Pero bueno, allí estaba yo, con mis diecisiete y realmente ilusionado por acceder a la universidad. En mi mente, la universidad era un sitio de pensamiento avanzado, de interés por la cultura, un lugar donde poder relacionarme con gente interesante e interesada en los más diversos ámbitos del saber y donde poder explorar en mi recién adquirida situación de “niñato de instituto” a “chico universitario”. Lamentablemente, la universidad no resultó ser ese idílico ágora de cultura (o contracultura) y de ideas revolucionarias. De entrada me topé con una clase de niñatos acojonados como yo. No sé qué me esperaba, pero nadie me llamó la atención, así de entrada. En mi cabeza tal vez estaba la idea del universitario revolucionario, del futuro artista, escritor o intelectual. Por otra parte, me topé con profesores con un nivel cultural que dejaba bastante que desear, y algunos con una bajeza moral considerable. Cómo podía respetar a un profesor que decía “pa’ que haiga” y era incapaz de escribir más de dos frases seguidas sin faltas de ortografía??
Seguramente fuera el hecho de tratarse de estudios tecnológicos, pero en esos momentos yo echaba de menos formación “digamos” complementaria, más allá de la transformada de Laplace o de las rutinas en assembler. Ya sabéis, algo de actualidad, de política, de arte, de historia… de idiomas!! Cómo puede ser que salgan promociones de ingenieros sin más inglés que el que se aprende en el instituto? En ese momento me di cuenta de que un ingeniero ha de ser un tipo solamente interesado en lenguajes de programación, en microprocesadores y en Linux. Y entonces me di cuenta de que, definitivamente no encajaba en ello. Así que me olvidé de las vocaciones y trabajé, una vez más, mi lado pragmático.
No es que pasara aquí los mejores años de mi vida, pero no estuvo mal
Por otra parte, siempre había oído cosas sobre los jueves universitarios. Pues será en otras carreras, pensaba yo, ya que en la mía, había clases el viernes como siempre, prácticas presenciales, parciales, informes que entregar… vamos, que no.
Personalmente, pasé de una etapa en la que todas las asignaturas eran fáciles para mí y sacaba notazas sin despeinarme, a sufrir como un perro para el aprobado, con el consiguiente stress que ello me generaba. Y es que si algo aprecié de la universidad fue la capacidad de espabilarme que tuvo. Pasé de ser un niño mimado en un cole en el que mi vida era muy fácil, a tener que buscarme la vida, sólo, y con compañeros. Y esa es otra cosa que aprecio de mi paso por la universidad, el conocer el verdadero sentido del compañerismo y el conocer gente que, si bien no iban a ser los nuevos popes de la contracultura, hoy, cuando hace un lustro que acabé, sigo manteniendo algunos amigos. Ya he dicho que la sensación que me dio al ver mi clase, fue la de un grupo de niños asustados. Y primera decepción, 50 personas, 3 mujeres. A mí, que venía de un instituto con una proporción de 80/20 a favor de las féminas, me resultó tristísimo. Para mí, tímido patológico, el tener que hacer nuevos amigos, y el tener que relacionarme con mucha gente distinta (según las clases, según los grupos de prácticas …) me resultó un ejercicio de empatía forzada que creo que me ayudó a madurar en ese sentido. Y me demostró cómo había muchos compañeros de los que no era “amigo” pero que nos prestábamos ayuda, compartíamos bar y horas de biblioteca, y en definitiva, me ayudó a abrirme a la gente, cuando en el instituto apenas era capaz de relacionarme con los cuatro o cinco de mi camarilla.
Yo creo que comencé la universidad siendo muy crío (no de edad pero sí de carácter) y supuso un duro golpe el acostumbrarme a la competitividad y a las dificultades, cosa que logré cuando llevaba un año y medio fue entonces cuando comencé a disfrutar el período. Me hubiera gustado habérmelo tomado de otro modo y haber vivido más el ambiente universitario que, si bien no tan bucólico, novelesco y estimulante como creía, también tenía su aquél. Pero la memoria, traicionera ella, me maquilla los malos momentos y me presenta los buenos en bandeja, para concluir en un buen recuerdo en general, que sin saber a cuento de qué, ha venido a mi cabeza.
Canciones:
Kyuss: «El Rodeo»
The Animals: «River deep, mountain high»
QOTSA: «If Only»