Estoy a punto de poner fin a mi primera jornada australiana, y como suele pasarme en estos casos, el cansancio puede más que otra cosa. Amigos, un viaje interoceánico hacia el este te destroza del todo. Veamos, yo salía de Barcelona el domingo 4 a las 18’35. Hacía una escala en London Heathrow, donde por cierto, se están poniendo cada vez más pesados y más tiquis-miquis, lo cuál, sumado a mi mala experiencia de la primavera pasada, me está haciendo cogerle mucha manía a ese aeropuerto. Luego tomaba un vuelo a las 22h desde Londres hacia Singapur. Aterrizaba en Singapur no sabría decir en qué momento del día 5, tras trece horas de vuelo, para hacer una escala cortísima y tomar un Singapur – Sydney que aterrizaba en territorio australiano el día 6 a las siete de la mañana. Total, ahora mismo no sé ni qué día es, y desde luego, alguien me ha robado mi lunes…
Entrar en Australia es muy cachondo, porque su máxima preocupación es que no entres comida, ni vegetales, ni maderas, ni, en general, nada proveniente del reino animal o vegetal. Es decir, puedes llevar todas las drogas y las armas que quieras, pero no se te ocurra entrar un bocata de chorizo porque te empapelan. En la cola, un agente aduanero pasea un perrete que podría pasar por el clásico can de vieja, nada de los típicos perros policía rottweiler o pastores alemanes. El chucho en cuestión olisquea las maleta, y entonces rezas porque el animalico haya desayunado bien y no le dé por ladrar frente a la tuya.
A esas horas, paso por el hotel para descansar un par de horas , darme una ducha, afeitarme, cambiarme de ropa, y, así, parecer una personita normal y no el batería de Tad. Y a media mañana, a la oficina de la filial australiana de mi empresa, a trabajar. ¿He dicho trabajar? Pues no… resulta que hoy se celebra la Melbourne Cup, una carrera hípica de esas que demuestran el arraigado pasado inglés de la isla, con la gente de punta en blanco, mujeres con vestido y sombrero y los Príncipes de Gales allí presentes, pues no olvidemos que en pleno siglo XXI, la Reina Isabel de Inglaterra es todavía la jefe de estado. Esta chorrada resulta ser todo un acontecimiento, tanto que en la oficina paralizan de las 14h hasta las 15’30h y ponen un proyector para ver los caballitos todos juntos. Y por si esto no fuera poco, hay que apostar… la gente allí hace el equivalente a lo que sería la clásica porra hispánica de un Barça-Madrid y claro, apuesto yo también, por un caballo cualquiera, qué sé yo. Y esto de apostar a las carreras de caballos me lleva inevitablemente a acordarme de las novelas de Charles Bukowsky y a su alter ego Hank Chinasky dejándose el sueldo en el hipódromo. Por supuesto, como Chinasky, no gano nada.
Así que acabado el show equino, no hay más remedio que trabajar, y para la tarde, estoy muerto de sueño, pero se trata de aguantar y no irme a dormir antes de las 22h, porque si no, será imposible superar el jet-lag. Así que aquí estamos, tras haber dado cuenta de cafés y coca-colas variadas, haciendo tiempo. Mañana más.
PD: la carrera la ha ganado el caballo Green Moon… que sé que estábais en un sinvivir
Canciones:
XTC: “Making Plans For Nigel”
Radiohead: “Blow Out”
The Doors: “Love Her Madly”
Viola a un koala de mi parte!
He dejado la zoofilia… demasiados pelos…
Siento ser otra tiquismiquis, pero tanto Chinaski como Bukowski son con i latina.
Contarte que a un amigo de mañoland lo deportaron del país por un atentado contra la fauna y flora autraliana al ser cazado in fraganti echándose un meo en la calle. Juro que es cierto.
Tomo nota, por si acaso me surge un apretón en el momento y lugar menos adecuado. Estos australianos, entiendo su idiosincrasia como ecosistema, pero la cosa tiende ya a obsesión.