A las10’30 tengo una cita en Castellón. Mi despertador suena a las 6’45, y a las 7 decido que o me espabilo o no llego. Cuando bajo al parking me doy cuenta de que me he dejado la botella de agua. Un segundo de duda… ¿subo de nuevo? La pereza me vence, y decido que como a llevo una lata de red bull, tengo líquido suficiente.
Me pongo las noticias en la radio, cosa que suelo hacer a estas horas de la mañana, excepto los viernes, cuando suelo estar más animado y ponerme música, e incluso cantar. Pero hoy no es viernes, es miércoles y esto es Valencia. Castellón me espera. El camino se hace más o menos rápido. Desayunar con Red Bull no es muy saludable, pero no vea si espabila. Con puntualidad británica llego a mi cita de las 10’30, sorprendentemente sin perderme ni sin mis habituales putadas de un GPS que deja de funcionar siempre que me hace verdadera falta.

El desayuno de los campeones
Mi contacto en la zona es la delegada comercial, una gorda que logra despertar en mí instintos asesinos que dejan a Pat Bateman en un buen chaval. A ver, no es que sea mala tía. Simplemente, consigue ponerme nervioso. Debe tener trentaytantos, y en serio, no me importa que su conversación sea completamente plana. Estoy acostumbrado a esas cosas. Tampoco que profesionalmente no me demuestra muchas aptitudes. Lo que me revienta de ella es que no te escucha. Es verdaderamente flipante. No para de hablar, y cuando le doy una réplica en su conversación, su respuesta demuestra que no le ha interesado lo más mínimo lo que he dicho, y continúa con su soliloquio particular, haciendo de las conversaciones un verdadero diálogo de besugos. Sus comentarios con los clientes tampoco demuestran mucho más, llevando las conversaciones a estupideces sobre el tiempo, sobre que ya es miércoles y queda menos para el fin de semana, y otras que provocan en mí la necesidad de buscar una pala, hacer un agujero en la tierra y meterme dentro.
Por la tarde tengo que dar una pequeña sesión de formación. En estas sesiones siempre, por sistema, hay una serie de personajes: el gracioso, el que se duerme, el que no se entera de nada, el listillo que busca reventar la formación… afortunadamente, esta vez tan solo han habido un par de durmientes, que en el fondo, no me molestan.
Por la tarde, tengo que ir tirando hacia Valencia, donde otra solitaria habitación de hotel me espera. Una retención considerable me hace llegar hacia las ocho. Estoy cansado y decido ponerme cómodo y pedir algo del servicio de habitaciones para cenar. No hay gran variedad, pero tampoco soy muy exigente. Y aunque la hamburguesa parecía estar hecha de goma, estoy muerto de hambre y me la como sin rechistar, mientras veo cómo el Milan se adelanta con un gol de lo más estúpido, que demuestra que justicia y fútbol son términos incompatibles. Aunque me alegro por un pedazode jugador como es Maldini.
Decido entonces cambiar de canal y ponerme a ver Factor X. El programa es una mierda, pero me gusta Miqui Puig. Es un tío que sabe mucho de música, soretodo de pop y de sonoridades negras (en sus acepciones, ambas dos, más interesantes, véase cosas como Love o Delfonics), y me gusta su papel de juez con mala leche, pero con un fondo mucho más consistente e interesante que el penoso referente de Risto Mejide. Y es autor de varias canciones muy buenas.
Acabado el programa, decido que es hora de retomar tantos días alejado del negro sobre blanco, y acabar una noche más en el hotel. Se encuentra en un barrio poco interesante, y la única opción sin tomar transporte parece ser el club Lorena que hay justo en la calle de al lado. En tanto que no me apetece compartir copas, charla y mucho menos líbido con la plantilla del Lorena, me temo que las chicas tendrán que prescindir de mi interesantísima conversación sobre Dean Martin, y de mi cartera.
Canciones:
Wolfmother: «Pleased to meet you»
Chris Cornell: «Preaching the end of the world»
Los Sencillos: «No hay nada nuevo»