Archivo de octubre 2010
Kar y el Twitter
Guns n’ Roses y los conciertos

Guns n’ Roses en Badalona 2010
Be my baby
Vanessa Paradis había sido una estrella preadolescente en Francia, una suerte de Melody gavacha, pero sin gorilas. Claro que viendo su éxito estrella “Joe Le Taxi”, casi me quedo con la rumbera y su baile simiesco (uh, uh, uh). En fin, todo el mundo sabe que los franceses son idiotas. Aunque esa es otra historia. El caso es que a los 19 años decidió hacer carrera en USA, y allí se lió con un Lenny Kravitz que por aquél entonces todavía tenía cosas que decir en la música. Un día de estos tengo que hablar de Lenny Kravitz. Así, Kravitz le compuso un disco a su nueva flamante novia, del que se extrajo este “Be My Baby” como single, y que a la postre, le abrió las puertas de la fama allende Francia. Y no tengo rubor alguno en reconocer que me gusta esta canción. Aunque sea un plagio descarado y segundón del soul más almibarado de los 60’s. Y sobretodo me gusta, lo dicho, esa combinación de la canción con ese videoclip sugerente y cantado por esa extraña chica francesa que nadie conocía por aquí.
Hay que reconocerle a Kravitz su buen gusto con las mujeres, porque antes de liarse con Vanessa Paradis, había estado casado con la (por aquél entonces, a finales de los 80’s) guapísima Lisa Bonet. Y posteriormente se le ha relacionado -me encanta esta expresión de prensa amarilla- con Nicole Kidman, que no me dice gran cosa pero hace unos años, antes de parecer una estatua de cera, tenía su aquél, Penélope Cruz, que si cierra la boca es una chica bonita y hasta Kate Moss (arf, arf, arf…). Hasta aquí el momento Salsa Rocksa.
Y volviendo a Vanessa Paradis, su carrera como nueva soulwoman le duró lo que duraron esos 3 minutos de clip en la MTV. Así que retornó a Francia e hizo sus cositas en cine y música, que no me pueden importar menos. Si algún lector o lectora considera que me estoy perdiendo a una artista que realmente vale la pena, que no se lo calle, que rectificar es de sabios y todo eso. Pero mientras tanto, permitidme que me ponga una vez más este “Be My Baby”.
Canciones:
Slash: «Ghost»
Lenny Kravitz: «Fields of Joy»
The Drifters: «Sugar Pie Honey»
No voy a hacerlo más…
Canciones:
Soundgarden: «Drawing flies»
Queen: «It’s a beautiful day»
Manic Street Preachers:»The Descent (Pages 1 & 2)»
Smartphone
Suites Imperiales
Sí, la envidia, ese sentimiento tan común, tan humano, y creo que tan necesario para espabilarnos, para no dormirnos en los laureles, para querer más, para tratar de optar a más, para no caer en el conformismo… todos tenemos envidia. Todos. Las personitas de bien incluidas, pero claro ellas la tratan de disfrazar con el adjetivo “sana”. “Envidia sana”. Qué diablos es eso? Eso ni es envidia, ni es nada! La envidia sana es como la cerveza sin alcohol o las patatas fritas light, meros sucedáneos. Y yo, tengo envidias… a menudo.
Una de mis filias son los escritores que triunfan jóvenes. Especialmente si lo hacen con esa clase de libros que suelen ser considerados como, de algún modo, reflejos o referencias generacionales, o cuanto menos, si versan sobre personajes jóvenes como ellos mismos. También tengo como filia esa clase de libros que suelen ser protagonizados por jóvenes o adolescentes y acaban siendo novelas más o menos de culto, como “El Guardian Entre El Centeno” o “La Ley De La Calle (Rumble Fish)”. Pero esa es otra historia. En este caso, me refería a escritores que en una insolente juventud publican novelas de argumentos basados en personajes coetáneos, de alguna manera, llámense John Fante, Brett Easton Ellis, Ray Loriga o Kiko Amat.
Pero ay, amigos, si bien no puedo evitar lanzarme a consumir esa clase de libros, por otro lado, no puedo evitar que la envidia me corroa. Y no una envidia sana, no. Esa no existe para mí. Envidia insana ante esos tipos que logran publicar y tener un cierto éxito contando historias de chavalería y juventud (divino tesoro), quizás porque en un alarde de arrogancia, yo también me creería capaz de ello.
Y con Brett Easton Ellis me ocurrió, hace unos años, de un modo más o menos repentino. Yo conocía a Ellis como casi todo el mundo, a través de “American Psycho”, aunque llegué antes a la película que a la novela. Como quiera que un día, por casualidad, curioseando por la librería, di con su novela de debut, “Menos que cero”, y me llamó la atención. Y no me equivoqué, me topé con un libro muy interesante, escrito con un sorprendente estilo para tratarse de un chaval que entonces contaba sólo con 21 años (¡!!). ¿Es, o no es como para tener envidia? Luego cayeron la versión cinematográfica de “Menos que cero”, que en castellano se proyectó como “Golpe al sueño americano”, bastante menos interesante y lo que es peor, no sólo varía ciertos aspectos de la novela en la que se basa, sino que además, incluso varían, en una pirueta con mortal incluido, el final. Luego leí “American Psycho” y finalmente su anterior novela, estupenda “Lunar Park”, de la que juraría que ya hablé en NDK pero soy incapaz de encontrar exactamente dónde.
Y eso nos lleva a este punto. Si bien “Lunar Park” me pareció un libro que reflejaba una madurez literaria que a veces no se da en esta clase de autores que comienzan escribiendo tan jóvenes, el libro que nos ocupa ahora mismo, y a la postre, última novela de Brett Easton Ellis, ha supuesto una decepción mayúscula.
En efecto, el hecho de que “Suites Imperiales” retome los personajes de “Menos que Cero”, pero 25 años más tarde, era un riesgo demasiado grande. Y no sé como valorarlo, si como un ejercicio de valentía, por saber que retomar personajes de una novela que con el tiempo se ha ido mitificando, como es “Menos que Cero”, podía suponer un rechazo causado por las altas expectativas en un lector con cierta implicación personal en la novela inicial, o bien como un ejercicio de desfachatez y de ir a lo sencillo. De hecho, sí, son Julian, Clay, Blair y los demás. Pero podían haber sido otros, con otros nombres y sin necesidad de conocer su pasado. Y el resultado habría sido el mismo. El mismo de endeble, aunque tal vez menos decepcionante.
El particular estilo de Brett Easton Ellis me sigue gustando. Incluso el interés por relatar a personajes de su propia edad, mostrando una evolución como creador. Y resulta interesante el desengaño que transpiran los personajes, aunque, e igual es conciencia de clase, pero un nihilismo de ex-niños pijos reconvertidos en cuarentones ricachones de Los Angeles resulta incluso ridículo. Pero la realidad es que “Suites Imperiales”, pese a ser una novela cortita, apenas ciento cincuenta páginas, es un coñazo. Todo demasiado desdibujado, todo como si fuera a pasar algo más de lo que pasa, y si pasa, no se explica. Y sí, soy muy consciente de que el juicio sería menos severo si en el lomo no figurara el nombre de Easton Ellis o si no volviera a ser Clay quien narra la historia. Y a pesar de todo ello, aunque no se dieran esas circunstancias, seguiría siendo una novela flojita.
Canciones:
QOTSA: «Gonna Leave You»
Brian Eno: «By this river»
Los Planetas: «Reunión en la cumbre»
Enésima vuelta
Cinco años. Joder, si cinco meses de ausencia me han parecido una barbaridad, ya no os digo cinco años. Cinco años de mi vida. Me siento como el jodido Doogie Houser, M.D. Porque sí, probablemente mis entradas no tengan el formato “hoy me he levantado y resultó que se me había acabado el café, así que bajé al bar y allí estaba esa camarera tan guapa pero que preparaba esos cafés tan horrorosos, y que siempre me guiña un ojo cuando me saluda (…)”, pero no hace falta ser muy sagaz para verme reflejado entre las líneas que hablan de Brian Setzer, de James Ellroy, de Kate Moss o de cualquier otro tema.
Qué extraño resorte me ha hecho retomar estas líneas? Probablemente mi tendencia al exhibicionismo velado, y aunque parezca bobo, también el hecho de haber releído entradas antiguas de NDK y darme cuenta de que no están tan mal. Qué ridículo que tenga mayor pudor a una falta de estilo que a mostrarme, de alguna manera, públicamente. Sea como fuere, y por cualquier razón, aquí estoy, se supone que para quedarme. Aunque no prometo nada.