Archive for the 'rat pack' Category

13
Jun
08

Viaje a NYC. Día 4: Central Park y Soho

Hoy es domingo, el día se levanta con un cielo limpio y un sol insolente que asoma sin piedad ya desde buena mañana. ¿Habría acaso mejor momento para ir a Central Park? Aunque de entrada, la primera parada es en el Metropolitan Museum, a la postre, anexo al famoso parque. Cogemos el metro hasta la parada 86th St. y al salir el paisaje urbano ya ha cambiado. Las moles de oficinas son sustituídas por majestuosos edificios de apartamentos de lujo, con portero uniformado y toldo en la puerta hasta el borde de la acera, para no mojarse los Manolos cuando llueva. La clase de bloque donde viviría Sherman McCoy, de «La Hoguera de las Vanidades». Apenas hay gente por las calles, apenas hay locales comerciales. Solo esa ristra de porteros en cada portal, disfrazados de húsares.
El Metropolitan Museum es uno de esos museos gigantescos que más vale no pretender verlo entero en una jornada. Al final, con esta clase de museos, he optado por no obsesionarme. Busco aquello que me apetezca ver especialmente y paseo tranquilamente un rato, sin esperar ver todas las salas. De lo contrario, uno acaba cansado, agobiado de tanta pieza y sin disfrutarlas. En el caso del Metropolitan, no se puede hacer de otro modo. Su colección de Egipto es muy interesante, y cuentan con muchas piezas de la América precolombina, África y Oceanía, que no me interesan tanto. De casualidad, me topo con una exposición especial dedicada a los superhéroes, de modo que me acerco a verla. Se trata de unas muestras de trajes que se lucieron en las adaptaciones al cine de los superhéroes clásicos (el traje de Iron Man, el que lucía Michelle Pfeiffer en Batman Vuelve, el de Spiderman o el del Superman de Christopher Reeve), algo cutrillo más propio de un Hard Rock Cafe cualquiera, junto a una serie de trajes que diseñadores de moda han hecho ex-profeso basados en los superhéroes (diseños de Armani o de John Galliano, que me hizo recordar ese inmenso gag de Muchachada Nui, de Joaquín Reyes-Galliano y su ayudante Lucianete-Carlos Areces). En general, menos interesante de lo que esperaba. Con decir que era mucho más interesante los carteles con informaciones de cómo los superhéroes son derivaciones de los héroes de la mitología clásica y de mitos y leyendas perdidas en el tiempo, de sus connotaciones políticas, de su simbología, etc…, todo eso más que las propias piezas. Acabo el museo viendo la parte de arte contemporáneo (con bonitas piezas de Picasso, Dalí, Miró o Kandinsky) y de Pop Art (por ejemplo, la clásica imagen de la sopa Campbell de Andy Warhol).


Esta zona se llama Quiet Lane… un cachondo, el que le puso nombre

Tras unas horas en el museo, toca disfrutar del sol del mediodía en esa enorme extensión verde, sorprendente en medio de la ciudad, que es el Central Park. Los neoyorquinos toman el sol en el césped, pasean sus perros o sus niños, juegan, hacen picnic. Y lo cierto es que ese lugar invita a tomar tu espacio en el cesped y relajarse. Comemos por ahí tirados y doy buena cuenta de una siesta al sol, a la sobra de los árboles y con los edificios al fondo.

Con las fuerzas recargadas, el plan es pasarse por la zona homenaje a John Lennon, antes de marchar. Se llama, claro, Strawberry Fields, y está en el lado del parque más cercano al edificio Dakota donde vivía. La zona resulta ser algo decepcionante, está llena a rebosar de gente, de unos fulanos tocando canciones de los beatles con las acústicas, en plan kumbayá y con ese horroroso mosaico en el suelo donde se lee IMAGINE y donde la gente deposita flores. En fin, todo muy tópico. No soy un fan a muerte de Lennon, de hecho siempre preferí a McCartney, pero lo que me carga a más no poder es esa imagen del Lennon como una suerte de bonachón pacifista bobo y hippioso que todo el mundo recuerda, aunque es una realidad deformada. E Imagine es una de esas canciones que para poder volver a disfrutarla debería dejar de escucharla en una década, por lo menos. A la salida te topas con el dichoso edificio Dakota, que no deja de tener un punto inquietante, aunque al parecer, nada de eso parece importarle mucho a Yoko Ono, quien mantiene su apartamento allí.

Little Italy (o lo que queda de ella)

El siguiente objetivo es un paseo por la zona sur. Tomo metro hasta Tribeca, zona famosa por la implicación que Robert deNiro tiene en el festival de cine de Tribeca, y por comenzar a ser una zona de implicaciones arty. Sin embargo, por la tarde es una zona algo degradada y sin mucho interés. Caminando llegamos al Soho (o más bien la zona Soho-Noho-Nolita), y eso es otra cosa. Cafeterías, bares, tiendas de diseño bohemio-pijo se van sucediendo en unas callejuelas pequeñas y estrechas para ser NY, pero resulta ser un paseo agradable.

San Antonio protegge a noi

Tengo interés en ver Little Italy. O lo que queda de ella. Hace ya años que los italianos no se establecen en gueto, y además, sus vecinos de barrio resultan ser un gigante voraz. Little Italy está al lado de Chinatown, y en las últimas décadas, Chinatown ha ido absorbiendo al viejo barrio italiano. Mulberry St es la única calle que mantiene el sabor del viejo barrio, y alberga algunos bares que frecuentaban Lucky Luciano, Frank Sinatra o el último gran capo, John Gotti, que murió en prisión donde estaba desde 1990, como el Mare Chiaro. Cuando llego, resulta que hay una suerte de fiesta mayor del barrio, lo cuál se me asemeja quizás demasiado a las Festes de Sants, con la calle cortada, las paradas de salchichas italianas, las tómbolas o los puestecitos de feria. El aspecto de la calle te lleva directamente a las películas de Scorsese, y una cutrísima imagen de San Antonio corona la calle. Y uno, entre el gentío, no deja de buscar a Silvio Dante, a Paulie o a Tony Soprano. O por lo menos a sus homólogos de la vida real.

Canciones:

Reverend Horton Heat: «Party in your head»
D-Generation: «She stands here»
Afghan Whigs: «My enemy»

09
Feb
08

Cigarrillos Death

Si fumara, desde luego me inclinaría por comprar la marca de cigarrillos más cool del planeta: los cigarrillos Death. O acaso alguien se puede negar a fumar un tabaco que viene empaquetado de esta guisa?

Esta marca de cigarrillos se creó en el Reino Unido a principios de los 90’s, y desde el principio se apostó por una imagen aparentemente dura, repleta de humor negro frente a los peligros que el tabaco podía conllevar a la salud. Por si fuera poco, además del atrayente nombre y del empaquetado, que haría las delicias de los Cramps, se jactaban de destinar parte de sus beneficios a la investigación médica de todas esas enfermedades derivadas del consumo de tabaco, en un acto entre altruísta y provocador. La ironía no faltaba nunca en sus paquetes, en donde se podía leer una leyenda como esta:

A pack of DeathTM cigarettes leaves no doubt as to the risks of smoking. We don’t print a health warning just because it’s law. We believe in telling the truth. You know the risks and it’s your choice. DeathTM is a responsible way to market a legally available consumer product which kills people when used exactly as intended.

La broma, sin embargo, no duró mucho. Si es que los fumadores no tienen sentido del humor. El caso es que a mediados de los 90’s ya era difícil encontrar los cigarrillos Death, a no ser que se pidieran por correo. Por otra parte, el fabricante decidió establecerse en Luxemburgo y distribuir desde allí, para ahorrarse los impuestos especiales británicos, cosa que no agradó nada al gobierno. Finalmente, fueron obligados al pago de las tasas sobre el tabaco, se fabricaran o no en el Reino Unido.

Con el fin de la década del grunge llegó también el final de esa tabaquera, sin que necesariamente tenga que haber una relación causa-efecto. Para el recuerdo queda el tabaco ideal para fumar mientras se está escuchando un buen disco de rock, ya sabeis, la música del diablo.

Viendo estas imágenes, me dan ganas de fumar… y eso que no he fumado nunca.

Canciones:

Mano Negra: «Ronde de nuit»
Voodoo Glow Skulls: «Fat Randy»
Morcheeba: «Big Calm»

22
Oct
07

USA Kar Tour 2007. Día 4: Viva Las Vegas!!

Esta mañana el reloj ha sonado a las 5h: tocaba traslado al aeropuerto con destino Las Vegas!! Al salir de la habitación me encuentro, en el suelo un ejemplar del USA Today y un sobre con la factura del hotel. Qué gran país. Extremadamente amables con el cliente, siempre en busca de la propina más alta. Yo, como buen catalán, intento escaquearme y rara vez dejo el 15% estipulado, soy así de cabrón. Pero me gusta este estilo americano de agasajar al cliente, de esta amabilidad, aunque sea sólo fachada, aunque sea falsa. Hoy, sin ir más lejos, he probado las dos caras de la moneda referente a comportamiento estadounidense. En el aeropuerto SFO, nada más llegar, veo una cola indecente frente al mostrador de facturación. Otro mostrador, sin embargo, está vacío, de modo que me voy a preguntar. Una señora de mediana edad me comunica que está así porque la cola es para billete electrónico, y ella está para billete físico. Practico mi cara de niño desvalido y la señora se ablanda. Con un guiño, me dice que si soy capaz de salir discretamente de la cola y no revolucionarle al personal, me factura ella mismo, aunque mi billete sea electrónico también. Total, en dos minutos ya tengo mi tarjeta de embarque y me dirijo al control de seguridad. Allí, al ver mi pasaporte, me hacen pasar por otro lado. Me comienzo a acojonar, lo reconozco. La policía me hace pasar por una especie de cabina que parece ser (o eso pude deducir) que analiza la posible presencia de agentes químicos. Con mi bolsa de mano, bambas y chaqueta hacen lo mismo. Es decir, no comienzan a rebuscar dobles fondos, ni objetos prohibidos, como es habitual. Los tíos pasaban una especie de papelito por todos los enseres, que luego una máquina analizaba. Por 5 minutos he visto como toda la cola me miraba como a un terrorista. Eso sí, tras comprobar que no íbamos a envenenar a la población con anthrax, nos han deseado muy amablemente que lo pasáramos muy bien en Las Vegas.

El plan en la ciudad del vicio es pasar una noche de juerga para tomar, al día siguiente, un vuelo con destino a LA. Así que la cosa promete. Y cuando nada más tomar tierra y salir del avión, uno ve, en la propia terminal, una hilera de máquinas tragaperras, comienza a tomar verdadera noción de dónde está. Se supone que por Las Vegas sólo se debe ir de noche, que por el día pierde la magia. Por lo menos eso solía decir siempre Frank Sinatra. En fin, si es bueno para Frank, es bueno para mí. Así que como cuando llego es casi la hora de comer (vamos, las 12, aproximadamente), decido que eso es exactamente lo que voy a hacer.

Mi hotel en Las Vegas tenía que ser un buen hotel, y no me engañaron. Se trata del Planet Hollywood. Efectivamente, esa cadena de restaurantes temáticos patrocinada por Stallone, Bruce Willis y Arnie Gobernator, que se hundió en casi todos los países donde se estableció, y de la que actualmente quedan sólo una docena por todo el mundo. Pero vamos, que el Planet Hollywood Hotel Casino Resort es un hotelazo espectacular. De hecho, pronto me daré cuenta de que ese adjetivo, espectacular, se le puede aplicar a muchos aspectos de la ciudad. Y allí estoy, sintiéndome un Paco Martínez Soria en la capital, sorprendiéndome a cada poco. En fin, Las Vegas es la ciudad que nunca duerme, de hecho, en los últimos años sólo se cerró la actividad el día que mataron a Kennedy. Mi habitación está situada en la planta 27 y esta vez sí, la cama es King Size. Vamos, que se podría organizar un combate de wrestling en ella. Como cuadro decorativo, hay una urna con el arma que usó Swarzenegger en su cutre peli “Eraser” (no recuerdo cómo se tituló en castellano). Puro romanticismo.

Por el momento, decido que comeremos algo y dormiremos un rato, y luego ya veremos. Al bajar por el ascensor veo que hay una cámara de seguridad, y desde ese momento me fijo y constato que no doy cinco pasos sin encontrarme con otra camarita. Me siento en un enorme Gran Hermano. Para llegar al restaurante, hay que pasar por el casino, y eso supone un primer shock. Ok, tal vez soy algo paleto, pero en Las Vegas, insisto, iba de sorpresa en sorpresa. A ver, un casino es un casino, pero claro, cuando ves tantas veces los casinos de Las Vegas por la tele y te metes en uno real por vez primera, si no sientes sorpresa y emoción es que no tienes sangre. O no eres tan mitómano como yo. Por cierto, que en todo el hotel, el hilo musical está compuesto por hits rockeros clásicos, como Van Halen, pero también modernos, como Weezer. Moooola. El restaurante cuesta unos 12 $ y es el buffet libre más grande que nunca he visto. Lo tienen dividido por áreas temáticas (pescado y marisco, cocina italiana, japonesa, mexicana, de asia menor, americana, postres, …) y se ocupan de que tu vaso no se vacíe nunca. A mí estos sitios me pierden, y reconozco que me pongo como un auténtico cerdo.

En Las Vegas hay que pasar por el casino incluso para ir a comer…

Me hago con una revista para ver qué hay esa noche en la ciudad. De entrada, en mi hotel actúa una suerte de mago tipo David Copperfield acompañado por Pamela Anderson, que le hace de florero. Pam Anderson!!! Me parece que en mi vida dormiré tan cerca de Pamela Anderson como esa noche. Sin embargo, un cutre show de magia no me convence. De shows estándar hay muchos, en mi hotel también hay Stomp, el Cirque Du Soleil tiene 4 espectáculos en activo en Las Vegas (incluyendo el Love con música Beatle), la pesada de Celine Dion lleva todo un año, en fin, esas cosas. Respecto a conciertos, Perry Farrell, quien parece hacer la misma ruta que yo pero unos días más tarde, actúa pasado mañana. The Cult lo hacen la semana que viene. Y poquita cosa más. Me planteo 2 opciones, un impersonator de Elvis o un show que le dicen homenaje al Rat Pack. El primero me da miedo, y respecto al segundo, en fin, un show similar actúa en Barcelona en noviembre. De modo que al final paso. Por cierto, hay también un show de los que César Martin (AKA The Man) disfrutaría: una serie de imitadores enanos de varios artistas.

En el propio hotel hay un pequeño museo de memorabilia rock, y me doy una vuelta. No está mal, aunque más que los objetos expuestos, son mejores las fotos, grandes y enmarcadas que exponen, de Guns n’ Roses, Nirvana, Stones, Aero, Kiss, The Police, y también de Al Pacino caracterizado como Tony Montana, sin duda, un icono para todos los raperos.

Una recomendación que me hizo mi amigo Karioshi fue que visitara algún outlet americano. Como quiera que todavía no había anochecido y que había un outlet fuera de la ciudad, para no estar en la ciudad de día, era una buena ocasión para ir de compras. Así que tomamos un taxi. El taxista que nos recogió era una especie de armenio, kurdo, irakí o vete a saber qué. El caso es que no nos entendíamos mucho. Y me sorprendió que me abriera la puerta de copiloto para que me sentara allí. En caso es que le indico y el tipo comienza a tirar. Salimos de la ciudad por detrás del Strip (la calle principal de Las Vegas) y tras 10 minutos de coche en dirección al desierto, me comienzo a preocupar, los edificios se van acabando y yo no paro de recordar las secuencias de “Casino” en las que esos viajes a las afueras acaban siempre a tiros. Ahora suena a broma, pero en aquél momento me preocupé de verdad, me sentí totalmente indefenso, pensaba que el tipo en cualquier momento pisaría a fondo, me llevaría al desierto, me dejaría pelado y tal vez con un par de balas en la cabeza. Al final no fue así, obviamente, y me dejó en un enorme centro comercial que era ese outlet. Y Karioshi no se equivocó. Marcas como Levi’s, Calvin Klein, Vans, Timberland o Fossil están realmente tiradas de precio. Así que nos dedicamos a saquear las tiendas, haciendo tiempo para que se acabara de poner el sol y volver a la ciudad, esta vez sí, de noche y con la iluminación de los miles de neones.

Bueno, definitivamente, eso ya era Las Vegas. De modo que mi plan para esta noche se trata de zascandilear por el Strip, meterme en los casinos a husmear y acabar la noche tomándome una copa en el House Of Blues. Hay animación, aunque sin duda el glamour de Las vegas, si alguna vez existió, definitivamente ha desaparecido por completo. Mi ilusión hubiera sido disfrutar de esa noche con un traje, zapatos, camisa y corbata. Le recuerdo al lector despistado lo de mi mitomanía. Pero no lo hice, cosas de la necesidad de ir ligero de equipaje. Aún así, me arreglé en la medida de lo posible, no sin arrepentirme de no haberme llevado el traje. En cualquiera de los casos, insisto, hubiera dado el cante, la noche en esa ciudad tiene de todo menos elegancia, y no me extraña que Sinatra y el resto del Rat Pack rajaran a gusto de lo que acabó siendo Las Vegas hacia mediados o finales de los 70’s y en adelante. La escena final de “Casino” también lo define muy bien. De todas formas, lo divertido es mezclarse con la gente, ir de casino en casino, tomar una copa y fijarse bien en la fauna urbana que los pueblan. Así mismo, paseo por los casinos más emblemáticos, tomándome una foto en cada uno de ellos, como el Paris y su reproducción de la Torre Eiffel o el Caesar’s Palace, que te transporta inmediatamente a la época de Evander Hollyfield o Mike Tyson. Claro que mi primera parada es el Flamingos, hotel casino decano de la ciudad, fundado por el gánster que creó todo, Bugsy Siegel. Por supuesto, me tomo una foto ante el clásico rótulo. Allí tengo dos sorpresas agradables. La primera es que los margaritas están a 99c. No es que sea un coctel de calidad, pero a ese precio, tampoco se puede pedir mucho más. La segunda es que allí compro un fetiche que me hacía mucha ilusión, una reproducción de las clásicas gafas de Elvis. Ok, es una reproducción que se vende en plan souvenir barato, y como gafas, no son gran cosa. Pero amigo, son las gafas de Elvis, y no me deshago de ellas en lo que queda de noche, luciéndolas a ratos en mi periplo por Las Vegas.

Referente al juego, bueno, me apetecería jugar, pero hay un pequeño problema: no tengo ni idea de cómo se hace. Me acerco a alguna mesa, y no tardo en recibir miradas de cabreo de los que están jugándose los cuartos, los observadores no son recibidos. El hotel imparte clases de juego los miércoles por la mañana, me temo que es demasiado tarde para mí. Ruleta, Black Jack, dados, Baccarra… todos están, pero no tengo ni idea. Sólo me siento ante una máquina y pruebo suerte. Nada. Pruebo de nuevo. Nada otra vez. Esto me resulta un coñazo, así que se acabó el juego para mí.

Hey baby! Are you havin’ fun?

El Luxor y su iconografía egipcia, con pirámide y esfinge incluida, el MGM, el más grande de todos, el New York y su mini barrio de Brooklyn, el Excalibur y su castillo medieval que parece el de Playmobil en gigante. Por todos ellos paso, y el final de mi camino es el Mandalay Bay, que además de ser una de las casas de Sinatra en su época de Las Vegas (además del desaparecido Sands), es el hotel que aloja el House Of Blues. Cuando quiero entrar, pequeña decepción, hay un concierto cutre en marcha y no se puede entrar hasta que no se acabe. Al lado hay una entrada a una sala alternativa, donde parece haber una suerte de anti-karaoke. El portero me informa que también hay, en el ático, un House Of Blues Night Club. Para allí que me dirijo, pero al llegar algo no cuadra. La entrada es la típica de una discoteca para gente guapa. El portero me informa que la entrada son 30$ y hay un par de DJ’s, y no sé qué más. Tiene toda la pinta de ser un club techno o house. No tengo nada en contra del techno o del house, es más, he pasado noches muy divertidas en clubes así. Lo que ocurre es que esa no es mi idea de House Of Blues. Supongo que a Dan Akroyd (uno de los dueños de la cadena House Of Blues) ya no le importa que bajo su nombre se cree un club dance. De modo que acabo en la sala con karaoke, donde una banda interpreta la música, con un repertorio majo, eso sí. Finalmente acabo mi noche en Las Vegas de nuevo en el casino de mi hotel, el Planet Hollywood, con una conclusión: Las Vegas es un lugar muy divertido, flipante, pero no para pasar más de dos noches.

Canciones:

Héroes del Silencio: «Héroe de Leyenda»
Otis Redding: «I can’t turn you loose»
Elton John: «Saturday night’s allright for fighting»

24
May
07

Rat Pack. Viviendo a su manera.

Así se titula el libro de Javier Márquez que me regalaron no hace mucho. Lo reconozco, tenía todos los reparos del mundo. Ya sabéis, cuando se publican biografías de gente famosa, especialmente si se habla de artistas, en general éstas basculan entre el chupapolleo y el ensañamiento más ruín. Afortunadamente, este no ha sido el caso. Está explicado con clase, incluyendo multitud de datos y detalles, pero sin llegar al agobio por el exceso de información, y se nota el alma del fan detrás del teclado. Y diablos, que la historia del Rat Pack es muy buena, y merece ser contada.
Todo el mundo conoce al Rat Pack. Se denomina así a el grupo de amigos que conformaban, principalmente, Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr. (a los que ocasionalmente se les unieron Peter Lawford y Joey Bishop), y que entre finales de los 50’s y principios de los 60’s tuvieron su momento álgido, aunque toda la vida duró esa relación. Lo más interesante del tema no fueron sólamente la cantidad de buena música que el trío grabó (siempre por separado, sus shows en conjunto se caracterizaban por su calidad interpretativa), ni mucho menos sus películas, que no pasan de merecer el calificativo de entrañable. La verdadera magia está en ver como unos tipos que estaban en lo más alto fueron capaces de crear su propio mundo, a su medida, y en busca de una diversión constante sin detenerse en convenciones sociales. Ahí radica la verdadera magia, en una etapa en la que el puritanismo amenazaba la sociedad, esos tipos se dedicaban a beber, a follar, a tratar con la mafia, a hacer películas y shows tan sólo por diversión, a gastar cantidades indecentes de dinero, y todo ello sin dejar de grabar cientos de grandes canciones y sin dejar de desprender cantidades ingentes de clase.

A quién no le gustaría unirse a ellos una noche??

Su estilo de vida se adelantó a lo que consiguieron las estrellas del rock una década más tarde. Quién le iba a decir a Frank Sinatra, que odiaba el pop y el rock con toda su alma, que iba a ser un precursor de un estilo de vida que los rockeros adoptarían como axioma, y que varias generaciones más tarde los ídolos rockeros que él mismo hubiera despreciado en su época, le tenían en un pedestal.

Pero fueron pocos años, no era fácil llevar ese estilo de vida en una sociedad de cambios convulsos y en unos hombres que comenzaron su juerga contínua a los cuarentaytantos, pero sobre los que también pasaba el tiempo. Es igual. Pocos, pero mágicos. Quien no hubiera querido estar en ese círculo, poder ponerse un buen traje y tomar docenas de copas con esos tipos a quienes poco les importaban los problemas del mundo, de ese mundo que desde luego, no era el suyo.

El libro de Marquez aborda desde la visión externa hasta la anécdota, con rigurosidad y con sentido del humor. Tan sólo hay que destacar un pero. La visión que se da de Dean Martin es especialmente positiva, y el autor dibuja la personalidad de Martin como la más idealizada, por encima de un Sinatra poliédrico que combina carisma y amabilidad con egoísmo y megalomanía, y muy por encima de un Sammy Davis Jr. a quien pinta como un pelele con ciertos grados de patetismo. Probablemente Dean Martin también tuviera un lado oscuro que apenas sale a relucir en estas páginas.

Argumento, éste, que se convierte en una nimiedad ante este libro, totalmente recomendable para aquél que tenga curiosidad por este grupo de calaveras que fueron mitos de la música y del show-bussiness por derecho propio.

Canciones:

Dean Martin: «Volare»
Sammy Davis Jr.: «EEEO 11»
Frank Sinatra: «Cycles»




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