Archive for the '00 HISTORIAS DE LA UNIVERSIDAD' Category

17
Nov
13

Historias de la Universidad (pt.III)

Las ideas preconcebidas son unas compañeras muy cabronas. Eso deberíamos grabarnoslo todos en esa hamburguesa de McDonald’s que tenemos por cerebro. O tatuárnoslo, como si fuéramos el tipo de “Memento”. Lo mejor es acudir virgen a los acontecimientos y lugares. Nos evitaríamos, creedme, muchas decepciones. A estas alturas, si habéis leído la primera y la segunda parte de esta serie de Historias De La Universidad, ya os habréis dado cuenta de que las decepciones fueron, durante mi período universitario, constantes. Por lo menos durante los dos primeros años. Más adelante ya me había acostumbrado, y lo que deseaba era acabar con ello cuanto antes, y con la mayor dignidad. Académica, se entiende.

Mi centro universitario era una chapuza. Tenía una ventaja primordial, y era el hecho de estar situada en una zona bastante céntrica y asequible de la ciudad de Barcelona. Por lo demás, se trataba de un edificio decimonónico, con todo lo que ello implica. De hecho, cuando comenzamos el curso, la biblioteca, que estaba en plena fase de reformas, todavía no se había acabado, y pasaron varias semanas hasta tenerla disponible. El ala donde hacíamos las clases era vetusta, con unos desconchones dignos de Sarajevo en 1991. Puede parecer frívolo, ahora mismo, hablar de estos, digamos, inconvenientes arquitectónicos o estructurales. De hecho, ahora mismo me parece de una inocencia tremenda. Pero os aseguro que en aquél momento me indignaba.

Otra de las decepciones, y esta fue de las grandes, residía en el profesorado. Uno imaginaba a un profesor de universidad como una suerte de sabio dispuesto a compartir sus conocimientos con el alumnado. Y sí, había alguno de ellos francamente listo. Los menos, por desgracia. De la docena de profesores que tuve el primer cuatrimestre, apenas se podía salvar alguno. Y de ellos, de los que sí que parecían ser señores de sapiencia magna, su capacidad de transmisión de conocimientos dejaba que desear. Eran, por supuesto, mejores que varios inútiles que combinaban un nivel justito con una pose de desidia hacia el alumnado sonrojante.

Proyector de transparencias de acetato... antigüedades...

Proyector de transparencias de acetato… antigüedades…

Recuerdo con claridad a un idiota que impartía su asignatura a base de transparencias. Sí, eso suena al Pleistoceno Superior, por lo menos. Pero en 1997 yo recibí MUCHAS asignaturas con transparencias. Para el sector juvenil de NDK, se trataba de imprimir en un papel de acetato, un puto plástico transparente, y situarlo en un proyector que a base de una lámpara y un juego de espejos, mostraba el contenido en una pantalla blanca. Pues bien, ese profesor había escrito unos apuntes a mano y los había fotocopiado en acetato. Con todo lo que ello conlleva. Los había escrito en una libreta de folios cuadriculados, por lo que la cuadrícula también se veía en la transparencia. Los había escrito con tachones y estructura caótica. Y lo que es peor, con unas faltas de ortografía que asustaban. Hablo de escribir artefactos incendiarios contra la lengua castellana del calibre de (sí, lo juro) “vamos ha ber”. De verdad, ¿cómo querían que respetara a un profesor así? Para colmo, usaba constantemente una muletilla, “pa’ que haiga”. “Usamos esta fórmula pa’ que haiga un resultado blablablá”. Reconozco ser bastante puntilloso con la ortografía y la gramática. Y sin embargo, lo de ese individuo resultaba sonrojante. Pero ahí estaba, el tipo. Año tras año, con su asignatura, impartiendo lo mismo una y otra vez. Mandando imprimir esos apuntes lamentables en reprografía, y con el alumnado, curso tras curso, leyendo “vamos ha ber”. Con esa libreta, el original, el incunable, amarilleando. Y no es exageración, el tipo llevaba su libreta original con las páginas tomando ese color del papel antiguo. Reventando el vergüenzajenómetro.

Canciones:

Imelda May: “Love Tattoo”

Billy Idol: “Flesh For Fantasy”

Def Leppard: “Love Bites”

04
Oct
13

historias de la universidad (pt. ii)

En realidad, yo podía haber estudiado lo que hubiera querido. Si bien en COU mis notas comenzaron a no ser tan esplendorosas, me pasé el bachillerato como un estudiante notable que nunca supo lo que era suspender una evaluación. Estaba, en fin, la carrera escogida, y había que apechugar, que de eso sí que sé mucho. De apechugar y tirar adelante. Como sea. Con más cabezonería que cabeza. Y desde luego, tirando de estómago, no de sentimientos.

Los mitos sobre la universidad fueron los que me hicieron más daño. Uno llega a la universidad esperando que sea un ágora de cultura. No, de Cultura. Con mayúscula. De jóvenes que leen alta literatura y no van al cine a ver blockbusters. De amantes de la música alternativa y de la crítica al sistema. Ni que decir tiene que no fue eso lo que me encontré. O por lo menos no como norma general. En realidad, seguramente sí que lo habría, pero por una cuestión puramente estadística, de la cantidad de gente allí congregada.

Lo que yo me encontré en primero fueron dos grupos, el de tarde y el de mañana, de muchachos acongojados ante lo que se les venía encima, fuera de la mano protectora que era esa cotidianidad del instituto, donde todo era conocido y controlado. Reconozco que me llamó la atención lo normales que parecían todos. Digo normales, cuando podía decir vulgares. Todos eran tan normales y tan vulgares como yo era. No como yo quería ser. Un matiz importante, esto del verbo. Insisto en mi concepción de la universidad como ese espacio donde los chicos y chicas listos y con inquietudes acababan, tarde o temprano. Un momento… ¿he dicho chicas? Ah, no eso brillaba por su ausencia. Era una ingeniería, y por más que se promulgue la igualdad, ésta todavía no estaba subyacente en la población escolar que elegía carreras. Así, las escuelas de enfermería estaban llenas de chicas, por poner un ejemplo verídico, y la clase de ingeniería estaba compuesta por varones en una proporción noventa-diez. Luego descubrí que de las ramas de ingeniería, no todas eran pasto casi exclusivo de masculinidad, sino que había dos de las ramas que todavía podían mostrar con cierto orgullo igualitario la presencia de un contingente femenino significativo. Una vez más, no había elegido correctamente. Mi rama de la ingeniería, mi carrera, mi clase, era desesperantemente parecida al seminario.

Las personas, especialmente durante la adolescencia, nos regimos por unos códigos estéticos que nos identifican de una u otra manera. Resulta frívolo, claro, aunque no por ello menos útil, para empezar relaciones. Recordemos que a la universidad llegamos, en muchas ocasiones, solos y alejados de esa pequeña manada que resulta ser la pandilla de amiguetes del instituto. Así, recuerdo haberme puesto a buscar signos estéticos que destacaran como algo que me pudiera parecer interesante, a saber, camisetas de grupos musicales, pelos largos, piercings, cierta forma de vestir… eran los años noventa… Y no, no encontré mucho de lo que buscaba. Y al final, el día a día te lleva a la persona que por casualidad se sienta a tu lado. A la que coincide contigo en los grupos de prácticas porque el horario le es tan favorable como a ti. O al mero azar de tener un apellido que comienza por la misma letra. Viva el orden alfabético y las posibilidades que proporciona para dividir grupos. No deja de ser un pequeño baño de realidad. Uno más de los muchos con los que el primer cuatrimestre universitario te obsequia. Al final, te enseña una lección valiosa: nadie es mejor persona por tener unos gustos éticos o estéticos similares a los tuyos.

Canciones:

Nirvana: «Negative Creep»

Primal Scream: «Velocity Girl»

Page & Plant: «Kashmir»

30
Sep
13

Historias de la universidad (Pt. I)

Al contrario que mucha gente, mis recuerdos de la etapa universitaria no son especialmente buenos. Tal vez por eso la pago con todo mi rencor y mi odio a esos universitarios inconscientes que viven de hacer el vago y luego lloriquean los meses de enero y junio. Tal vez por eso odio especialmente las becas Erasmus. Tal vez sea por eso. El caso es que mi paso por la universidad no fue algo halagüeño. Yo estudié una carrera que no me gustaba. Ustedes se preguntarán por qué lo hice, entonces. Las razones podrían ser varias. Hubo, no nos engañemos, una cierta presión paterna. No estoy por la labor de culpar a mi viejo de mis errores, pero mentiría si no dijera que la búsqueda de la aprobación paterna me llevó a escoger esos estudios. Él jamás me dijo “tienes que estudiar esto”. Insistía, sin embargo, en que estudiara una carrera de las que, y esto son palabras suyas, “tienen salida”. Sí, amigos, mi padre se preocupaba de que su retoño acabara la universidad y consiguiera un buen (y bien remunerado) trabajo. Y claro, estudiar historia, periodismo o audiovisuales me abocaba al fracaso. Esas carreras, que están muy bien, claro, son fábricas de parados. Sí, esto también era una frase suya. Por supuesto, el problema es mío, por no haberme atrevido a enfrentarme a perder la aprobación paterna y lanzarme a lo que quería estudiar. Equivocado o no. Con un negro futuro de parado o no. No voy a ponerme en plan freudiano y culpar a mi padre, pues si bien se podría haber mostrado algo más neutral, ¿qué padre lo es? Y al final, uno toma una decisión demasiado pronto. Con quince años hay que elegir, ciencias o letras. Y con diecisiete, qué carrera hacer. Ya me perdonarán, pero el que suscribe, a los dieciséis o a los diecisiete no tenía la cabeza para decisiones trascendentales.

Así, lo están ustedes adivinando. Estudié nada menos que ingeniería. La carrera definitiva. La de los superhombres. La de los tipos listos, pero que no son lo suficientemente raritos como para estudiar física o matemáticas. Cuidado con eso. La prueba, sin embargo, de que no las tenía todas conmigo, fue que me apunté a una ingeniería técnica. Hablando en plata, de las de tres años. No opté por esas respetables ingenierías que prometían un mínimo de cinco años de apasionante formación. Un lustro. Mínimo, por supuesto. Aunque eso lo averiguaría más tarde.

Canciones:

Charles Bradley: «Strictly Reserved For You»

R.E.M.: «Orange Crush»

Blind Melon: «Paper Scratcher»




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