.- Los zombies: Bueno, esta me revienta especialmente. Nunca he sido un gran fan de las pelis de terror clásicas. No más que de otros tipos de géneros cinematográficos. Tampoco me ha interesado nunca la serie B. Ni la serie Z. Ni la serie… es igual, ya me entendéis. En definitiva, ¿qué tienen de interesante estos individuos putrefactos que se mueven a velocidad de tortuga? Uy, sí, qué miedo, que vienen los zombis. Espera, que me fumo un cigarrillo y luego ya, si eso, me pongo a correr. Por eso, iniciativas como la que se enmarca en el Festival de Sitges, creo que se llama Zombie Walk, me parece merecedora de todo mi odio. Por cierto, los zombies originales eran los afectados por la magia vudú haitiana. Que lo sepáis. Listillos.

9.- Instagram: Reconozco que como programa para aplicar, de un modo sencillísimo, filtros retro a las fotos tiradas con móvil, y así, de paso, hacerlas mínimamente presentables, Instagram está muy bien. Lo que me revientan son esas personas que lo fotografían TODO y luego lo suben a su cuenta de instagram para que todo el mundo veamos que tienen la sensibilidad suficiente como para captar la sutilidad de una lata de cerveza aplastada en la acera. Eso sí, con un filtro Nashville.

10.- Las apps: Ya el nombrecito me parece repelente, y me lleva directamente al punto #1, lo cual no deja de ser un cierre circular bastante bonito para esta entrada. “Me he bajado una app que hace…”. Cada vez que alguien comienza una frase de ese modo, me dan ganas de salir corriendo. Que sí, que algunas son muy útiles. Otras no son más que una pérdida de tiempo. Parece que de repente, todo en este mundo puede estar gestionado a través de un programita escrito en Java. Las peores son esas que sirven para compartir los sitios en los que has estado, los restaurantes en los que has comido, los bares a los que has ido… supongo que George Orwell se refería a esto…

 

Canciones:

Band Of Horses: “The Funeral”

The Cult: “Real Grrrl”

Mr. Big: “To Be With You”

29
Oct
13

CONCIERTO DE THE FLAMING SIDEBURNS

Hace unos días hablaba del disco “Hallellujah Rock’n’Rollah” de los finlandeses Flaming Sideburns. Y hoy me he encontrado con esto:

Estas entradas sí que valía la pena coleccionarlas...

Estas entradas sí que valía la pena coleccionarlas…

Como podéis ver, pertenece a esa época en la que las entradas de los conciertos se imprimían en papeles satinados para dificultar su falsificación, y se vendían en las tiendas de discos. Entonces sí que valía la pena guardarlas. Ahora ya no tiene muchos sentido. Era el 24 de marzo de 2002, domingo de ramos, concretamente, ergo, el lunes siguiente era fiesta, y por entonces ya estaba enganchado al disco de los Flaming Sideburns, de modo que esperaba su actuación en Barcelona con ganas.

Tocaban en la mítica sala Mephisto, un antro de mucho cuidado, con unos lavabos muy poco recomendables, si me permitís que me ponga en plan tiquis-miquis. Por lo menos hace unos años, si bien apenas recuerdo la última vez que estuve por allí. Ojo al detalle, 12€ anticipada, cuando hoy en día cualquier mindundi te pide el doble por una entrada de concierto. Así que mejor que abandone esta pose abuelística de cualquiertiempopasadofuemejor, porque no lo fue. Aunque, carajo, las entradas eran más bonitas y los conciertos más baratos, las cosas como son.

De los teloneros poco puedo decir, no los vi. Pero los muchachos de Eduardo Martínez salieron a matar. El argentino, hiperrevolucionado, hizo una exhibición de desgaste y de saber llevar a un público de sala pequeña, y acabó encaramándose de las tuberías del techo. La banda, competente, desgranó su repertorio basándose en el disco que presentaban, y repescando temas de su antecesor que no desentonaron. La sala no estaba llena, probablemente el estar en medio de un puente de viernes a lunes, ambos incluidos, no favoreció. Pero los Flaming Sideburns dieron una lección de cómo dar un concierto de rock sin mayores pretensiones que las de ofrecer una noche divertida. Que de eso, sabían un rato.

Canciones:

Whiskeytown: “Strangers Almanac”

Stereophonics: “Maybe Tomorrow”

Hanoi Rocks: “Lost In The City”

27
Oct
13

El Peor Videoclip de la historia

Llevo unas semanas enganchado a las últimas temporadas de “Padre De Familia”, y lo puedo decir sin rubor, “Padre De Familia” me gusta más que cualquier otra serie de animación. Que nadie me entienda mal, adoro “Los Simpson”, es una serie que llevo viendo, casi ininterrumpidamente desde que tenía once años y se estrenó en horario nocturno en aquél programa de modernas de la dichosa movida en el que se incluía un episodio, en la 2 (por aquél entonces, TVE2). Menuda cara puso mi padre cuando le dije que quería ver una serie de dibujos a las once de la noche. ¿Alguien más en la sala que viera la serie por vez primera entonces? Sin embargo, la realidad es que han pasado 22 años y la sobreexposición ha sido brutal. Y sobretodo, no nos engañemos, las últimas temporadas de “Los Simpson” resultan tremendamente aburridas. Sigo siendo capaz de descojonarme de risa con el episodio de (por escoger uno al azar) Gabbo, pero veo uno de estos episodios que Antena 3 anuncia a bombo y platillo como nuevos, y me deja frío. De hecho, puede que sea una macabra casualidad, puede que no, pero desde que el actor que doblaba a Homer falleció, los episodios, en general, comenzaron a decaer. También puede ser que Carlos Ysbert tomara las riendas del malogrado Carlos Revilla (quien doblaba a Homer Simpson y a … KITT, el coche fantástico!!) en la temporada 12, y claro, una docena, son muchas temporadas.

El caso es que el otro día, viendo “Padre De Familia”, en una escena Peter está aleccionando a sus hijos Chris y Meg, y menciona lo que califica como “el peor videoclip de la historia”. Ahí saltaron las alertas. El documento que seguía a continuación era espeluznante. Peter Griffin estaba en lo cierto. Es el peor videoclip de la historia. Es el clip de “Dancing In The Street” de Mick Jagger y David Bowie.

Pero antes, pongamos unos antecedentes. Se trata de un dueto que Jagger y Bowie grabaron en 1985. Si repasamos las carreras de ambos en aquella época, podemos concluir que no estaban en su mejor momento artístico. Bowie tenía 38 años por entonces, y estaba en una de sus etapas más flojas, acababa de grabar “Tonight” (1984), que seguía la estela de la fama que le proyectó aquella decepcionante mutación que sufrió su personaje con “Let’s Dance” (1983), si bien conquistó un público y un mercado más masivo. Jagger tenía 42 años, y a los Stones en barbecho, en una de sus crisis de los 80s. De hecho, acababa de grabar su primer LP en solitario, “She’s The Boss” (1985), poniendo sus esperanzas en poder triunfar a lo grande sin necesidad de tener que aguantar a Keith Richards y a su pasado en los 60s y 70s. Algo que no ocurriría jamás.

Total, ambos eran unos cuarentones (Bowie, casi), reliquias de un sonido pretérito que la chavalería veía como algo alejado. Nada que no le pasara a la mayoría de los popes del rock de los 60s y 70s, que iban dejando de ser jovencitos, y perdiendo el respaldo mayoritario de la Juventud (dicho así, en mayúsculas), lo que los llevaba, a menudo, a realizar movimientos absurdos. Una crisis de los cuarenta en plena regla. Échenle la culpa a Pete Townshed y a sus versos lapidarios como “I hope I die before I get old”.

Como mínimo hay que valorar que se trataba de un proyecto de carácter benéfico, enmarcado en los fastos del celebérrimo “Live Aid” de Bob Geldof. La idea que tenían los dos prendas, Bowie y Jagger, era cantar en directo un dueto, estando Sir Mick en el JFK Stadium de Nueva York y Bowie en Wembley. Parece ser que al final lo vieron demasiado complicado, y decidieron tomar un atajo más sencillo. De modo que se lanzaron a la grabación de este clásico del soul, “Dancing In The Street”, que popularizaron Martha & The Vandellas en 1964, y que co-escribió nada más y nada menos que Marvin Gaye. Una gran canción, sin duda. ¿Por qué esa versión y no otra? Podría ser malvado y decir que Bowie estaba dispuesto a grabar cualquier cosa que conjugara el verbo “dance” en su título. Pero en realidad no tengo ni idea del por qué.

Lo que sí que está claro es que en 1985 la MTV era lo más de la modernidad, y la grabación de videoclips resultaba ser algo obligatorio para tener cierta presencia en el mundo de la música. Obviamente, Bowie y Jagger no se iban a conformar con la publicación de un EP de 7”, expresión, dicho sea de paso, que suena tan antigua como el pleistoceno superior.

Y allí es donde la cagan. Porque la verdad es que la versión del tema en cuestión no está nada mal, si bien no aporta gran cosa más que la producción ochentera. Pero bien, en general. No obstante, veamos el vídeo y luego continuamos:

Decorado de mierda, un muro ruinoso y un exterior en lo que parece una mezcla entre hangares y polígono industrial. De noche. Y unos aspectos que asustan. Jagger, no lo olvidemos, ya en la cuarentena, luciendo una de esas camisas de corte anchísimo que se gastaban en la época, pantalones de pinzas vaporosos y unas bambas blancas. Nunca ha sido el paradigma de la elegancia en escena, de acuerdo. ¿Y Bowie? Lo de David Bowie no tiene perdón de dios. Una suerte de mono de una pieza, o pantalón y camisa del mismo tejido, no acabo de apreciarlo, en unos tonos negros y estampado de camuflaje militar. Diríase que ha sido confeccionado a base de bolsas de basura. Y una gabardina digna del detective Colombo.

El clip al completo se compone de los dos divos, solos, bailando la cancioncilla. Bailando. Parémonos en este punto. ¿Vosotros recordáis cuando José Mota (lo siento, me hace gracia este tipo) se pone el disfraz de Blasa y se pone a bailar? Pues algo así. Como si la coca y el alcohol hubiera corrido a mansalva durante las seis horas previas a la grabación, y ambos estuvieran en pleno subidón eufórico. Como cuando te tajas tanto que te desinhibes y acabas en una discoteca a las cinco de la mañana bailando los hits ochenteros de revival como si te fuera la vida en ello, rodeado de tus amigotes que presentan un estado igual de lamentable que el tuyo y os tomáis el bailar “Take On Me” de A-Ha como un trabajo de equipo. Por favor, reconoced que vosotros también os habéis visto en esa tesitura.

Me avergüenza un poco el comentario, por tener un cierto tufillo homófobo, pero es de lo más gay que les he visto hacer a estos dos pollos, Bowie y Jagger. Quiero decir, parecen una imitación del mariquita bailongo hecha por Arévalo. Un chiste de sarasas en una discoteca. Y puedo reconocer que como amante de los hits más ochenteros, me gusta mucho esta “Dancing In The Street”, y que probablemente hacer el monguer de esa manera es la mejor manera de mover el buyate a su ritmo. Pero, y ya me perdonaréis mi mitomanía y mi seriedad, no me gusta ver a dos colosos como David Bowie y Mick Jagger dejando para la posteridad un documento gráfico más digno del de mis primos en la boda de nuestra prima segunda. Por favor, repasad momentazos como el minuto 2:35 , 2:05 o 1:55.

Y ya está. Y ese es el videoclip. Ni un cuerpo de baile. Ni un decorado de más. Todo grabado en una noche, como si fueran esos furtivos que no tienen permiso de rodaje. Hay que reconocerles, no obstante, su sentido del humor, o de la oportunidad, mírese como se quiera, para grabar un vídeo meneando sus culos juntos, haciéndose esas carantoñas, después de los ríos de tinta que corrieron en su época sobre una supuesta relación erótico-festiva entre ambos cantantes en los 70s. Verdad o mentira, la ladina Angie Bowie, ex-esposa de David, se encargó de propagar que los había pillado en la cama. Otros van más allá y hablan de una relación amorosa, no sólo sexual. Lo cual pudiera ser cierto, claro, y me parecería muy bien. Solo que no me lo acabo de creer.

Al final, la canción en cuestión resultó más exitosa que la propia carrera en solitario de Jagger. Y desde luego mejor que los discos de mediados de los 80s de Bowie. Pero para la posteridad nos legaron este terrorífico documento gráfico. El peor videoclip de la historia. Como les dice Peter Griffin, muy serio, a sus hijos Meg y Chris: “Y nosotros… lo permitimos…”.

 

Canciones:

Hanoi Rocks: «Tragedy»

Morcheeba: «The Sea»

Toot & The Maytals: «Never Grow Old»

19
Oct
13

“Hallelujah Rock’n’rollah” – The Flaming Sideburns (2001)

Ya comenté en mi anterior aparición por #FFVinilo que no suelo comprar mucho vinilo nuevo, sino que suelo tirar de la 2ª mano. A ello debería sumarle el hecho de que no acostumbro a comprar en formato vinilo discos que se hubieran grabado posteriormente a, más o menos, 1991. La razón está en que a partir de esa época, insisto, aproximadamente, las grabaciones se hacían pensando en el formato digital. Principalmente. El caso es que, como en todo, hay excepciones, y la excepción de hoy, amigos, es de las que vale la pena. 
 
Si nos situamos en el año 2001, el rock estaba ya lejos de esa efervescencia popular que trufó casi toda la década de los 90s. Es más, la cosa venía de antes, y puedo decir que entre 1987 y 1997 se grabaron muchísimos discos históricos. Luego, inevitablemente, vino un bajón. Y entre finales de los 90s y principios del nuevo siglo, parece mentira, pero fueron un puñado de bandas venidas del frío norte europeo las que insuflaron vida al rock n’ roll. Todos podríamos citar a las de siempre, a saber, Hellacopters, Gluecifer y Backyard Babies. Habían, sin embargo, otros grupos que pese a no gozar nunca de la popularidad y del alcance mediático (dentro de lo que es el rock) de las mencionadas, bien valían la pena. Hablo de formaciones como Turbonegro, Diamond Dogs, The Soundtrack Of Our Lives, Spiritual Beggars o nuestros protagonistas de hoy, The Flaming Sideburns. 
 
16
Oct
13

Libro del mes (octubre): «Ella Es punk Rock», Pablo Poveda

Pablo Poveda es un cabronazo. Lo es, porque su novela “Ella Es Punk Rock” resulta la clase de libro que yo quisiera haber escrito. Pero no lo he hecho. Cosas de la envidia. Y no envidia sana, por favor, no hacen falta paños calientes. La envidia sana no existe. La envidia de verdad es la que nos hace rabiar. Lo demás son meros sustitutivos, sacarinas de la vida. Porque esta novela es, al igual que “ella”, punk rock. Lo que quiera que eso signifique.

Una historia adolescente vital y directa a la mandíbula, no podría ser de otra manera. Quizás me recuerda a la frescura del siempre reivindicable Kiko Amat, si bien la prosa de Pablo Poveda va más al grano. Como los Ramones en “It’s Alive” y sus veintiocho canciones en cincuenta y tres minutos. Igual de adictiva.

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13
Oct
13

hemeroteca: black eyed peas. Rockdelux, 1999

De entrada, dos conceptos que me resultan bastante ajenos. Por un lado, la revista Rockdelux, paradigma de publicación aburrida para modernos y snobs. Por otro lado, esos fabricantes de hits para las discotecas y las FMs de medio mundo. Así que vayamos con las consabidas acotaciones.

Rebuscando entre mis pilas de revistas, encontré unos cuántos números de la revista Rockdelux. El cómo acabaron en mis manos, resulta ser algo cuanto menos peculiar. Todo viene de mi época estudiantil, cuando pasaba bastante rato en la biblioteca municipal de mi barrio. En los descansos, o durante los períodos de distracción, me acercaba a la sección de prensa, a ojear diarios y revistas. Y la dichosa Rockdelux siempre estaba. Y sí, ojeaba la revista Rockdelux, tal vez en busca de algo… no sé, quizás me estaba perdiendo algún apunte de modernidad que podría cambiar mi visión de la música. Evidentemente nunca llegó, pero durante diez minutos, me hacía pasar el rato. Un buen día, una de las bibliotecarias me comentó que estaban haciendo limpieza, tirando revistas pasadas, y que como me había visto ojeándolas, me ofrecía si quería llevarme a casa algunas. Sinceramente, me supo mal decirle que no, y acabé con varios números de Rockdelux, de las que me quedé unas cuantas en las que habían una serie de reportajes resumiendo distintos aspectos de lo que había sido, musicalmente, esa década de los 90s.

850 pesetazas que costaba, no era moco de pavo...

850 pesetazas que costaba, no era moco de pavo…

En lo que a los Black Eyed Peas se refiere, no me avergüenza decir que algunos de sus hits tienen su gracia. Por lo menos para su contexto, el de una discoteca o una radio convencional. El clásico “I’ve Got A Feeling” me parece un hit muy bien hecho, de esos que uno ya no puede soportar escuchar ni una vez más, a causa de su sobreexposición. Y bueno, sus primeros éxitos me recuerdan a una época muy fiestera que pasé, en el que solía acabar en locales muy poco rockeros, y en donde siempre, tarde o temprano, el DJ acababa pinchando alguna de sus canciones.

Así, llegamos a la confluencia de ambos conceptos, Rockdelux y Black Eyed Peas. No hace mucho, ojeando una de las revistas que os mencionaba anteriormente, en concreto el número de RDL 163, de mayo de 1999, me topaba con una reseña de un disco de los Black Eyed Peas. Una curiosidad. Aquí la tenéis.

RDL peas1

la foto 3

Como se puede ver, es una reseña hecha por un Óscar Broc que por entonces no tenía esa fama mediática de apariciones radiofónicas y televisivas que tiene actualmente. Nada que objetar, de hecho, los hermanos Broc, como colaboradores en programas, me caen bien. En fin, como se puede leer, hay más de un elogio a su concepto de hip-hop. Está claro que era otra época, y los tiempos de pasar a ser un cuarteto, con maciza incluida (Fergie) todavía quedaban lejos. Por entonces eran un trío masculino rapero. Supongo que todo el mundo tiene derecho a querer ganarse las habichuelas, y si me puedo comprar un Jaguar, pues mejor que mejor, y parece que Will I. Am vio claro que los cuartos no estaba en el hip-hop sino en la música de baile.

... sin la maciza Fergie no es lo mismo...

… sin la maciza Fergie no es lo mismo…

Habrían varios inconvenientes: seguramente la revista Rockdelux nunca jamás les volvería a reseñar un disco, y también, seguramente, ya no recibirían los elogios de Óscar Broc. Sospecho que la pena por ello les durará a los Black Eyed Peas el tiempo que tardan en quemar un billete de cien dólares para encenderse un puro. Y en cuanto a la revista Rockdelux, pues hace años que no ojeo ningún ejemplar, y supongo que seguirán con su rollo snob y pretenciosamente aburrido de siempre. No os creáis, durante los 80s aparecían por sus páginas personajes como Loquillo  o Willie DeVille, que jamás esperaríamos encontrarnos en tal publicación. Pero eso os lo reservo para otra entrega de esta hemeroteca.

 

Canciones:

Santana: «Guajira»

The Flaming Sideburns: «Loose My Soul»

Hanoi Rocks: «Tragedy»

 

 

04
Oct
13

historias de la universidad (pt. ii)

En realidad, yo podía haber estudiado lo que hubiera querido. Si bien en COU mis notas comenzaron a no ser tan esplendorosas, me pasé el bachillerato como un estudiante notable que nunca supo lo que era suspender una evaluación. Estaba, en fin, la carrera escogida, y había que apechugar, que de eso sí que sé mucho. De apechugar y tirar adelante. Como sea. Con más cabezonería que cabeza. Y desde luego, tirando de estómago, no de sentimientos.

Los mitos sobre la universidad fueron los que me hicieron más daño. Uno llega a la universidad esperando que sea un ágora de cultura. No, de Cultura. Con mayúscula. De jóvenes que leen alta literatura y no van al cine a ver blockbusters. De amantes de la música alternativa y de la crítica al sistema. Ni que decir tiene que no fue eso lo que me encontré. O por lo menos no como norma general. En realidad, seguramente sí que lo habría, pero por una cuestión puramente estadística, de la cantidad de gente allí congregada.

Lo que yo me encontré en primero fueron dos grupos, el de tarde y el de mañana, de muchachos acongojados ante lo que se les venía encima, fuera de la mano protectora que era esa cotidianidad del instituto, donde todo era conocido y controlado. Reconozco que me llamó la atención lo normales que parecían todos. Digo normales, cuando podía decir vulgares. Todos eran tan normales y tan vulgares como yo era. No como yo quería ser. Un matiz importante, esto del verbo. Insisto en mi concepción de la universidad como ese espacio donde los chicos y chicas listos y con inquietudes acababan, tarde o temprano. Un momento… ¿he dicho chicas? Ah, no eso brillaba por su ausencia. Era una ingeniería, y por más que se promulgue la igualdad, ésta todavía no estaba subyacente en la población escolar que elegía carreras. Así, las escuelas de enfermería estaban llenas de chicas, por poner un ejemplo verídico, y la clase de ingeniería estaba compuesta por varones en una proporción noventa-diez. Luego descubrí que de las ramas de ingeniería, no todas eran pasto casi exclusivo de masculinidad, sino que había dos de las ramas que todavía podían mostrar con cierto orgullo igualitario la presencia de un contingente femenino significativo. Una vez más, no había elegido correctamente. Mi rama de la ingeniería, mi carrera, mi clase, era desesperantemente parecida al seminario.

Las personas, especialmente durante la adolescencia, nos regimos por unos códigos estéticos que nos identifican de una u otra manera. Resulta frívolo, claro, aunque no por ello menos útil, para empezar relaciones. Recordemos que a la universidad llegamos, en muchas ocasiones, solos y alejados de esa pequeña manada que resulta ser la pandilla de amiguetes del instituto. Así, recuerdo haberme puesto a buscar signos estéticos que destacaran como algo que me pudiera parecer interesante, a saber, camisetas de grupos musicales, pelos largos, piercings, cierta forma de vestir… eran los años noventa… Y no, no encontré mucho de lo que buscaba. Y al final, el día a día te lleva a la persona que por casualidad se sienta a tu lado. A la que coincide contigo en los grupos de prácticas porque el horario le es tan favorable como a ti. O al mero azar de tener un apellido que comienza por la misma letra. Viva el orden alfabético y las posibilidades que proporciona para dividir grupos. No deja de ser un pequeño baño de realidad. Uno más de los muchos con los que el primer cuatrimestre universitario te obsequia. Al final, te enseña una lección valiosa: nadie es mejor persona por tener unos gustos éticos o estéticos similares a los tuyos.

Canciones:

Nirvana: «Negative Creep»

Primal Scream: «Velocity Girl»

Page & Plant: «Kashmir»




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