Escribo estas líneas, una vez más, desde un hotel de San Diego, California. Dicho así puede parecer muy molón, cuando en realidad tiene menos glamour del que pudiera llevar a pensar. Los viajes por trabajo suelen ser bastante anodinos. Pero de eso ya he hablado en muchas, demasiadas ocasiones. Así que también tiene su parte buena, y en ella me quiero centrar. Son ya un buen puñado de años, con la broma, yendo de un lado para otro. Y al final, como una persona querida, que anduvo viajando en su época, me dijo, el trabajo se olvida, las penurias se pasan y el dinero se acaba gastando. Lo único que permanece son esos recuerdos, esas experiencias vividas, las que uno se lleva en la mochila.
Esa afirmación, por perogrullada que parezca, me hizo, en una etapa complicada, ver las cosas de otro modo. Y llegados a este punto, sí, puedo afirmar que tengo algunas de esas, en la mochila. Ver cómo se abren y cierran las esclusas del Canal de Panamá. Hacer surf en Manly Beach, Sydney. Entrar en la mezquita azul de Estambul durante la oración vespertina. Tomar un café en un bar de suburbio de Argel, con los parroquianos. Visitar el muro de las lamentaciones en Jerusalén. Comer arroz con camello en el suelo de un restaurante rústico de Riad. Ver la final de la Eurocopa de fútbol en el bar de un hotel en Doha. Ponerme fino a pintas de Guiness en el pub favorito de Phil Lynott en Dublín. Visitar un local de samba genuino para paulistas en Sao Paulo. Comprar discos en Amoeba Records en Los Angeles. Ir a trabajar en tranvía en Melbourne. Subir al edificio más alto de Taipei. Pasear por la muralla china. Comer ballena en un restaurante de Oslo. Vivir los días de la muerte de Hugo Chávez en Caracas. Ver la final de copa de Colombia en un bar de Bogotá mezclado con hinchas de Millonarios. Pasear por las calles del distrito de St. Pauli en Hamburgo. Beber chupitos de pálinka en Debrecen, Hungría. Y me dejo bastantes cosas en el tintero. No está mal. Y sobretodo no está mal ahora que precisamente estoy en una de esas noches en las que uno sólo piensa en volver y se siente solo y miserable. Ayuda.
Y sin embargo, de una de esas experiencias en concreto quería hablaros. La viví ahora hará un año, en mi anterior viaje a USA, cuando este blog todavía lo tenía en barbecho. Más vale tarde que nunca, dicen. El año pasado, aprovechando un fin de semana libre que tenía, agarré el coche y me dirigí a Palm Desert, con la intención de visitar el Joshua Tree Park y Sky Valley. De San Diego a Palm Desert hay dos horas y media de camino, conduciendo. A medida que te acercas a la zona de Palm Desert, el paisaje cambia, se hace más agreste y poblado de molinos de viento para la generación de energía, lo cuál me lleva directamente a una escena de la película “Mi Amigo Mac”, una cosa horrorosa de 1988 que vi siendo un niño, en el cine Waldorf de Barcelona. Estoy por crear una asociación de damnificados por la visión en tierna edad infantil de semejante cinta. Supongo que hay muchas películas con escenas de molinos de viento. A mí me vino a la cabeza esa, qué le voy a hacer.
No sólo el paisaje cambia, sino que la temperatura se eleva de modo que cuando ves que el termómetro del coche indica 110ºF adviertes que la cosa va en serio. Llegando como llegaba a medio día, no pude más que meterme en el hotelucho con el aire acondicionado a tope y esperar a la tarde.
De Joshua Tree ya se ha hablado mucho, lamentablemente más por el álbum de U2, un buen disco, sí, pero no me apasiona, que por la historia de Gram Parsons, y el secuestro e incineración de su cadáver en Joshua Tree. Es también una historia conocida, que a mí me llegó a través de Popular 1 y no negaré que resultó emocionante estar allí.
Más emocionante incluso me resulto encontrar Sky Valley. Yo descubrí a Kyuss a finales de los 90s, como otros muchos, cuando ya no estaban en activo, y cuando un amigo de la universidad me dejó sus discos, aluciné bastante. Aunque he de reconocer que yo soy de los raritos que consideran “…And Circus Leaves Town” como su mejor disco, mi segundo en la lista sería “Welcome to Sky Valley”, y eso nos lleva a mi destino de aquella mañana de domingo. Estando en aquél lugar uno puede entender bastante de por qué la música de Kyuss era así. Y reconozco que uno de los momentos de aquél viaje fue topar con el cartel de Welcome To Sky Valley, en la carretera.
Pocos entendían por qué había decidido buscar Sky Valley el fin de semana, tampoco me preocupé en dar muchas explicaciones. Por si fuera poco, aquél 2014 se cumplían 20 añazos de la publicación del LP en cuestión. Y bien, ¿cómo es Sky Valley?¿Qué hay en Sky Valley? Pues yo os lo diré: nada. Una nada con un cierto punto inquietante. Una carretera larga y recta, con un par de caminos no asfaltados. Arena y la poca vegetación que osa sobrevivir en aquél ambiente. Un calor asfixiante. Un par de casas, destartaladas, pegadas a la carretera, y que uno se pregunta qué lleva a una persona a vivir allí, y cuál es su modo de vida.
Llegué al cartel y me paré en la carretera para verlo y tomar unas fotografías. Luego me metí por un camino no asfaltado que dejó los amortiguadores de mi coche de alquiler finos, finos. Y en realidad no hay mucho más. Bueno, sí. Aura. Ambiente. Tal vez, seguramente, todo está en la cabeza. Creo que uno de esos músicos de la corriente stoner decía que el desierto es un estado mental. O tal vez me lo acabo de inventar, no sé. El caso es que estuve allí, y me alegro de ello.
Canciones:
Kyuss: “Gardenia”
The Rolling Stones: “Emotional Rescue”
The Killers: “Spaceman”