Archive for the 'Colombia' Category

20
Oct
15

La Posibilidad de una Isla

Escribo estas líneas en un avión que me lleva a Bogotá con una estúpida, inesperada y ciertamente irritante parada en Cali. He visto la película “J. Edgar” de Clint Eastwood, con ese Leonardo DiCaprio y ese maquillaje que me recuerda a los “Celebrities” de Muchachada Nui. Y sin embargo, no está mal, la cinta. Eastwood rueda con oficio y su duración infame de dos horas y cuarto pasa agradablemente. Pero es que a mí me gusta mucho el tema, cosas de consumir demasiada literatura de James Ellroy y demasiados “No Me Judas, Satanás” de César Martín en Popular 1. Dos fuentes con una particular conexión, lo reconozco.

Los viajes transoceánicos en avión me suelen dar pie a reflexiones que probablemente vienen filtradas por el cansancio, el agobio, el aburrimiento, esa extraña sensación de no saber qué hora es, la de verdad, la de tu cuerpo. Tengo 35 años y seguramente he cubierto al menos un tercio de mi vida. ¿Alguna vez os habéis pensado a parar en ello? Aunque soy joven, por lo menos así me considero, ya no soy lo que se calificaría de “un jovencito”. De hecho, ahora la prensa habla de una nueva generación, los “millenials”, sin saber muy bien a qué se refieren y si, al menos, cronológicamente hablando, pertenezco a ella. Claro que también hace unos años se hablaba de la Generación X y tampoco supe nunca si me podía incluir o no. Entonces era demasiado joven para ser Generación X y ahora soy demasiado viejo para ser un millenial, hay que joderse. Aunque sospecho que esto de los millenials no deja de ser una creación surgida de un despacho de marketing para enfocar correctamente las ventas a un determinado sector, aunque, diablos, se supone que existe ese sector.

En fin, tú, tal vez, no habrás pensado en asuntos como lo que te queda de vida, pero Michel Houellebecq sí lo ha hecho, y te lo plasma en una novela, para joderte un poco la existencia. El gabacho suele ser de esos que te ponen el dedo en la llaga y si lo tienen a mano, te echan vinagre en ella. “La Posibilidad de una Isla” es la quinta novela de Houellebecq que leo y como todas, me ha gustado mucho. La vida y su final, o no, las relaciones humanas y lo que nos condicionan para la vida, lo jodidamente solos que estamos. Sobre esto gravita una historia que no sabría considerar si es lo de menos. Siempre sombrío, no es la clase de lectura que te lleva al optimismo y la diversión. Pero eso depende de cada uno, claro. Lo que más me gusta de los libros que escribe Houellebecq es el poso que deja cuando uno ha cerrado sus tapas.

ojo ahí... (by @carloskarmolina)

ojo ahí… (by @carloskarmolina)

No soy el único, Iggy Pop, que en los últimos años lleva un afrancesamiento ciertamente curioso, también se sintió tan influenciado por la lectura de “La Posibilidad de una Isla”, que grabó una suerte de disco semiconceptual en donde retomaba caminos que había trazado tiempo atrás con su LP “Avenue B” y que había abandonado para emprender de nuevo su andadura con The Stooges. Interesante conexión, la de monsieur Pop con Michel Houellebecq. Y leyendo sus páginas, no me deja de parecer razonable que en algún aspecto Iggy Pop se pueda identificar con el protagonista de “La Posibilidad de una Isla”.

Canciones:

Iggy Pop: “King Of The Dogs”

Gary Moore: “Nuclear Attack”

Zaz: “Les Passants”

31
Oct
11

100% Colombian

Volví ayer de un viaje de trabajo a Colombia. Venga, reconocedlo… ha sido acabar la frase y todo el mundo ha pensado en hacer el chistecito. Que si me he traído bolas de coca metidas en mi estómago (u otra parte de mi cuerpo). Que si me había secuestrado la guerrilla. Que si había estado en una fiesta en casa de uno de los capos de Cártel de Cali y habíamos acabado borrachos de ron disparando las uzis. Sí, por más que les pese al los colombianos (el tema salió en varias conversaciones), los tópicos pesan mucho. En todos los países, claro está. Lo que ocurre es que en Colombia los tópicos son francamente chungos, y apenas pasan de la violencia, la corrupción, la droga y la Guerrilla. Si hasta Steven Tyler, en la biografía de Aerosmith (excelente, “Walk This Way”, de 1997) se refería a su etapa de mayor adicción a la cocaína con una frase que venía a ser algo así como “he relanzado la economía de Colombia”. Tampoco me andaré ahora con otro clásico de los reportajes de viajes, “Colombia es un país maravilloso” y blablabla. Pero sí es cierto que hay mucho tópico por superar.
En realidad se trataba de mi segundo viaje al país este año, a Bogotá, concretamente. Lo que ocurre es que el anterior lo realicé en medio de esa travesía por el desierto que me alejó de este, vuestro blog favorito, y bueno, por lo que sea, jamás hablé de él. En fin, mis viajes laborales son particularmente poco atractivos para el relato. En un viaje por trabajo, habitualmente, no hay tiempo de hacer turismo, y uno pasa por los sitios sin ver ese monumento, ese museo, esa playa o esa calle tan característica. Tampoco se puede decir que me de margen para “diluirme con la población nativa” y todo ese rollo tan de libro de viajes. En general, hay demasiado de ese triunvirato mágico aeropuerto-hotel-oficina que, lamentablemente, apenas tiene diferencias apreciables por todo el mundo. Lo intento, no obstante, buscar un poquito de tiempo para el turismo y, sobretodo, más por ser casi lo único que puedo conseguir, tratar de mezclarme con la gente del lugar.
 
Venga, un poquito de exotismo, que no se diga…
Una de las cosas que me llamó la atención fue el ritmo de trabajo. Reconozcámoslo, todo el mundo tiene en mente la idea de una cierta, digamos, relajación laboral. Bueno, supongo que de todo habrá, pero tengamos en cuenta un detalle: la jornada laboral en Colombia es de 48 horas semanales. Es decir, se trabaja los sábados. O en ocasiones, se trabaja 9 horas semanales y sábados alternativos. No sólo eso, sino que además hay tan sólo 15 días (naturales!!!) de vacaciones al año.
Bogotá es una ciudad enorme, con unos diez millones de habitantes, situada a entre 2600 y 3000 metros por encima del nivel del mar. Eso, que parece un dato intrascendente, es algo que noté al despertarme la primera noche. Una sensación como de congestión nasal, pero sin tenerla. Entre la respiración un poco más costosa (me pregunto cómo será en La Paz o Cuzco) y el desbarajuste del cambio horario, no resultan ser las mejores condiciones para trabajar. Pero amigos, uno es un profesional y lo afronta todo con la mayor dignidad de la que puede hacer gala. Mi contacto en Bogotá me recoge en el hotel y nos disponemos a llegar a la oficina. Las calzadas de las calles están destrozadas, en pleno centro financiero hay unos socavones que hacen necesarios unos buenos amortiguadores en el coche. El tráfico es caótico, pero no sólo por la cantidad ingente de coches que hay, sino por el desprecio a las normas más elementales de seguridad al volante. Sin embargo, y como suele ocurrir en estas situaciones, nadie se cabrea, nadie toca el cláxon. En Barcelona, una indecisión o un cambio de carril inesperado provocará una pitada monumental con mención a la madre incluida por parte del conductor de detrás. No era el caso de Bogotá, donde todo el mundo aceptaba ese caos con resignación y calma. Para tratar de mejorar eso, el ayuntamiento restringe la circulación a días tres días de la semana por número de la matrícula del vehículo. Es decir, el conductor de Bogotá no puede sacar su vehículo un par de días determinados de la semana, que el local define con una expresión graciosa, “tener pico y placa” (??), y el fin de semana es abierto para todos los coches.
No está nada mal…

 
Tres acontecimientos marcaban el pulso de la semana: la cercanía de Halloween, las elecciones municipales que se han celebrado hoy, domingo, y la final de la Copa de Colombia. Como suele ocurrir en casi toda América Latina, la influencia de los USA es muy fuerte. Por eso, si en España, cásica, orgullosa, rancia, católica, apostólica y romana, resulta cada vez más difícil evitar la incorporación de Halloween a la festividad de Todos Los Santos, en Colombia ya forma parte del imaginario colectivo, con niños disfrazándose y pidiendo caramelos incluidos. Todos los locales de ocio de la ciudad estaban decorados con telarañas de pega, calabazas, lápidas y muñecos de brujas. Las fiestas prometían ser grandes, aunque se adelantaban al fin de semana, ya que al caer el día 1 en martes, se trasladaba el festivo a un lunes de otra semana. Sin embargo, había un problema: las elecciones municipales del domingo. Y por qué suponía eso un problema, se preguntará el lector de estas líneas. Pues porque en Colombia, la jornada de reflexión previa a la cita electoral incluye el establecimiento de Ley Seca. Es decir, desde las seis de la tarde del sábado, estaba prohibida la venta de alcohol tanto en bares como en licorerías y supermercados. Con lo cuál, había un cierto stress en comprar las botellas antes de esa hora para consumirlas en casas, en fiestas particulares o antes de, como dicen allí, “irse de rumba” (ya me perdonaréis, a mí, que soy tontito, me hacen gracia estas expresiones).
Y aunque el fútbol colombiano hace tiempo que está de capa caída, y los años de gloria de la selección colombiana quedan muy atrás, sigue siendo un entretenimiento muy seguido. El jueves se jugaba la final de Copa (partido de vuelta), y muchas personas de la oficina donde trabajaba esa semana se reunían para ver el partido en un bar, así que me invitaron a unirme a ellos. Todos los bares llenos a rebosar de hinchas siguiendo con ese entusiasmo que todo el mundo relaciona con el fútbol argentino para ver el partido: Millonarios de Bogotá contra Boyacá Chicó. En fin, ni siquiera beberme varias botellas de cerveza Club Colombia me hizo superar mejor un partido que definiría el gran José María García de ramplón, ramplón. Pero amigos, en ese bar se podía sentir la Pasión. Al final, que sé que andábais en un sinvivir, y pese al penalty fallado, acabó ganando Millonarios, “los millos”, lo que desbordó la alegría en las calles por parte de los hinchas (y el puteo por parte de la vecindad, supongo). Después, una cena a base de picada, un plato para compartir a base de patata criolla, morcilla y salchichas, en el cerro Santa Bárbara, y un canelazo, licor caliente y muy dulce para una noche como ésa, lluviosa y algo fresca, como fue toda la semana.
Vista de la ciudad desde el cerro, con un canelazo en la mano.
En fin, por supuesto que también trabajé. Lo malo de esos viajes que, para ser en el otro lado del mundo, acaban siendo cortos, es que entre la jornada y el mal dormir por el cambio de hora, uno llegaba al hotel bastante cansado. Y los cachondos del hotel, además de surtir el baño con los clásicos jabones, pasta de dientes y demás, incluían un preservativo en el kit. Me pregunto si lo renovarían al día siguiente, en caso de que lo hubiera usado…
Canciones:
Mother Love Bone: “Stargazer”
Fun Lovin’ Criminals: “Up On The Hill”
Vampire Weekend: “Mansard Roof”



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