Desde mucho tiempo atrás, la noche de san juan significaba para mí el comienzo de un largo verano, con diferencia, mi estación favorita del año. Cuando estaba en el cole era así. En el instituto solíamos acabar clases algo antes, pero en la universidad, entre exámenes y demás, en general me ocurría lo mismo: la llegada del verano astronómico coincidía, más o menos, con la llegada de mi verano personal, que se extendía hasta la segunda semana de septiembre. Hace algunos años que eso dejó de ser igual para mí, cosas de los absurdos ciclos laborales. Sin embargo, llegué a este fin de semana con la estúpida sensación de liberación, esa antigua liberación del estudiante que se enfrenta a casi tres meses de ruptura con la rutina. Ignoro por qué de repente me ocurrió, cuando he llegado al lunes y he vuelto, como siempre, al trabajo. Pero es agradable.
Y ahora estoy aquí, sin camiseta, notando el frescor del aire, y pensando cómo alguien puede echar de menos el dichoso frío y la tristeza del invierno. Y por un momento, sin saber por qué, me he sentido un poquito mal, porque el otro día le robé la antena a un coche. Me había encontrado que al mío, se la habían quitado. Es una antena de radio normal y corriente, de esas que se desenroscan. Hay algunos exagerados que cuando aparcan la quitan, para guardarla dentro y ponerla antes de arrancar de nuevo. Seguramente la mía sería víctima de algún chavalillo que la tomaría como trofeo durante una tarde hasta que la tiraría, cuando el tiempo le restara épica a la proeza. Harto de interferencias, decidí hacer lo propio en el parking del aeropuerto, cuando me topé con un modelo similar al mío. Ahora veo que igual de cabrón soy yo que ese chavalín. Espero poder vivir con la culpa.
Canciones:
Travelling Wilburys «Handle with care»
Joe Cocker: «First we take Manhattan»
Slayer: «In-a-gadda-da-vida»