Escribo estas líneas en un avión que me lleva a Bogotá con una estúpida, inesperada y ciertamente irritante parada en Cali. He visto la película “J. Edgar” de Clint Eastwood, con ese Leonardo DiCaprio y ese maquillaje que me recuerda a los “Celebrities” de Muchachada Nui. Y sin embargo, no está mal, la cinta. Eastwood rueda con oficio y su duración infame de dos horas y cuarto pasa agradablemente. Pero es que a mí me gusta mucho el tema, cosas de consumir demasiada literatura de James Ellroy y demasiados “No Me Judas, Satanás” de César Martín en Popular 1. Dos fuentes con una particular conexión, lo reconozco.
Los viajes transoceánicos en avión me suelen dar pie a reflexiones que probablemente vienen filtradas por el cansancio, el agobio, el aburrimiento, esa extraña sensación de no saber qué hora es, la de verdad, la de tu cuerpo. Tengo 35 años y seguramente he cubierto al menos un tercio de mi vida. ¿Alguna vez os habéis pensado a parar en ello? Aunque soy joven, por lo menos así me considero, ya no soy lo que se calificaría de “un jovencito”. De hecho, ahora la prensa habla de una nueva generación, los “millenials”, sin saber muy bien a qué se refieren y si, al menos, cronológicamente hablando, pertenezco a ella. Claro que también hace unos años se hablaba de la Generación X y tampoco supe nunca si me podía incluir o no. Entonces era demasiado joven para ser Generación X y ahora soy demasiado viejo para ser un millenial, hay que joderse. Aunque sospecho que esto de los millenials no deja de ser una creación surgida de un despacho de marketing para enfocar correctamente las ventas a un determinado sector, aunque, diablos, se supone que existe ese sector.
En fin, tú, tal vez, no habrás pensado en asuntos como lo que te queda de vida, pero Michel Houellebecq sí lo ha hecho, y te lo plasma en una novela, para joderte un poco la existencia. El gabacho suele ser de esos que te ponen el dedo en la llaga y si lo tienen a mano, te echan vinagre en ella. “La Posibilidad de una Isla” es la quinta novela de Houellebecq que leo y como todas, me ha gustado mucho. La vida y su final, o no, las relaciones humanas y lo que nos condicionan para la vida, lo jodidamente solos que estamos. Sobre esto gravita una historia que no sabría considerar si es lo de menos. Siempre sombrío, no es la clase de lectura que te lleva al optimismo y la diversión. Pero eso depende de cada uno, claro. Lo que más me gusta de los libros que escribe Houellebecq es el poso que deja cuando uno ha cerrado sus tapas.
No soy el único, Iggy Pop, que en los últimos años lleva un afrancesamiento ciertamente curioso, también se sintió tan influenciado por la lectura de “La Posibilidad de una Isla”, que grabó una suerte de disco semiconceptual en donde retomaba caminos que había trazado tiempo atrás con su LP “Avenue B” y que había abandonado para emprender de nuevo su andadura con The Stooges. Interesante conexión, la de monsieur Pop con Michel Houellebecq. Y leyendo sus páginas, no me deja de parecer razonable que en algún aspecto Iggy Pop se pueda identificar con el protagonista de “La Posibilidad de una Isla”.
Canciones: