No, hoy hablo de la playa en el sentido más horrorosamente común. Leer un libro a 35º en pleno sol, sudando hasta que un leve vahído te indica que tal vez necesitas un baño. Conectarte al Ipod en modo aleatorio. Simplemente observar, parapetado en unas buenas gafas de sol, la fauna que allí se reúne, y también, claro, aunque más de soslayo, las chicas guapas que se lucen al día radiante. Y la gran sensación del baño. Parece una estupidez que reconforte tanto. En el agua, cuanto más lejos de la orilla, mejor. Por no hablar de los días con oleaje y corriente. Esos días son estupendos, cuando la mar se convierte en un pequeño reto pseudo deportivo.
Cierto es que las playas suelen reunir gentes de todo tipo y condición, bajas raleas, bajos instintos o directamente despertadores de odios ocultos. Todos sabemos cuáles son. Familias gritonas, gente que ensucia, niños que dan por culo, aparatos de música sonando, niñatos y no tan niñatos… ¿sigo? La playa semivacía es un ente idílico casi inexistente entre finales de julio y este ferragosto en el que nos encontramos. Y puedo entender que haya quien se agobie con todo esto. Yo supongo que me he acostumbrado a ello y puedo abstraerme.
Yo prefiero ir a menudo, casi a diario, pero poco tiempo. Con dos o tres horas tengo suficiente. Y cuando el tiempo deja de acompañar para este ritual, significa que el otoño ya está ahí, y el invierno a la vuelta de la esquina.
Canciones:
Soulsavers: «Trough my sails»
Jane’s Addiction: «Ocean Size»
Los Salvajes: «Las Ovejitas»