Fui el otro día a cenar con unos amigos. Una de esas ocasiones cada vez menos frecuentes, que acaban con unos tópicos “tenemos que repetirlo”, “a ver si no pasa tanto tiempo para la próxima vez” y “¿por qué no quedamos el finde que viene para ****?”. La amistad y otras formas de autoengaño. Los grupos decepcionan, queridos lectores. Contad con las personas, pero no con los colectivos. No esperéis a ver si fulano o mengana se pueden venir. No, fulano o mengana nunca pueden venir. De hecho, probablemente no quieran venir. Es un consejito que os doy, gratis. El resto, serán de pago. Avisados quedáis.
La propuesta era ir a un bar de pinchos de la calle Blesa, en pleno Poble Sec de Barcelona. Creo que era Blesa. De todas formas, poco importa. Al final, ese local estaba demasiado lleno, y probablemente un bar de pinchos para cenar de pie no era el lugar más adecuado para compartir una cena con un grupo con el que hace mucho que no te ves y seguramente un restaurante para sentarse y departir largo y tendido frente a una mesa resultaba mejor opción. Lástima que el palo indecente que nos pegaron en el que resultó ser el Plan B, un local del Paral·lel que no parecía, al principio, amenazar con esa cuenta tremenda. Por lo menos cenamos bien y aguantaron bien el hecho que diéramos voces y riéramos, y nos convirtiéramos en la típica mesa escandalosa de todo lugar que se precie.
En realidad, hacía años que no alternaba por esa zona. Las veces que había ido a Apolo, por ejemplo, venía de otro lugar y entrábamos directos. Mis recuerdos del Poble Sec vienen, principalmente, de mi época del instituto, en pleno corazón del barrio. Entonces me parecía un barrio de abuelas, gris, con pisos antiguos, como de postguerra, con esas calles en cuesta, y esas aceras tan estrechas que todos nos movíamos por la calzada. Con esos tipos que paseaban perros, por la calzada, claro, y esos perros que se cagaban, en la calzada, y sus dueños dejaban la mierda como regalo al barrio y ésta acababa aplastada por las ruedas de un coche, y restregada por la cuesta. Las gaviotas que se acercaban desde un puerto que en realidad no quedaba tan lejos, por lo menos no para ellas, que sólo tenían que sobrevolar la montaña de Montjuïch y al otro lado llegaban a las calles del Poble Sec. Una vez allí, atacaban a las palomas locales, como el depredador más cruel. Tonterías como esa son mis recuerdos del barrio.
Ya lo tenía entendido, pero está claro que el barrio ha cambiado bastante, con las calles que se han hecho peatonales y con la apertura de bares y cafeterías para un jipsterío pseudo hippy barcelonés que parece considerar esas calles como un proyecto del barrio de Gràcia. Mira que han pasado años de mi etapa de instituto y todavía me choca ver esta transformación.
Hace bastante fui, o debería decir “me llevaron”, dos o tres veces, a un local que estaba en lo alto del barrio, yo diría que en Poeta Cabanyes, aunque no estoy muy seguro. Se llamaba algo así como Club Mau Mau, que suena a puticlub o a grupo subversivo negro de novela de James Ellroy. Era una suerte de café alternativo en donde se hacían bastantes actividades culturales, y contaba con una serie de sofás repartidos. Recuerdo mucha oscuridad, calor, y los sofás, mientras un DJ iba pinchando. Claro, reconoceré que el mayor interés de las personas con las que fui a ese lugar residía más en la permisividad del club para el fumeteo de mandanga. Pero tenía su aquél, porque estaba en un lugar silencioso y oscuro, en un local que podría haber albergado una carpintería o un taller mecánico. Había que hacerse un carnet de socio, que entonces costaba una miseria como 5€ o algo así, y solo entonces podías acceder. De modo que llegabas a esa zona del barrio donde todas las abuelas dormían, entrabas en ese local del que nada se veía desde fuera, enseñabas tu carnet, como si fuera un club de caballeros o un local clandestino de Chicago en 1928, y ya tenías acceso libre. La memoria ya no me da para más.
Mi noche acabó de una manera bastante más prosaica, tomando unas sencillas cañas con el único amigo que decidió quedarse más tarde de la hora en que las carrozas se convierten en calabazas, en el mismo bar que unas horas antes habíamos descartado para la pitanza, por estar lleno, y que pasada la vorágine de cenas se volvía a convertir en terreno practicable.
Canciones:
Yeah Yeah Yeahs: “Zero”
Pearl Jam: “Go”
Foxy Shazam: “Welcome to the church of Rock n’ Roll”
Poble Sec tiene una ruta de Tapas los jueves que tengo que probar. La calle que mencionabas es Blai. Hay algunos sitios muy majos. Mi preferido es Es Xibiu.Montan vermuts con pinchadas los fines de semana.
Estuve en el sitio del que hablas de Poeta Cabanyes. Típico sitio cool y pijotero con mucho gintonic, pero sin ningún tipo de alma.
No tiene pinta de que fuera una salida memorable, la verdad.
A estas alturas, con que sea «salida», memorable o no, los adjetivos ya son secundarios, you know…
Igual he parecido un poco «duro» con todo, pero ya sabes, la cosa no es por esa noche en sí, sino por el global… En realidad la cena estuvo bien, a pesar de todo, y mejor las cañas post cena con quien se quedó.