Aaah, los training courses, convenciones y meetings internacionales… todo un mundo de emociones en el que una (o varias) empresa junta a un grupo de profesionales de distintos países para trabajar juntos, confraternizar y acabar dándonos cuenta de que no son tan distintos, cualquiera que sea su terruño de origen. Escribo estas líneas desde el aeropuerto de Milán, Linate, mientras espero mi vuelo de vuelta a casa tras toda la semana en la ciudad, asistiendo a un curso. La primera desilusión: el hotel que me han cogido no está en Milán, sino en un pueblo/ciudad del extrarradio llamado Cinisello, un lugar muy poco interesante lleno de empresas que prefieren gastar sus cuartos en un suelo más barato que el de la gran ciudad. Algo tipo Montcada i Reixac, en el que no hay una diferencia física de dónde acaba Milán y dónde empieza el otro municipio.El curso nos lo imparte un italiano y los asistentes, aparte de mí mismo, son dos alemanes y cuatro franceses. Y no deja de resultarme curioso cómo, en estos casos, se usa siempre esa suerte de esperanto moderno en que se ha convertido el inglés. Ahí andamos todos hablando algunos y destrozando otros el idioma de Shakespeare, de Paul McCartney o de Benny Hill. Como mínimo, y ya que hablamos de idiomas, este training me ha servido para darme cuenta que soy capaz, después de 3 años estudiándolo, de hablar un francés razonablemente decente. Y si me apuras, de apañarme con el italiano, por supuestísimo no para hablarlo, pero sí como para hacerme entender con taxistas y camareros. Si al final el italiano es facil… sólo hay que juntar las yemas de los dedos, entonar como en una película de Fellini, y usar “grazie”, “prego” y “per favore” como comodín.
La ciudad está llena de visitantes, aparte de los turistas y los viajeros por negocios habituales, se celebra no sé qué de la moda y una feria de la piel. De modelos he visto muy pocas, por no decir ninguna, y esa feria de piel tiene pinta de estar llena de chinos, o como mínimo, estaban todos en mi hotel. El lunes por la tarde, tras la sesión, decido ir a darme una vuelta por la Piazza del Duomo, algo así como estar en Barcelona e ir a ver la Rambla. Ya había estado, hace como 15 años, pero casi no recuerdo nada. Sí que recuerdo que la catedral entonces estaba en reformas, casi tapada del todo. Esta vez, tan pronto salgo del metro en la plaza de la catedral, me topo con el edificio, y la sensación es extraña. En la restauración han limpiado todas y cada una de las piedras de la fachada, que ahora tienen un tono gris casi blanquecino, y ha quedado todo tan perfecto que parece que la catedral se hubiera construido hace diez años, en lugar de 600 años atrás. Y llamadme tradicional, pero para mi gusto, una catedral gótica debería tener la piedra oscurecida y envejecida por el tiempo. La enorme pantalla gigante que al parecer retransmite los partidos de la selección italiana de rugby en el torneo 6 Naciones, en la misma plaza, no ayuda sino a crear un ambiente como si se tratara de una reproducción de la catedral en un parque temático.
Yo tenía la idea de que Milán era una ciudad, digamos, más europea que italiana. La realidad no me ha parecido así. Lo cierto es que me ha parecido una ciudad fea (a excepción de Duomo y alrededores) e incluso algo cutre en su extrarradio. Aunque al final, todas las ciudades europeas se acaban pareciendo, probablemente demasiado.
Me he pasado 5 días comiendo en un bar de menú cerca de la empresa, y los menús eran siempre invariables: pasta de primero, a elegir entre dos opciones, y un segundo (generalmente carne) sin más opción. Ok, me gusta la pasta, pero cinco días seguidos me temo que ha sido demasiado. Las comidas en esta clase de grupos internacionales y variopintos tienen su gracia y sirven para crear clima de colegueo. Es curioso cómo al final la conversación acaba derivando en las diferencias, a veces absurdas, de las pequeñas cosas del día a día en cada uno de nuestros lugares de origen. Que si en Alemania se cena a las 18h, que si en Francia algo más tarde, que si una vez estuve en Madrid y cené a las 22h (horror!!). Al principio con más timidez, al tercer día con bromas y gracietas más o menos fáciles para acabar rompiendo el hielo y hacer más llevadero que en el fondo compartes el día con unos completos extraños y de extrañas costumbres. Una de las conversaciones divertidas que pudimos mantener fue acerca de los estereotipos que en los diferentes países se tiene del oriundo de otros. Si es que estamos cargados de puñetas.
Al final, y excepto el lunes, el resto de días, frío y lluvia sin parar, pero no fue para tanto. Buena suerte, nos veremos no sé cuándo, no sé dónde, pero seguro que sí. Y de vuelta a casa, pero no por mucho tiempo, antes de final de mes volveré por aquí. Y entonces se repetirá la rueda.
Canciones:
The Clash: “Stay Free”
They Might Be Giants: “Boss of me”
Nouvelle Vague: “Love will tears us apart”